Después de la debacle electoral, el Gobierno del FMLN anunció que se volvería hacia la gente. Pero el optimismo que rezuma el discurso presidencial del 1 de junio muestra lo contrario. El juicio de Sánchez Cerén sobre la realidad nacional es totalmente opuesto al de la mayoría de la población. Si el Gobierno, tal como asegura el discurso, hubiera colocado a la persona en el centro de su actividad, hubiera arrasado en las elecciones recién pasadas. Si hubiera fortalecido la democracia, la justicia, el crecimiento económico con equidad, la seguridad jurídica, la prestación de servicios y el bienestar familiar, cómo se explica que los beneficiarios de tantas novedades buenas le hayan dado la espalda en las urnas. El discurso del 1 de junio evidencia cuán alejado se encuentra el FMLN de la realidad nacional. Ahora bien, si el destinatario de ese discurso no era la gente, sino la oposición, tampoco la impresionó.
El cuerpo del discurso consiste en una larga serie inarticulada de logros en diferentes áreas. Pareciera que pretenden convencer por pura acumulación. El autor del texto no fue capaz de sistematizar de manera consistente la acción gubernamental del último año. Lo más lejos que llega es a afirmar que el Gobierno ha avanzado en el cumplimiento de los objetivos de algunos programas como Gobernando con la Gente, Festival del Buen Vivir y Casa Abierta. Esta acumulación no obedece a incapacidad, sino que es manifestación de una acción gubernamental fragmentada y de corto plazo, que se contenta con pequeños logros. Se echa de menos una valoración global, que contraste los avances con los fracasos, lo logrado con lo pendiente.
Muchas de las afirmaciones más importantes del discurso faltan a la verdad, como cuando se asegura haber reducido los homicidios y las extorsiones; enfatizado la prevención del crimen; comprometido a “la sociedad en el rescate y fomento de valores éticos y morales, y en la construcción de un tejido social solidario”, “con pleno respeto a los derechos humanos” por parte de policías y soldados; impulsado “el servicio de atención y protección integral a las víctimas, en especial a las mujeres”; modernizado el sistema penitenciario con la disminución del hacinamiento y la reinserción social; reducido “las desigualdades y las brechas sociales acumuladas por décadas” de tal manera que “más familias tiene hoy mejor calidad de vida gracias al acceso a servicios básicos”; detenido el uso patrimonial del Estado y resguardado firmemente los recursos del pueblo; consolidado la administración pública y la rendición de cuentas; creado una institucionalidad que permite la participación de la gente en las decisiones gubernamentales.
Si todas esas afirmaciones fueran ciertas, el FMLN no hubiera sufrido un revés electoral ni bajado a mínimos en las preferencias electorales. Si el Gobierno, tal como asegura el discurso, hubiera aceptado “el mensaje expresado en las urnas”, habría aprovechado la ocasión para hacer un ejercicio de realismo y honestidad. En vez de eso, solo reconoce, escuetamente, que “tenemos desafíos y tareas pendientes para hacer de El Salvador un país más productivo, educado y seguro, con justicia y paz”. El discurso del 1 de junio pone de manifiesto que el FMLN sigue sin “deberse al pueblo”. El Presidente ha dejado pasar una gran oportunidad para dirigirse a las mayorías empobrecidas. En realidad, no tenía nada que comunicarles.
Al Gobierno, a los partidos políticos y a los analistas les molesta muchísimo la popularidad del candidato de Nuevas Ideas. Casa Presidencial lo acusa de falta de ideas y propuestas “contundentes” en las áreas de seguridad, salud y educación. Pero el Presidente y los candidatos de Arena y del FMLN tampoco ofrecen nada “contundente”. Les molesta que sea “un gran comunicador en redes”, tal como señala acertadamente el vocero de la Presidencia. Entonces, por qué no lo imitan y compiten con él en las redes. Quizás el problema no sean estas, ni siquiera las propuestas, sino que ya han demostrado indiscutiblemente que no son fiables ni creíbles.
Un Gobierno cuyos funcionarios se declaran “herederos y custodios del legado humanista y profético de monseñor Romero, de su palabra viva y compromiso con la justicia, la verdad y su opción preferencial por los pobres”, no puede hacer afirmaciones que faltan a la verdad ni desentenderse del sufrimiento de los pobres. La “canonización de nuestro mártir” será “un nuevo mensaje de esperanza” “que fortalece la confianza de los salvadoreños en su presente y futuro” si se siguen sus pasos y si los empobrecidos, los oprimidos y las víctimas constituyen el centro de la actividad gubernamental. El Gobierno del FMLN no debe utilizar la santidad de monseñor Romero en vano.
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