Rodolfo Cardenal
Provocador, engañoso y triunfalista. Así se presentó Bukele en uno de los escenarios del conservadurismo estadounidense más rancio. Escenificó un colorido y ruidoso espectáculo de entretenimiento político con teorías conspirativas, sensacionalismo barato, insinuaciones perversas y odio. Tuvo el atrevimiento de indicarle a su auditorio y al próximo presidente de Estados Unidos lo que debían hacer. Los exhortó a seguir su ejemplo y a rediseñar de arriba abajo la institucionalidad democrática estadounidense para instaurar una dictadura como la suya.
Inmediatamente después de declarar la muerte del globalismo y de afirmar el aislacionismo, se tomó la libertad de intervenir directamente en la campaña electoral de Estados Unidos. Se presentó como un líder mundial exitoso y expuso el “ideario” que le ha dado renombre, algunos de los eslóganes más queridos de Trump y los suyos. Les dijo lo que querían oír, confirmó sus creencias y garantizó un triunfo similar al suyo. De la misma manera que había hecho realidad el eslogan “El Salvador primero”, ellos también debían hacer lo mismo con Estados Unidos.
Los puso sobre aviso acerca de las fuerzas ocultas no identificadas que conspiraban para destruir a Estados Unidos. En un segundo momento, atribuyó la conspiración a la comunidad internacional, las organizaciones no gubernamentales y las noticias falsas. Luego, señaló a la elite global. El único presunto conspirador que pudo identificar fue el millonario filántropo George Soros. Prueba irrefutable del avance de la conspiración es la expansión del crimen y la droga, promovida y protegida por las mismas autoridades estadounidenses. Sabe de lo que habla, ya que son los mismos conspiradores que hundieron a El Salvador. Su recomendación es destituir cuanto antes y sin contemplaciones a las autoridades corruptas e instaurar una dictadura militar, que imponga la ley y el orden. Los conminó a actuar rápido, antes de que el agua hierva y la rana ya no pueda saltar.
Al final del espectáculo, Bukele soltó una insólita teoría financiera. Animó a sus oyentes a no pagar impuestos, de por sí, muy altos. El auditorio rugió complacido. No pagar impuestos es la libertad. Bukele fue más allá. Les dijo que los obligan a pagarlos para crear la ilusión de que contribuyen con el financiamiento del Estado. Pero este se financia con la impresión de papel moneda. Aunque no les explicó a dónde iban a parar los impuestos ni como se sostiene con papel una economía como la de Estados Unidos, su público reaccionó clamando por su libertad.
Es así como Bukele enarboló la bandera de la libertad en Washington, mientras abogaba por una dictadura como la suya. La liberación de los impuestos solo es válida en Estados Unidos, aquí no perdona el impuesto al valor agregado de la canasta básica y los medicamentos. Es un despropósito mayúsculo proponer una dictadura en la capital de una nación orgullosa de la libertad. Sus fundadores sustituyeron la monarquía absoluta por un cuidadoso equilibrio de los poderes estatales, diseñado para impedir el abuso. El contrasentido no es problema para un auditorio desquiciado, que exige a gritos libertad y dictadura.
El Bukele nacional no admite la injerencia en sus asuntos, pero el internacional no tuvo reparos en entrometerse en la política interna de Estados Unidos. El héroe que enterró el globalismo en el país, lo desempolvó en Washington para hacer campaña electoral a favor de Trump. La lógica encuentra incomprensible estas contradicciones, pero las mentes desquiciadas las digieren sin dificultad. Viven en compartimentos inconexos y se quedan con aquellos que más les agradan.
La presentación internacional del éxito salvadoreño es otra muestra de ese desajuste. Bukele defendió la libertad de prensa, pero calló que acosa a sus críticos y les niega la información. Atacó las noticias falsas, pero omitió que es una de sus herramientas para manipular a la opinión pública. Se vanaglorió de la remoción forzada de jueces y fiscales por liberar a los pandilleros, pero olvidó que él hizo lo mismo con algunos de sus líderes. Pidió elecciones libres y limpias, pero pasó por alto el fraude electoral. Se presentó como ganador absoluto de esas elecciones, pero desconoció que fue reelegido por solo un poco más del 40 por ciento del padrón.
La serie de impertinencias fue recibida con repetidas ovaciones en pie por un auditorio extasiado con lo que consideró una representación extraordinaria. Bukele disfrutó el baño de las masas republicanas de Trump. También demostró una enorme habilidad para adaptarse a sus gustos. Bukele no revela lo que realmente piensa, sino aquello que sus oyentes desean escuchar, a cambio de sus aplausos, sus elogios y su admiración. En ello se complace y encuentra seguridad.