“La andadura de Ignacio Ellacuría de Portugalete, donde nació el 9 de noviembre de 1930, a San Salvador, a donde llegó por primera vez en 1949 y donde fue asesinado en 1989, puede recorrerse de diversas maneras. Una de ellas es relatar los acontecimientos que constituyen su biografía. Pero otra, quizás más apropiada para un intelectual de su talla, es hacerlo al hilo de seis encuentros con personalidades que, sin duda, marcaron su vida y su pensamiento de forma determinante.
Cuatro de estas seis personas son jesuitas, mientras que las otras dos son un laico y un obispo. Cada una de ellas es eximia en espiritualidad ignaciana, humanismo, poesía, teología, filosofía y fe cristiana. Estos maestros pusieron los fundamentos a partir de los cuales Ellacuría configuró su vida y su praxis. No obstante ser todos ellos determinantes, no repitió a ninguno.
1. Encuentro con la espiritualidad ignaciana: Miguel Elizondo
Los jesuitas del Colegio de Tudela nunca pensaron que Ignacio Ellacuría tuviese madera para ser uno de ellos y, por lo tanto, no le prestaron atención como un posible candidato para ingresar al noviciado. Por eso, entró en el noviciado de Loyola, para sorpresa de todos, por decisión propia, el 14 de septiembre de 1947. Tampoco se ofreció para ir a Centroamérica, cuando el maestro de novicios solicitó voluntarios. “Entonces teníamos un sentido muy simple de la obediencia”, comentó Ellacuría, en 1982. “No fue un sacrificio ni tampoco heroísmo. Y nunca me he arrepentido de haber iniciado una vida americana”1.
Ellacuría llega a El Salvador acompañado de otros cinco novicios y del maestro Miguel Elizondo. La misión del grupo era abrir el noviciado de la Viceprovincia Centroamericana, en la residencia que los jesuitas tenían junto a la iglesia de El Carmen, en la ciudad de Santa Tecla. En Elizondo, Ellacuría y sus compañeros, y las generaciones de novicios que les siguieron, encontraron un maestro con gran sentido común, avanzado para su tiempo, y con una espiritualidad profunda. Estas dos características marcaron la vida de aquellos a quienes Elizondo introdujo en la Compañía de Jesús.
Elizondo se esforzó por educar a sus novicios en la libertad de espíritu, el elemento esencial de la disponibilidad necesaria para cumplir con la misión encomendada por los superiores. En consecuencia, se empeñó por liberarlos de lo circunstancial —costumbres, devociones y reglas— para confrontarlos con lo fundamental: Jesucristo, los ejercicios espirituales de san Ignacio y las Constituciones de la Compañía de Jesús. De esta manera, los fue formando para la disponibilidad y la apertura a un futuro que no conocían, pero al cual no debían temer.
No obstante el enorme peso de la tradición de la vida religiosa, Elizondo puso a los novicios en contacto con la realidad centroamericana. Los impulsó a adaptarse al clima, a la comida y a la cultura local. Para aquellos jóvenes novicios, que les permitieran hacer deporte —frontón y fútbol sin sotana—, una actividad prohibida en España, era un indicio claro de lo que Elizondo intentaba inculcarles”.
Rodolfo Cardenal
Fragmentos tomados de “Itinerario Intelectual de Ignacio Ellacuría” en Revista Latinoamericana de Teología.