La mentalidad electoralista ya flota en el ambiente, y con ella, las voces de los candidatos. Los de la oposición, que han guardado silencio durante más de tres años, han encontrado la palabra para anunciar que participarán en las próximas elecciones, como si el electorado los aguardara ansioso. Hay quien piensa que puede ganar la presidencia y la mayoría legislativa y municipal en solitario; la ideología trasnochada y la soberbia partidaria pesan aún demasiado. Por su lado, el oficialismo no tiene ideología, pero sí arrogancia. Cuenta con ella para retener el poder total del Estado.
Asombra que, después de tan largo silencio, la oposición, de repente, tenga algo valioso que ofrecer a la gente. Si le interesara, habría mantenido una actitud beligerante y lúcida desde el comienzo del régimen actual. Si la derrota política la dejó sin ideas y palabra, lo honesto sería retirarse discretamente por la puerta trasera. Lo único que puede ofrecer es, otra vez, la hegemonía partidaria, la cual, en sí misma, tendría efectos transformadores o revolucionarios, según el color del partido. El desengaño con los partidos que hicieron la guerra y fueron luego incapaces de construir una sociedad menos desigual, menos injusta y más pacífica todavía persiste.
Ante la ambición electoralista de quienes aspiran a repetirse en el poder y de quienes aspiran a desbancarlos, cabe preguntar, ¿para qué quieren gobernar? Los antiguos lo hicieron muy mal. Su desgobierno abrió las puertas a los Bukele y estos no son diferentes, excepto que lo encubren hábilmente. De hecho, esta es una de sus prioridades. Los partidos más recientes, ¿ofrecen algo radicalmente diferente o son, más bien, comparsas del partido gobernante?
¿Saben acaso los pretendientes al poder cómo sanear las finanzas públicas y honrar la inmensa deuda sin aumentar la carga tributaria de las mayorías?¿Tienen claridad sobre cómo reactivar la economía, aumentar la productividad, multiplicar el empleo formal y digno de tal manera que no sea necesario enviar temporalmente desempleados al norte? ¿Han pensado cómo sanear las cuentas nacionales y aumentar la inversión en educación, salud, vivienda y medioambiente? ¿Tienen claro cómo superar la crisis causada por la mala gestión de las pensiones? ¿Cuentan con un plan para disminuir la desigualdad y la pobreza?
¿Qué harán con los casi 70 mil prisioneros? ¿Cómo garantizarán la seguridad ciudadana, controlarán eficazmente el territorio y respetarán los derechos ciudadanos y humanos? ¿Mantendrán la seguridad y la policía militarizadas? ¿Replegarán el Ejército a los cuarteles? ¿Reducirán su presupuesto para aumentar el gasto social? ¿Restaurarán la independencia de los poderes del Estado y pedirán cuentas a los usurpadores por sus desafueros? ¿Erradicarán los vicios heredados del pasado y explotados diestramente por los Bukele? ¿Fortalecerán y consolidarán la institucionalidad democrática? ¿Aceptarán con buen ánimo la crítica y la protesta social?
¿Serán intolerantes con los corruptos, en particular con los poderosos que han proliferado a la sombra del Estado? ¿Tendrán valor y capacidad para llevar ante la justicia a los corruptos del régimen de los Bukele? ¿Cortarán por lo sano la corrupción en su propia gestión? ¿Proporcionarán información completa y verás sobre ella? ¿Investigarán pronta y eficazmente las denuncias de corrupción? ¿Detendrán la depredación del medioambiente? ¿Revisarán la legislación para ponerla al servicio del bien general y acomodarla a la normativa internacional?
¿Saldarán las cuentas pendientes con las víctimas de los crímenes de guerra? ¿Buscarán a los desaparecidos hasta dar con su paradero? ¿Sentarán a los responsables de tantos crímenes ante la justicia? ¿Cumplirán con las recomendaciones de la Comisión de la Verdad? ¿Promoverán la verdad y la justicia? ¿Repararán el daño causado a las víctimas de la guerra y del régimen de excepción de los Bukele?
Las tareas son ingentes y los recursos humanos y materiales escasos. Sin embargo, ¿qué sentido puede tener ansiar el poder para mantener el ordenamiento heredado del pasado y profundizado por los Bukele? Participar en las elecciones por el prurito de ser elegido y reemplazar un poder con otro no es más que ambición y vanidad. Continuar en el poder por simple placer es enfermizo. En ambos casos, los candidatos engañan al electorado. Hacen promesas que saben bien que no cumplirán. Las candidaturas no obedecen al deseo de servir al bien general. En el mejor de los casos, este es servido de forma derivada
La candidatura tiene razón de ser si dispone de planes concretos y viables, si cuenta con un capital social y político para sacarlos adelante y, sobre todo, si es lo suficientemente atrevida como para gobernar a favor de las mayorías, con metas concretas e indicadores objetivos de cumplimiento. Lo demás es demagogia y alevosía. Tal vez sea mucho pedir a unos políticos socializados en el autoritarismo, la corrupción y la violencia. Sin embargo, no hay otra salida. La alternativa es continuar sumergidos en la ilusión de un bienestar que nunca se concreta. Cuando parece estar al alcance de la mano, se aleja.