El pajarito presidencial recogió no hace mucho cuatro preguntas retóricas, típicas de las redes, que, aparentemente, justificarían la represión. La fuente original no responde a ninguna de ellas, porque, en sí misma, la pregunta encierra la respuesta deseada. La primera se sitúa en “un día más sin homicidios” para afirmar enseguida, en forma de pregunta: “¿A quién no podría no gustarle esto?”. Sostener lo contrario, sería una perversidad. Esa no es la dificultad, sino valerse del fin para justificar unos medios aberrantes. Perseguir el homicidio es una obligación estatal, más aún cuando la tasa ha sido abrumadoramente elevada. Pero no es el caso, sino el cómo se hace descender esa tasa. No cualquier medio es jurídicamente permitido, ni éticamente admisible, ni humanamente tolerable, aun cuando encuentre gran popularidad. Aparte que la premisa de la pregunta, “0 homicidios”, tampoco es verdadera, porque solo cuenta los asesinatos perpetrados por los pandilleros, lo cual revela la intención propagandística del conteo presidencial y, en general, de la seguridad ciudadana.
La segunda pregunta se sitúa en la misma línea: “¿Por qué les disgusta que en El Salvador ha caído la cifra de homicidios?”. Molestarse por ello sería insensato. De nuevo, la pregunta es malintencionada. Se condena el encarcelamiento de una cantidad indiscriminada y desconocida de inocentes, el maltrato y la tortura de pandilleros y no pandilleros, y la supresión de la independencia judicial. Las capturas no están respaldadas por una investigación fiscal y policial que arroje sospechas razonables, y los detenidos, por el hecho de haber sido encerrados, han sido declarados culpables y condenados a prisión por años sin término. El destino de los capturados está en manos de policías, soldados y carceleros convertidos en juzgadores.
La tercera pregunta da cuenta cabal de esta forma de combatir el homicidio: “¿Es por eso que afirman que hay una dictadura?”. Así es, en efecto. Su autor, Bukele y sus seguidores son de la opinión que la reducción de la tasa de homicidios bien vale una dictadura. El “0 homicidios” haría de esa forma de gobernar algo bueno y deseable. La lógica presidencial utiliza un bien incuestionable para transformar la injusticia y la opresión en valores políticos apreciados. Retiene un dato, mientras pasa por alto que la ciudadanía —en particular, la pobre y vulnerable— queda a merced de la voluntad del tirano y sus huestes. Después del reinado de las pandillas, ese peligro se menosprecia hasta que se experimenta la brutalidad del régimen en carne propia.
La última pregunta, “¿Con qué cifra estaría satisfecho/contento?”, confirma la cortedad de miras y la malicia de su autor. Insiste en colocar el centro de la discusión en la cantidad de homicidios, cosa que la población agradece, pero olvida interesadamente el método. Detrás de un dato, supuestamente objetivo, oculta la arbitrariedad jurídica, la inmoralidad política y la inhumanidad. La dictadura es buena para destruir, pero no para ofrecer una alternativa viable, sostenible y humana.
La reciente detención indefinida de más de 61 presuntos pandilleros es un despropósito judicial, social y humano. Implica un creciente gasto en un Estado ya muy endeudado; deja en el abandono a centenares de menores de edad, que crecerán, al igual que sus progenitores, en la calle, expuestos a rebuscarse la vida en la organización criminal; y, finalmente, la cadena perpetua de la gigantesca masa de detenidos es insostenible. En algún momento serán puestos en libertad. Los culpables, peor de lo que entraron, porque se les niega la posibilidad de reeducarse y sanarse para reinsertarse en la sociedad e intentar una vida honesta y digna. La cárcel es un centro de estudios criminales especializados, el lugar ideal para familiarizarse con el crimen organizado. Los inocentes saldrán física, psicológica y espiritualmente destrozados, y, por tanto, representarán una carga más para sus familiares.
Las cuatro afirmaciones en forma de pregunta se antojan evidentes para los fanáticos del régimen de los Bukele. En realidad, son aseveraciones superficiales e ingenuas, malintencionadas ciertamente, pero movilizadoras. Su fuerza estriba en explotar el sentir popular sin prestar atención a la racionalidad. La inteligencia no interesa, sino el seguimiento ciego del líder.
Hipnotizado por la popularidad derivada de la represión, Bukele ha activado una bomba de tiempo, pues fomenta lo contrario de lo que combate. La cadena perpetua no es la solución para un complejo problema estructural de carácter social, político, económico y cultural con una historia muy larga. Abarrotar más las cárceles con nuevas redadas puede que sostenga su popularidad, pero también acelera el estallido social de consecuencias imprevisibles. Ciertamente, “El Salvador ya no es el de antes”, pero no porque el actual sea menos desigual, más vivible y humano. El “0 homicidios” ha despedazado lo que quedaba del ya maltrecho tejido social.