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Año 24
número 1091
Marzo 24, 2004
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: El cuarto triunfo de ARENA

Política: Elecciones y perspectivas democráticas en El Salvador

Análisis: Los resultados de las elecciones presidenciales

Análisis: El eterno desafío de la izquierda

Análisis: ¿Ganaron los medios?

Derechos Humanos: La vida… ¿sigue igual?

 
 
Editorial


El cuarto triunfo de ARENA

 

Los recientes comicios presidenciales realizados en El Salvador han dejado como ganador al partido ARENA, por cuarta ocasión consecutiva. No se ha tratado de una victoria pírrica, sino de una victoria abrumadora: al momento de redactar estas líneas, y con la casi totalidad de las actas escrutadas, el partido de derecha ha obtenido el 57.73% del apoyo popular en las urnas, seguido de lejos por el FMLN, con el 35.62% del respaldo popular. Por su parte, los partidos coaligados CDU-PDC y el PCN, con el 3.92% y el 2.73% del apoyo popular, respectivamente, están prácticamente fuera del sistema político, por no haber alcanzado los porcentajes mínimos para seguir vigentes. Estos son los datos duros y es a ellos a lo que hay que atenerse a la hora de reflexionar, tanto sobre el desenlace del proceso electoral que se inició desde marzo del año pasado, inmediatamente después de las elecciones para diputados y alcaldes, como sobre las perspectivas que se abren a la sociedad salvadoreña luego de este triunfo abrumador de ARENA.


Lo primero que tiene que decirse a propósito del desenlace del 21 de marzo pasado es que ARENA, si bien ganó las elecciones, no las ganó a carta cabal, es decir, jugando limpio, respetando las reglas de la decencia política y la dignidad del adversario. Al contrario, ARENA ganó pasando por encima de las más elementales reglas de la ética tanto en el ámbito privado —invadiendo los hogares salvadoreños, con su publicidad de miedo, a través de programas televisivos y llamadas telefónicas— como en el ámbito público: cines, periódicos, plazas, parques, empresas públicas y privadas... Todos estos espacios fueron usados para deslegitimar al FMLN, para asociarlo con los peores males pasados y presentes del país, para demonizar a quienes estuvieran vinculados, como militantes o meros simpatizantes, con el partido de izquierda. ARENA jugó con las reglas del miedo y del chantaje, no con las reglas de la democracia y la civilidad.


En ese juego, los grandes medios de comunicación —TCS, La Prensa Gráfica, El Diario de Hoy y las radioemisoras propiedad de la familia Saca— fueron una pieza fundamental. Más aún, no es desatinado sostener que la campaña de ARENA no sólo fue una campaña mediática, sino que las elecciones fueron ganadas por los grandes medios de comunicación. ARENA no ganó por sus propuestas y planes de gobierno; de hecho, la mayoría de sus votantes —gente pobre de las zonas urbanas y rurales— no tiene ni la más remota idea de lo que el partido de derecha le ofrece en términos de políticas económicas y sociales. ARENA ganó, en parte, porque las grandes empresas mediáticas hicieron del miedo el principal argumento de convencimiento (o de chantaje) social. Y no se detuvieron ante nada, violando incluso la misma legislación electoral que prohibía hacer campaña durante el día de los comicios.


Por lo mismo, el FMLN perdió la batalla ante los medios. De antemano, por sus mismas limitaciones financieras, el partido de izquierda debía caminar cuesta arriba en la guerra de imágenes. Sus posibilidades empeoraron cuando los grandes medios se alinearon abiertamente en su contra. Sólo por ello, el FMLN tenía una desventaja abismal respecto de ARENA casi en el mismo punto de arranque de la campaña: el terreno en el que se libraría la batalla —los espacios mediáticos más poderosos— no era ni neutral, ni imparcial, sino totalmente inclinado a favor de uno de los dos principales contendientes. Aquí comenzó la derrota del FMLN, pero no es este el único factor que explica el fracaso efemelenista.


Además de la campaña sucia, hay que añadir, como otro factor explicativo de la derrota del FMLN, la incapacidad del partido para, primero, fraguar una candidatura competitiva y, segundo, diseñar una propuesta de gestión gubernamental que disminuyera la incertidumbre que despertaba en distintos sectores sociales su posible triunfo. En su momento, se insistió hasta la saciedad en la debilidad del candidato del FMLN, Schafik Handal. Su perfil no era el mejor, antes al contrario, ofrecía demasiado flancos débiles que podían ser aprovechados por los estrategas de ARENA. Sin embargo, cargar toda la responsabilidad de la derrota en Handal es excesivo, puesto que es el partido como un todo el que no supo (o no pudo) estar a la altura de los desafíos que le planteaba ARENA y su campaña sucia.


El FMLN y su candidato jugaron el juego de ARENA: por una parte, permitieron que la batalla se librara en el espacio mediático; por otra, hicieron una campaña en la que se apeló al pasado histórico del partido, comenzando con la propia figura de Handal, sin tener el tino para vislumbrar que la derecha mediática tenía la capacidad de apropiarse de la historia reciente de El Salvador y teñirla de su visión. Fue esta visión la que se impuso; en ella, la guerra y sus males son responsabilidad exclusiva del FMLN, a cuya cabeza estaba, como candidato, uno de sus líderes históricos. Cotidianamente, la gente más sencilla del país fue saturada con ese mensaje; su eficacia fue corroborada el 21 de marzo.


Por último, no se puede dejar de señalar la cultura política de la mayoría de salvadoreños. En ella, predomina el ansia de seguridad y de orden, el conservadurismo y el afán de poseer cosas (o de tener éxito). ARENA explotó al máximo esos ejes culturales. Sus estrategas y asesores demostraron poseer un conocimiento bien cimentado de la psicología popular. El FMLN no pudo hacerlo. Apeló a un referente —“El cambio es hoy”— para el cual la mayoría de salvadoreños aún no estaba preparada. Porque el cambio ofrecido por el FMLN era demasiado arriesgado, porque suponía sacrificios y renuncias, porque amenazaba con socavar el orden en el que cada cual, mal que bien, lleva su vida.


ARENA, pues, obtuvo por cuarta vez consecutiva el mandato popular para gobernar. Lo obtuvo con una victoria contundente. Que haya ganado de la forma que lo hizo sienta un precedente peligroso para el país: para conservar el poder todo está permitido. De aquí en adelante las reglas de la decencia pública podrán ser pisoteadas por cualquiera que tenga el poder para hacerlo. Los grandes medios de comunicación serán los primeros en decir presente: nadie los controla, no rinden cuentas ante nada ni nadie, pueden mentir, manipular y ser eco de intereses inconfesables. La impunidad de la que han hecho gala en esta campaña los aleja de cualquier compromiso con la democracia y los acerca a las prácticas más oscuras del periodismo oficial del pasado reciente del país.


ARENA ha ganado y habrá que reflexionar en detalle acerca de lo que le espera a El Salvador durante los siguientes cinco años. De momento, es claro que un peligroso maridaje sale reforzado: el que vincula al gobierno, al partido ARENA, a los grandes empresarios y a las grandes empresas mediáticas. Ese matrimonio de cuatro miembros significa una casi total hegemonía de la derecha en la vida social, económica y política del país. Nos alejamos de la democracia y nos movemos hacia un esquema de hegemonía partidaria, empresarial y mediática de derecha.

G

 

Política


Elecciones y perspectivas democráticas en El Salvador

 

Los resultados de las elecciones del pasado domingo 21 de marzo no admiten mayor discusión. Los electores decidieron con abrumadora mayoría la continuidad del partido de derecha en el gobierno. Los salvadoreños quisieron que Elías Antonio Saca fuera el cuarto gobernante en la dinastía de sucesión establecida por ARENA y sus aliados, desde aquella primera elección de Alfredo Cristiani como presidente de la República, en 1989. Ahora, conviene reflexionar sobre el significado de estos resultados y sus implicaciones para el país.


Una primera lectura que se impone, luego de saberse que ARENA ha ganado en primera vuelta y con alrededor del 58% de respaldo de los más de 2 millones de salvadoreños que acudieron a las urnas, es que la oposición ha sido barrida. El principal contrincante del partido oficial, el FMLN, aparece en un distante segundo lugar, con apenas el 36% de adhesión popular a su plataforma de cambio. Los demás partidos, la coalición CDU-PDC y el PCN, por su lado, no encontraron su sitio en medio del enfrentamiento entre las dos principales fuerzas. La coalición está condenada irremediablemente a la desaparición, mientras que el PCN sigue esperando un milagro para evitar ser borrado del mapa político nacional.


Desde una lectura personal, Saca ha sido el gran triunfador de estas elecciones. Lo menos que se puede decir es que su apuesta por destacar sus éxitos individuales, su simpatía y su origen humilde como sus principales temas de campaña, fue una decisión acertada. Su partido también fue premiado, quizá, por haber sabido manejar de una forma estupenda el miedo ante el comunismo. ARENA pasó nueve meses machacando a los electores con el tema de cuidar la libertad tan duramente conseguida.


El FMLN, por su parte, terminó fustigando la arrogancia arenera. Descarga en unos adversarios desleales —grandes empresas y medios de comunicación afines al partido oficial— su debacle en las urnas. El talante poco democrático de unos oponentes que militaron por el boicot general hacia el partido de izquierda sería suficiente para explicar el comportamiento electoral de los salvadoreños. En fin, en la manipulación desvergonzada de la guerra y la campaña sucia en contra de la izquierda habría que buscar las razones de la derrota del pasado domingo.


Los demás partidos de oposición no ofrecen aún un análisis coherente de sus malos resultados electorales. Por parte del PCN, que pugna por seguir a flote como partido político, el mutismo es absoluto. La coalición, en cambio, ha sido más locuaz sobre el tema electoral. Por una parte, culpa a la izquierda de su humillante derrota. El candidato a la presidencia por los partidos llamados de centro ve en la obcecación ortodoxa de los líderes efemelenistas la razón de su desaparición como proyecto político. Al mismo tiempo, propone a los salvadoreños una nueva aventura política que se cristalice alrededor de un partido político de centroizquierda, capaz de competir con el FMLN.

Implicaciones de los resultados electorales
Más allá de la constatación del triunfo avasallador de ARENA, la debacle electoral del FMLN y la desaparición política de los otros pequeños partidos, los resultados de la elección del domingo 21 de marzo pasado implican una serie de elementos en los que conviene fijarse para comprender la realidad política actual del país.


El triunfo desbordante de ARENA difícilmente contribuirá a apaciguar la virulencia del enfrentamiento entre los actores políticos. Este partido está acostumbrado a tratar con arrogancia a sus detractores. Evidentemente, el resultado apabullante que sacó en las elecciones no ayudará a la moderación de sus dirigentes. Para la historia, se debe recordar que esta victoria se ha logrado en base a toda clase de artimañas, chantajes antidemocráticos, rayanos con el delito. Los empresarios entraron de lleno en la batalla política. No sólo obligaron a sus trabajadores a votar a favor del partido oficial, sino que, en algunos casos, presionaron por su inscripción forzosa en el partido para garantizar su respaldo al partido de derecha.


Los grandes medios de comunicación jugaron también un papel determinante en la batalla electoral. Unos, porque desde el principio hicieron de la defensa de la causa del candidato arenero su única razón de existir. Otros, en cambio, por convertirse en simples ecos de la agenda de prensa de los empresarios de medios comprometidos con la derecha. En este sentido, desde estos espacios se contribuyó a aumentar la polarización y la descalificación de los oponentes.


Por todo lo anterior, la victoria de Saca en primera vuelta en las elecciones pasadas, lejos de contribuir a dar certidumbre a la vida política, añade más sombra e incertidumbre respecto de la reacción de los actores socio-políticos. Ante el muy probable envalentonamiento de los dirigentes areneros en su interpretación del veredicto de las urnas, los responsables del FMLN anunciaron una batalla sin tregua para defender los intereses de la población. Es posible que en las primeras palabras de los responsables del partido de izquierda haya mucho de indignación y deseo de sobreponerse a la humillación sufrida. En todo caso, no cabe duda que su reacción es un indicio claro de crispación ante el cuarto triunfo de ARENA en elecciones presidenciales.


Mucho puede decirse sobre la razón de la derrota del FMLN; sin embargo, lo más importante en este momento es analizar los reacomodos que traen las elecciones y la medida en que la democracia podrá seguirse fortaleciéndose en el país. En primer lugar, la desaparición tan abrupta de los partidos pequeños, si bien puede traer más claridad en la vida política, no necesariamente significará el fortalecimiento del sistema democrático. Al contrario, el país parece perfilarse hacia un sistema bipolar, con predominancia de un solo partido. El resultado electoral abrumador de ARENA en las urnas fundamenta este temor.


En realidad, este hecho (los cuatros gobiernos consecutivos de ARENA) no hubiera despertado mucha suspicacia en un país diferente, con una tradición democrática fortalecida y unas instituciones del Estado funcionando de manera irreprochable. Sin embargo, dada la realidad de El Salvador, el maridaje desvergonzado entre grupos empresariales de presión con el partido más importante del país, son suficientes elementos para imaginar los peores escenarios para la joven democracia salvadoreña. Además, estos empresarios se implicaron de manera directa en la campaña electoral, propagando mentiras y asustando a los salvadoreños sobre posibles pérdidas de empleo en una eventual llegada al poder del partido de oposición.


En el contexto anteriormente analizado se debe situar el enfado de los dirigentes del FMLN. ARENA y sus aliados no respetaron en ningún momento los principios democráticos. Así, difícilmente podrán convencer a los responsables del FMLN de tener un comportamiento ejemplar en relación a su triunfo. El partido oficial hizo alarde de un repertorio impresionante de golpes bajos para alzarse con el triunfo electoral. El FMLN se siente, a su vez, legitimado para hacer una oposición obcecada y, por ende,irresponsable. En este sentido, los resultados electorales de los partidos pequeños no contribuyen a deshacer el nudo de la crispación política.


La idea de conformar un gran partido de izquierda lanzada por Héctor Silva, un día después de conocerse sus resultados desastrosos en las urnas, al parecer, busca evitar el escenario catastrófico de enfrentamiento estéril entre ARENA y el FMLN que se avecina para los próximos días. Vista así, la iniciativa de Silva tiene que alabarse. El ex candidato presidencial para la coalición de centro no sólo iniciaría un camino de reivindicación personal, sino que también intentaría ofrecer una nueva esperanza a los simpatizantes de izquierda que no se sienten identificados en la propuesta política del FMLN. Al mismo tiempo, se fraguaría una opción creíble de relevo de ARENA en el poder estatal.


Sin embargo, la bien intencionada y, sin duda, atractiva propuesta de Silva tiene que analizarse a la luz de tres lecciones básicas que dejaron las elecciones recién pasadas. En primer lugar, los grandes empresarios y demás sectores aglutinados en torno al partido ARENA no están dispuestos a respetar las reglas del juego democrático, de respeto a la dignidad del adversario y lealtad al sistema, entre otras. Han demostrado estar dispuestos a quebrantar todos los principios democráticos o de respeto hacia los otros ciudadanos, con tal de seguir en el control del poder. Este hecho se evidenció tanto en la campaña lanzada contra el FMLN como en su intento de responsabilizar a Silva en supuestos lavados de dinero en la Alcaldía de San Salvador. Han ido mucho más allá de sus derechos de manifestar simpatía o preferencias por una determinada opción política. Interpretan todo cambio político como una amenaza directa a sus privilegios en el sistema corporativista instaurado por ARENA.


En segundo lugar, los resultados de las elecciones pasadas demuestran que, en estas condiciones políticas, los partidos llamados de centro no tienen ninguna opción de desempeñar un papel importante en la vida política. El mensaje de moderación, sin una identidad política clara está condenado al fracaso. La coalición es vista como una versión adulterada de la derecha. Los salvadoreños decidieron seguir a ARENA, la versión original, antes que arriesgarse con unos políticos inestables, sin definición ideológica clara.


Otra lección que dejaron los resultados electorales del 21 de marzo es el hecho de que el FMLN, no obstante sus problemas internos y el rechazo que despierta en los círculos más altos de los empresarios, sigue siendo la única opción al partido ARENA. Un análisis de los datos arrojados por las elecciones indica que el FMLN ha sido el partido que más creció (113.84%), con respecto a las elecciones presidenciales de 1999. En este sentido, la victoria arrolladora del partido oficial tendría que leerse más que todo como una aplastante victoria sobre los partidos más pequeños. De hecho, un mejor resultado de estos últimos habría significado la contención o, en el peor de los casos, la derrota del partido de derecha.


Lo último no pretende justificar la derrota del FMLN. Se trata más bien de llamar la atención sobre el hecho de la inconsistencia electoral del llamado de Silva. Así, por muy inverosímil que pueda aparecer, en estas condiciones políticas, no hay alternativas fuera del partido de izquierda. Por esta razón, hay que prestar mucha atención al desenlace de la actual lucha interna en este partido. El principal problema del FMLN radica en la incapacidad de sus actuales dirigentes para generar confianza en una mayor cantidad de ciudadanos que ARENA. En la medida en que su actual proceso de renovación interna aborde con seriedad este problema, se habrá encarrilado en el camino hacia el relevo del partido oficial en el poder y se podrá augurar mejores perspectivas para la democracia salvadoreña.

G

 

Análisis


Los resultados de las elecciones presidenciales

 

Las elecciones presidenciales han arrojado unos resultados interesantes que hay que observar y contrastar con los de comicios anteriores. El dato general más relevante es la elección de Antonio Saca como presidente de la República, lo que hará que ARENA esté cinco años más en el gobierno. Por otra parte, también hubo un incremento notable de votos para el FMLN, aunque no lo suficiente para ganar las elecciones, o al menos para forzar a una segunda vuelta electoral. Finalmente, se encuentra la probabilidad de que el PCN y la coalición PDC-CDU desaparezcan, al no lograr el porcentaje mínimo de votos requeridos para su permanencia en el escenario político del país.

Las cifras
Según el escrutinio preliminar, con el 96.59% de las actas procesadas, los resultados presentan al partido ARENA como el ganador de las elecciones, por un margen de 22.10% sobre su más cercano perseguidor. El partido oficial habría conseguido un poco más de 1,190,235 votos, lo que representaría el 57.73% del total de votos válidos en el ámbito nacional. También habría ganado en todos los departamentos del país, inclusive en aquellos que tradicionalmente han tenido una mayor presencia de votantes efemelenistas. El FMLN habría obtenido un poco más de 734,469 votos, esto representa un 35.63% de los votos válidos a escala nacional.


Por otra parte, los partidos pequeños, aunque con una gran tradición histórica —PCN y PDC—, están, junto al CDU, bajo riesgo de desaparecer, por no contar con el porcentaje mínimo de votos requerido. En el caso particular del PDC y CDU, al participar coaligados, tendrían que haber logrado un mínimo del 6 % de los votos válidos. El PCN habría logrado captar un poco más de 56,289 votos, lo que equivale al 2.73%. La coalición obtuvo alrededor de 80,592 votos, con lo cual le corresponde el 3.91% de los votos válidos a nivel nacional.
 

Resultados generales de la elecciones de 2004

 

Partidos                 Votos     Porcentajes

 

ARENA          1,190,235    57.73%

CDU-PDC          80,592      3.91%

FMLN                734,469    35.63%

PCN                    56,289      2.73%

 

Total de

votos válidos 2,061,585  100.00%

 

Fuente: TSE. Escrutinio preliminar, con el 96.59% de las actas procesadas.


Las tendencias
Al igual que en las presidenciales de 1999, el partido oficial aventajó al FMLN, su más cercano contendiente, por un margen de 22%. En aquella elección, ARENA obtuvo el 51.96% y el FMLN, un 29.05% de los votos. Por tanto, y desde una perspectiva puramente aritmética, estamos ante un fenómeno ya visto. Ahora bien, hay que destacar que la diferencia en los presentes comicios se percibe más abultada, debido a que la cantidad de votos validos creció enormemente (74.38%) y han sido las dos primeras fuerzas políticas las que lograron beneficiarse con los nuevos votantes. Así las cosas, el partido oficial obtuvo un crecimiento de 94% con respecto a la cantidad de los votos logrados en las elecciones de 1999.


El FMLN, por raro que pueda parecer, fue el que registró el mayor crecimiento en las presentes elecciones. Esta organización creció en 113.84%, con respecto a los votos obtenidos en las presidenciales anteriores. Esto significa que el partido de izquierda aumentó más de dos veces el número de sus votantes. En esta dirección, hay que decir que uno de los aspectos que jugó un papel importante en el resultado de estas elecciones fue la irrupción considerable de nuevos electores, quienes en su mayoría habrían votado por el partido oficial. Obviamente hubo muchos que eligieron al partido de izquierda, pero también es importante la tesis que apunta a que la victoria del partido oficial puede ser el producto de la erosión de los votos de los partidos pequeños, especialmente de la coalición CDU-PDC.


Así, es interesante notar que, salvo la coalición, todos los partidos incrementaron su caudal de votos con respecto a las elecciones de 1999. La coalición, a pesar de estar constituida por dos partidos, disminuyó en 9.08% con respecto a los votos que el CDU obtuvo compitiendo solo en 1999. Esto significa que la alianza con la Democracia Cristiana no fue una decisión acertada.


Si en 1999 el CDU y PDC hubieran participado como coalición, habrían captado 155,847 votos y estos habrían representado el 13.18%. Suponiendo que estos partidos hubieran conservado a sus votantes, la coalición no se encontraría a punto de desaparecer, pues esos votos, ponderados dentro de la cantidad actual de votos, representarían el 7.56% de los votos válidos a escala nacional. De acá se desprende que es bastante probable que muchos seguidores de ambos partidos se hayan inclinado a dar sus votos por ARENA, más que por el FMLN. Esto puede deberse a que sus votantes sintieron una mayor afinidad con el partido oficial que con la izquierda. Sin embargo, esta no es una conclusión definitiva, puesto que se puede decir que los seguidores del PCN tienen una afinidad mayor con el partido oficial y este partido logró captar nuevos votos que, no obstante, son insuficientes para que los pecenistas sobrevivan políticamente.


Fuente: ECA 604-605, Febrero-Marzo 1999 y LPG.

En las elecciones se utilizó el Documento Único de Identidad (DUI) para ejercer el sufragio. Esto permitió ampliar de manera considerable el número total de electores en el país. Según los datos, la cantidad de personas que posee el documento asciende a 3,503,668. De estas, se obtuvieron 2,061,585 votos válidos, es decir, alrededor de 58.84%.
El total de electores que estaba constituido por el padrón antiguo, al igual que el actual, registraba prácticamente la misma cantidad de electores (3,537,091). Sin embargo, hay que notar que el antiguo padrón electoral tenía serias deficiencias, debido a que no se actualizaba constantemente. En muchos casos, tomaba como electores en ejercicio a personas ya fallecidas.
En sintonía con lo anterior, la participación en las recientes elecciones fue un éxito. En las elecciones del año pasado, hubo un ausentismo cercano al 60% de los empadronados en el antiguo sistema. Ahora las cosas son al revés: alrededor del 60% de los empadronados emitieron el sufragio el 21 de marzo. Debido a lo anterior, se puede decir que la cantidad de ausentes se redujo en alrededor de 600 mil personas. Aun así, se debe tomar en cuenta que aún existe una cantidad considerable de salvadoreños que no fueron a votar. Por tanto, siempre se debe hacer un esfuerzo encaminado a promover el voto. En esa dirección se estará dando pasos importantes para consolidar la democracia en El Salvador.

G

 

Análisis


El eterno desafío de la izquierda

 


Las recién pasadas elecciones fueron históricas, dado el considerable grado de participación que las caracterizó. La estrategia que llevó al partido en el poder a conseguir su cuarto triunfo consecutivo —convirtiéndose así en uno de los partidos políticos que han gobernado durante más años en la historia del país— también es una marca histórica. En gran medida, el reciente triunfo electoral de ARENA descansó en una ofensiva mediática sin precedentes. Los campos pagados difamatorios contra la persona del candidato efemelenista, tanto en radio, prensa y televisión, las visitas de opositores venezolanos y cubanos y un sinfín de recursos, a cuál más artero, convirtieron a los medios de comunicación en plataformas de ataque contra el partido de izquierda.


La izquierda no tuvo la capacidad suficiente para poder dar respuesta al aluvión mediático que se ejerció en su contra. No cambian demasiado las cosas si la izquierda se limita a decir que la victoria de su contrincante es ilegítima porque se basó en el miedo, lo cual es cierto. Lo importante es que la izquierda afronte un reto que no fue capaz de afrontar y que está en la raíz del éxito de la campaña arenera: su falta de capacidad para transformar la percepción de la realidad que tiene la mayoría del electorado, el cual no constituye, ni de lejos, el “voto duro” efemelenista.

El reto: romper la hegemonía de la derecha
Los resultados electorales son muestra de que las mayorías no han hecho suyo el proyecto de cambio de la izquierda. Cabe aventurar que no sólo han sucumbido a las campañas trasnochadas y carentes de fundamentos, sino que las aspiraciones que encarna el partido oficial son las del electorado que impuso su voluntad en las urnas.


Al margen de las posibles maniobras fraudulentas que pudieron haberse dado en las elecciones —hay quienes mencionaron la incursión de extranjeros traídos expresamente para que votaran por el partido oficial, aunque no hubo mayores pruebas de estas denuncias—, lo cierto es que la diferencia por la que se impuso ARENA dice mucho de la capacidad de hacer prevalecer su pensamiento en la consciencia de los electores. A esa capacidad de crear consenso favorable para sus intereses le llamaremos “hegemonía”, que se distingue de la imposición llana, en el sentido de que logra que el estado de cosas que conviene a ARENA se vea como lo mejor para el país.


La hegemonía de la derecha se ejerció a través del amplio dispositivo mediático que ésta tiene a su disposición. El que el candidato arenero subiera al poder de la manera en que lo hizo, permite augurar cuál será la tónica de su mandato. No es casual que el futuro presidente sea un empresario de las comunicaciones y sea dueño de una corporación radiofónica.


La guerra mediática sucia era algo que se veía venir. Sin embargo, el partido de izquierda no logró hacer mucho para conjurar el peligro. Pensó que con la estrategia de visitas “casa por casa” se lograría contrarrestar una maquinaria que atacó por cuanto flanco fuera posible.


El terreno de los medios es en la actualidad un campo decisivo en lo que respecta a la hegemonía de un grupo socio-político. El partido de izquierda no sólo fue incapaz de neutralizar el aparataje mediático de su contrario, sino que pecó de falta de astucia política para no caer en algunas celadas que se le tendieron para desacreditarlo ante la prensa. Eso dio pábulo para hacer ver que las imputaciones en su contra eran verdaderas.


Pero más allá de las respuestas inmediatas, la cuestión de cómo los valores que encarna la izquierda puedan llegar a influir a la población, es algo que está pendiente. La izquierda supeditó todo al partido político. Perdió de vista que si bien antes no disponía de las ventajas que la legalidad le otorga en la actualidad, en el pasado sus valores, su modo de interpretar la realidad tenían la fuerza suficiente como para organizar a la población en torno a su proyecto político.


La firma de la paz supuso una oportunidad importante para la izquierda. Ahora podía participar libremente en la vida política sin temor a la persecución en contra de sus miembros. Sus propuestas para el país podían llegar a mayores sectores de la población gracias a la prensa. Al menos en teoría. La práctica demostró varias cosas. En primer lugar, el poder de cooptación de la prensa. Al hacer que la política dependa de su soporte mediático, muchas veces las decisiones obedecen a problemas de imágenes que a la urgencia de resolver problemas estructurales. La derecha lo sabe muy bien, y ha jugado hábilmente esta carta. La izquierda, por el contrario, se metió al juego electoral-mediático presumiendo que la mera corrección ideológica y la trayectoria política de su candidato eran cartas de victoria. Menospreció la capacidad difamatoria de su adversario y el poder de los miedos atávicos hacia el “comunismo”.


Por otra parte, los medios de comunicación “alternativos”, sean próximos o no a la izquierda, por diversas razones, aún no logran llevar al gran público un mensaje distinto al discurso de las clases hegemónicas. El caso de las emisoras ex guerrilleras es el ejemplo de cómo ese “periodismo alternativo” no supo resolver la cuestión sobre cómo actuar en tiempos de paz. Estas emisoras, al no saber conjugar la necesidad de transmitir un mensaje político con la de llegar a la audiencia, terminaron privilegiando lo primero y perdieron su identidad.

Más allá de una simple estrategia de prensa
La recién pasada campaña electoral, basada en la guerra psicológica y en las amenazas de despidos que hicieron algunos empresarios, permite vislumbrar cuál podría ser la tónica de las próximas elecciones para la Asamblea Legislativa y para los gobiernos municipales. Hay que hacer un esfuerzo por desmontar la maquinaria del miedo, que viene a suplir a la maquinaria del fraude electoral.


Ese esfuerzo va más allá de reformular la estrategia mediática del partido de izquierda. Pasa por una revisión a fondo de lo hecho durante la campaña y pasa también por una reestructuración radical de las estructuras partidarias, para que estas se encuentren a la altura de los tiempos.


Por parte de la izquierda en su conjunto, el reto de ganar la hegemonía en la producción del pensamiento implica ver que el partido electoral no es ni el principio ni el fin de todo. Más allá del esfuerzo partidario, la izquierda tiene que tomar la educación política y la formación integral —comenzando por la de su militancia—como preocupaciones serias y a largo plazo. Es cierto que la izquierda no tiene grandes consorcios mediáticos a su disposición, pero también es cierto que acercándose a la gente y dándole elementos para fortalecer su capacidad crítica puede hacer mucho. Crear una visión crítica de la realidad, y no solamente predicando a los convencidos, tiene que ser una preocupación de la izquierda. De lo contrario, las armas de la derecha —el fraude, la coerción, la desinformación y el miedo— siempre estarán lista para sacar las castañas del fuego.

G

 

Análisis


¿Ganaron los medios?

 

No resulta suficientemente atinado afirmar que en los comicios presidenciales del 21 de marzo resultaron ganadores el partido ARENA y su candidato, Elías Antonio Saca. Con la cuarta victoria consecutiva de la derecha salvadoreña en presidenciales, los grandes medios de comunicación, controlados por un selecto grupo de familias salvadoreñas, lograron mantener sus privilegios en un orden social y político ya bastante consolidado por los sucesivos gobiernos areneros. Por esta razón, las grandes empresas mediáticas, tradicionales aliados del partido oficial, también ganaron en los pasados comicios. Pero esta afirmación, como se verá a continuación, también se torna insuficiente.

La omnipresencia de los medios
Las empresas de comunicación escrita, radial y televisiva más poderosas del país —entre las que destacan la Telecorporación Salvadoreña, los matutinos El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica y algunos influyentes grupos radiales— no escatimaron esfuerzos para llegar a todos los rincones del país con su contundente mensaje: la libertad de los salvadoreños estaba seriamente amenazada con un probable triunfo del candidato efemelenista Schafik Handal. Dieron rienda suelta a la campaña sucia que comparaba al principal candidato opositor con el mismo demonio y a un posible gobierno suyo con el mayor caos que pudiera conocer El Salvador. La inminente debacle se anunció a diestra y siniestra, tocando las fibras más sensibles del electorado salvadoreño: la amenaza a perder sus fuentes de empleo, sus remesas y sus ya maltrechas libertades.


Gustosos de servir como profetas del inexorable desastre comunista, los grandes medios de comunicación se prestaron al juego antidemocrático de difamar al FMLN y su candidato, incluso en el período en que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) —otra entidad cómodamente situada en la hipocresía antidemocrática institucionalizada— prohibía, a tres días de los comicios, publicar cualquier llamamiento al voto. Los “renglones torcidos del comunismo” no pedían explícitamente el voto a favor de ARENA, pero era suficientemente clara su intención de amedrentar a los salvadoreños para que no dieran su voto al FMLN. Al final, no hubo institución alguna que sancionase a nadie por esas claras transgresiones a la normativa electoral; ni los insistentes llamados de los dirigentes de izquierda denunciando la utilización de artimañas tan burdas, ni el hastío de la población en tragarse aquella publicidad. Lo que sí quedó claro fue la omnipresencia de unos medios que, cerrando filas en contra de la mayor amenaza a sus privilegios, se volcaron a pedir el voto por ARENA.

¿Quién es Rafael Menjívar?
En los más llamativos spots televisivos y radiales difundidos a lo largo de la campaña proselitista, luego de despotricar en contra del FMLN y Schafik Handal, firmaba un ciudadano salvadoreño —con la referencia del número de DUI— registrado como Rafael Menjívar. La identidad de ese “patriota” salvadoreño no interesa —indagación que queda para los acuciosos periodistas salvadoreños—. Sí interesa, en cambio, el simbolismo de los mensajes difundidos, lo que se esconde detrás de las imágenes vertidas y quienes están detrás del enigmático ciudadano.


Rafael, homónimo de uno de los arcángeles de Dios, compañero de batallas de Miguel, celestial defensor de quienes combaten en contra del mal y patrono de la reputada policía salvadoreña, es el nombre perfecto para quien se asumió como defensor de las libertades obtenidas un buen 15 de septiembre de 1821 y ratificadas desde que ARENA se encumbró en el poder desde hace ya tres lustros.


Rafael, para no resbalar en un burdo maniqueísmo, son quienes lograron beneficiarse de los gobiernos de ARENA y que veían en un gobierno del FMLN la pérdida de sus prerrogativas. Es el voto duro del partido, los prosélitos del nacionalismo y de la patria libre, del libre comercio y de la libertad de empresa, es decir, todo lo relacionado con las libertades individuales. Rafael son también quienes, indecisos, optaron por seguir con más de lo mismo, antes que arriesgarse a probar proyectos inéditos, jamás ensayados en El Salvador. ¡Más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer!, fue la máxima que guió a cientos que acudieron a las urnas y que dieron su apoyo al partido oficial, antes que arriesgarse al gobierno de un partido del que no conocen más allá de la administración municipal.


Rafael es el icono de las libertades, las mismas que ofrecieron los próceres de antaño y que poco difieren de quienes en la actualidad se autoproclaman como próceres de la nación. La historia se repite: la misma clase hegemónica pugnando por sus libertades y los gobernados creyéndose libres, con el agravante de darles su voto masivamente en unas elecciones signadas por la lucha entre los defensores del bien —los patriotas nacionalistas— y los que andan tras el “diablo en campaña” —los comunistas, secuestradores y asesinos—. La misma historia: la lucha del bien en contra del mal, sólo que dicho en caló salvadoreño.


En resumidas cuentas, Rafael Menjívar fue el personaje; la gran prensa nacional, los medios; y la victoria de ARENA, el fin. El trinomio funcionó a la perfección y el partido oficial, los grandes empresarios y los poderosos medios de comunicación tienen asegurado el “sistema de libertades” por cinco años más, a despecho de una oposición política que no logra digerir la derrota en las urnas.

Los perdedores
¿Quiénes perdieron en los pasados comicios?, menuda pregunta que no es ocioso intentar responder. En primer término, dicho por inercia, perdió el FMLN, desde la dirigencia hasta las bases, pasando por los mandos medios que ahora piden la reestructuración del partido. Salieron mal parados los que apostaron por un cambio en el país y depositaron sus deseos en la figura de Schafik Handal, hombre que no logró sacudirse la estela de miedo orquestada desde la derecha. También perdieron quienes depositaron sus esperanzas en ese partido y quienes esperaban un cambio en el país, aferrados a su convicción de que esta vez la ciudadanía no se dejaría embaucar por la sucia propaganda de la derecha.


Pero también los grandes medios de comunicación —aunque nunca lo lleguen a reconocer— perdieron una oportunidad histórica de mostrar su credencial democrática, al plegarse a los intereses del partido oficial, que son los mismos que defienden desde sus tribunas. No se trata solamente de no haber mostrado con tanta contundencia sus preferencias electorales a favor de ARENA y su candidato, sino de abrirse a la pluralidad de voces que resuenan en El Salvador. Tampoco se trata de una mera concesión equitativa de espacios a los candidatos contendientes, sino de algo que va más allá: someter a la sana crítica a quienes laboran desde el Estado en perjuicio de los salvadoreños y vehicular los intereses de estos últimos.


Reclamarles mayor compromiso democrático es pedirles a esos medios que renuncien a sus intereses, que consideran legítimos. Es exigirles sopesar entre las jugosas ganancias que obtienen de sus negocios y el compromiso ante una sociedad que todavía no aprende a vivir en democracia.


La poca calidad democrática de los grandes medios salvadoreños es crónica. En España era Aznar quien llamaba a los medios para que repitieran sus estribillos; acá, son los medios de comunicación quienes ofrecen sus servicios a Francisco Flores —el gran amigo de Bush y del presidente saliente del gobierno español—, mientras sus más notables empleados circulan gustosamente por los pasillos de Casa Presidencial como por sus despachos. La libertad a la que apelan los medios salvadoreños y la derecha nacionalista no existe más que en la parafernalia que adorna sus discursos.

A propósito de las encuestas preelectorales
El proceso electoral que concluyó el pasado domingo no sólo se caracterizó por ser el que, al final, registró el mayor nivel de participación de la historia política de El Salvador, ni tampoco por haber sido el más conflictivo, tenso y sucio de la posguerra, sino que por ser las elecciones en las que se cursaron más encuestas de opinión pública. Las motivaciones de las encuestas fueron diversas: desde aquellas que fueron diseñadas con el franco deseo de comprender la realidad subjetiva del país, pasando por aquellas cuyo objeto era predecir el resultado electoral, hasta las que fueron diseñadas con el aparente propósito de beneficiar el desempeño de un partido específico.


Las encuestas de opinión pública han tenido un creciente protagonismo en el desarrollo de los procesos políticos y electorales en El Salvador. Este país es probablemente el único en América Latina en donde un número considerable de universidades, aparte de los medios de comunicación y de las empresas de mercado, se dedican sistemáticamente a realizar sondeos de opinión preelectoral y que participan de forma activa en la discusión sobre las tendencias partidarias de cara a los comicios. Este fenómeno ha hecho que algunos analistas hayan comenzado a señalar, en el caso salvadoreño, que aparte de los actores tradicionales, las encuestas de opinión pública —sobre todo aquellas realizadas por instituciones sin vínculos orgánicos con estructuras partidarias— se han convertido también en actores políticos, cuya influencia en los procesos electorales es todavía incierta.


En tal sentido, se impone una reflexión sobre el papel de las encuestas de opinión pública en sociedades como la salvadoreña, que están tratando de construir un régimen democrático y de ampliar los espacios para que la discusión política y la toma de decisión de los ciudadanos sea efectuada con la mayor conciencia posible sobre la realidad. Las pesquisas de opinión pueden servir para esto último, pero pueden hacerlo en la medida en que las mismas estén bien hechas (Eso exige que el cuestionario utilizado sea escrupulosamente imparcial y balanceado, que la muestra esté técnicamente bien diseñada y distribuida, que los encuestadores se encuentren fuertemente entrenados y que la dirección de la misma sea competente y seria).


Las encuestas pueden ser útiles para la democratización del país también en la medida en que las mismas contribuyan a explicar las dinámicas de la subjetividad social y política de la población; de hecho, en política las percepciones son hechos y el salvadoreño común y corriente vota no basado en sesudos análisis sobre la realidad sociopolítica, sino basado en las percepciones de su entorno inmediato de vida. Y las encuestas pueden ser útiles para la construcción de un sistema basado en principios democráticos en la medida en que las mismas contribuyan más a que los ciudadanos se vean a sí mismos como colectivo y comprendan así sus propias preocupaciones, aspiraciones, miedos y esperanzas. Ignacio Martín-Baró, el fundador del IUDOP, solía decir que para posibilitar el cambio era necesario que la gente tomara conciencia no sólo de su propia situación sino también de los pensamientos y concepciones que sustentaban tal situación.


Las encuestas pueden servir para eso, pero también pueden servir para lo contrario, esto es, limitar las condiciones para la democracia. Pueden ser usadas también para obstaculizar la consolidación de los principios de libertad de información, pensamiento y de discusión que son fundamentales para la democracia. Lamentablemente, un examen del papel que tuvieron las encuestas, sobre todo las más publicitadas, en la campaña electoral, nos deja más cerca de este papel que del anterior.


Muchas encuestas fueron diseñadas simplemente para competir por la publicidad que representa decir qué partido va a ganar las elecciones y en qué ronda electoral va a producirse el ganador —si en primera o en segunda—. Y esta carrera de caballos hizo mucho daño no sólo a la confiabilidad de los sondeos en sí mismos, sino, sobre todo, afectó de manera inexorable el desarrollo de la campaña electoral.


Con el afán de predecir el resultado de las elecciones y ganar publicidad a partir de allí, muchas encuestadoras se enfrascaron en carreras en las que se sacrificó la metodología, el control y la responsabilidad que implica recoger las opiniones políticas de los ciudadanos. Esto desembocó en encuestas que proyectaban resultados electorales que hablaban de “empates técnicos” o que mostraban cifras que daban tumbos de una encuesta a otra y que representaban vaivenes políticos sin explicación razonable.


La insistente aparición de encuestas electorales con resultados concentrados únicamente en la predicción de los comicios y que mostraban diferencias significativas de una a otra, sólo contribuyó a la generación de falsas expectativas en unos sectores, a la aparición de amargas y violentas frustraciones en otros y a la profundización del desencanto en algunos más. Pero sobre todo contribuyó a la confusión y la negación de la realidad política que iba a marcar el resultado de las elecciones.


Sin la base de procedimientos metodológicos lo suficientemente probados y controlados, algunos encuestadores se apresuraron a justificar y a explicar los resultados de sus propias encuestas a partir de sus percepciones y de sus valoraciones personales sobre el proceso electoral. Sin comprender que la opinión pública no es uniforme y que, por lo general, es compleja, algunos conductores de las pesquisas encontraron la certeza de la validez de sus datos en la concordancia de los resultados de la encuesta con sus propios pensamientos acerca del proceso electoral.


Al final, el desenlace de las elecciones hace difícil pensar que en algún momento haya habido un escenario de empate electoral, al menos en los últimos tres meses de campaña. Pero también el mismo desenlace de las elecciones muestra la poca utilidad que tienen ahora esas cifras y ese tiempo gastado en explicar las razones del empate y de los vaivenes partidarios.


Lo anterior no significa que las encuestas fallen por el simple hecho de no anticipar con exactitud el resultado electoral. Significa más bien que las encuestas que se concentran en predecir las votaciones, en caso de que acierten, tienen un valor que se termina el mismo día de las elecciones; pero en el caso de que no acierten, producen un costo para las encuestas mismas y para la sociedad.

El acierto del IUDOP
La serie de encuestas preelectorales del Instituto Universitario de Opinión Pública acertaron con lo sucedido el pasado 21 de marzo, no tanto porque las cifras de la encuesta cursada en febrero hayan sido las más próximas al resultado electoral definitivo. No, el acierto no está en eso. El acierto del IUDOP reside en no haber apostado por la carrera de caballos estimulada por el ambiente electoral y en haber concentrado los esfuerzos por hacer un sondeo de opinión pública que sirviera de insumo fundamental para comprender el comportamiento de los electores, aún en medio de un ambiente tremendamente adverso y confuso, y entre enormes intentos de diversos sectores por deslegitimar el trabajo oportuno de los encuestadores.


Como en otros años, el IUDOP de la UCA y otras instituciones que se dedican a hacer encuestas responsablemente, enfrentaron los esfuerzos de los partidos políticos más grandes, tanto ARENA como el FMLN, por erosionar la capacidad y el prestigio de los encuestadores. Con ese fin se dedicaron a difundir rumores de supuestas encuestas que mostraban resultados inesperados, se dedicaron a usurpar el nombre del Instituto con tal de hacer propaganda directa y mintieron sobre los resultados de las encuestas preelectorales de años anteriores aludiendo a la falta de confiabilidad de las mismas.


Las pesquisas de opinión pública, desde cualquier punto de vista, no son infalibles. Ciertamente pueden fallar y sobre todo pueden errar dramáticamente cuando juegan a ser bolas de cristal. Pero el acierto del IUDOP en estas elecciones no tiene que ver con los resultados del voto partidario, sino con el esfuerzo por mantenerse fiel a sus principios de objetividad, independencia, profesionalismo y prudencia y, sobre ellos, haber insistido en que la sociedad entendiera su propia realidad, a pesar de lo dura que fuese.

G

 

Derechos Humanos


La vida… ¿sigue igual?

 

Mucho se ha dicho y opinado en estos días sobre las elecciones presidenciales del pasado domingo 21 de marzo. Pese a que los acontecimientos aún están “frescos”, tanto para los vencedores como para los vencidos, existen algunas conclusiones que ya se pueden establecer con bastante claridad. La más inmediata: que la abrumadora mayoría obtenida por el confirmado partido “oficial” nos libra de tener que seguir soportando, por más tiempo, el proselitismo de los institutos políticos en contienda. Pero, además y sin perjuicio de no estar todavía cerrado el escrutinio oficial, esta votación ha resultado “histórica” para los institutos tradicionales del anterior siglo surgidos a principios de la década de los sesenta: el Partido de Conciliación Nacional (PCN) y el Demócrata Cristiano (PDC) —“las manitas” y “los pescados”, como popularmente se les conoce– podrían desaparecer del panorama político al no haber obtenido el porcentaje suficiente de votos para subsistir.


No obstante lo anterior y más allá de lo anecdótico, es necesario centrar nuestro análisis en la que ha sido calificada como la mayor votación en la historia del país. Entre otras razones, porque es necesario realizar algunas precisiones respecto a cómo se obtuvo ese elevado número de sufragios.


Se dice que la victoria del Partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) es legítima. La razón fundamental para ello radica en el elevado índice de participación ciudadana; sin duda, se trató de una asistencia inusual a las urnas para una elección presidencial en El Salvador. Sin embargo, no podemos dejarnos llevar por ilusionismos democráticos, porque en el país todavía caminamos sobre la cuerda floja. En todo caso, una de las principales razones que provocaron esa afluencia masiva tiene que ver con el Documento Único de Identidad (DUI); votar con éste y no con el carnet electoral, facilitó superar trámites burocráticos y minimizó las posibilidades de fraude ese día.


El único hecho objetivo en el que toda o casi toda la gente coincide, tiene que ver con lo que se ha bautizado como la “fiesta cívica” ocurrida ese día. Sin embargo, realizar afirmaciones tan categóricas como ésta sin preguntarnos sus causas nos puede llevar directamente a la equivocación. Es cierto que fue pacífica porque no se produjeron significativos hechos de violencia. ¡Qué bueno!. Pero eso no quiere decir que la gente haya acudido a las urnas con tranquilidad. Prueba de ello es que la afluencia masiva de personas se dio durante la mañana y no en la tarde, por temor a los hechos violentos que pudieran acontecer. Pese a que hayan transcurrido más de trece años desde la firma de los acuerdos de paz, la población continúa sin poder procesar los miedos que padeció antes y durante el conflicto civil armado.


Y es evidente que mucha gente todavía se rinde ante la presión. En esta ocasión, el discurso de la derecha “oficial” llegó al extremo de situar las elecciones en el terreno de la lucha de clases; se trataba, según esa postura, del “sistema de libertades económicas” contra la “colectivización comunista”. Sin lugar a dudas, esa fue una de las líneas maestras trazadas en las que insistió ARENA y sus “fundaciones” hermanas tanto a través de la propaganda publicada en los medios masivos de difusión como en el discurso de sus voceros. De ahí que buena parte de la población decidió su voto pensando más en los riesgos individuales que podría padecer o solventar, sin considerar los de la colectividad en general. Incluso prefiere aventurarse mejor a salir fuera del país, que tomar decisiones trascendentales dentro de éste aunque se trate de una votación secreta.


Tan cruda fue la batalla que la publicidad se convirtió en un verdadero “bombardeo” y en esa contienda ganó quien contó con los mayores recursos a su alcance. Así, el mensaje proselitista que logró convencer a la mayoría fue que se acudiera a votar y que se votara por ARENA. Y si por algo aumentó su número de electores el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), fue por la reacción de su militancia y sus simpatizantes ante esa posible votación masiva a favor del contrario, más que por méritos propios. Con semejantes prácticas, se evidencia aún más la necesidad de establecer reglas claras y mecanismos eficaces que las hagan respetar, para evitar los abusos padecidos en esta coyuntura.


Asimismo el análisis debe alcanzar, necesariamente, a los partidos que participaron. Entre otras razones porque es impostergable y urgente la revisión interna de los mismos. De la oposición, el FMLN demostró la falta de olfato político de su dirigencia escogiendo al candidato menos adecuado para optar por la titularidad del Ejecutivo. Pese a duplicar el caudal de sufragios a su favor, por esa desatinada selección también recibió un voto de castigo proveniente de ciertos sectores. Además se ha confirmado que padece un serio problema de representatividad. Ésa izquierda que el FMLN dice representar dejó de ser la de un partido de masas y la alternativa de cambio real que prometían. Nuevamente, se evidenció que ya no es el instituto político que representa a las mayorías populares del país. Esto se constata, por ejemplo, en los departamentos donde mayor porcentaje de votos obtuvo el confirmado partido oficial, que son también los más empobrecidos del país.


Es imprescindible recordar que la consolidación del sistema democrático conlleva, no sólo el respeto de las reglas del juego por todos, sino también el reconocimiento de la cuestionada victoria del ganador de los comicios. En esta ocasión de ARENA, por mucho que todavía irrite hacerlo. La coherencia de la actual dirigencia del partido opositor está en cuestión con las reacciones inmediatas a la derrota electoral. Así, el movimiento insurgente que luchó contra el sistema terminó cediendo a las tentaciones de la democracia. Sin embargo, cuando las decisiones de la mayoría le son desfavorables arremete nuevamente regresando a los únicos métodos que todavía le resultan eficaces: los del mucho ruido y pocas nueces. La dirigencia actual sigue proponiendo lo único que ha aprendió hace décadas, pese a que la realidad hace tiempo que evolucionó.


En lo que corresponde al Partido ganador, y pese a la revalidación por cuarta vez consecutiva, es preciso concluir que ha recibido un voto de premio por un mal gobierno. Entre otras razones porque resulta inexplicable la obtención de una abrumadora mayoría absoluta con un proyecto tan excluyente. Las causas se encuentran en su campaña electoral manejada por la mentira. Todos sus esfuerzos mediáticos durante la campaña se destinaron a sacar rédito político del miedo interno que todavía permanece en la población y a sembrar el terror. Junto a esto se sumó el cuestionamiento de la sostenibilidad de las remesas, la única fuente económica que todavía sostiene al país.


En todo caso, de estas elecciones podemos asegurar una sola cosa: se ha confirmado la instrumentalización de la sociedad. Los partidos se convirtieron —una vez más— en el fin y no en el medio. Y las y los ciudadanos han terminado por convertirse en el medio de estos institutos para luchar y perpetuarse en el poder, sin que estos sean escuchados ni representados realmente.


Si alguien demostró tener voluntad democrática el pasado 21 de marzo fue la sociedad salvadoreña, que acudió masivamente a votar por encima de los llamados confrontativos y las mentiras que manejaron los partidos contendientes. Además, la elevada participación en esta elección ha escondido las fallas y las deficiencias de las instituciones responsables de vigilar y asegurar el debido proceso electoral. ¿Comprenderán los partidos y las instituciones este mensaje?

G

 


 


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