Rodolfo Cardenal
El revés sufrido por el oficialismo en las elecciones municipales forzó a Bukele a intentar disimular la erosión de su popularidad en el nivel local con medias verdades. Contrario a las elecciones anteriores de 2021 y a las de febrero recién pasado, donde su popularidad es incuestionable, las municipales del 3 de marzo la han dejado mal parada. El ganador indiscutible de estas es la abstención (70%). El oficialismo solo obtuvo un poco más del 36 por ciento del tercio que votó, un poco más del 8 por ciento del padrón electoral. Ciertamente, Bukele y los suyos se apuntaron un hito histórico en estas elecciones: solo ganaron en 103 de las 262 antiguas jurisdicciones municipales, que representan un poco menos del 40 por ciento del territorio nacional, pero gracias al ajuste de las jurisdicciones consiguieron la mayoría de las alcaldías con el 11 por ciento del voto.
El descalabro indica que la popularidad de Bukele no abarca mecánicamente a los alcaldes. Dicho de otra manera, la aceptación en el nivel presidencial, aunque relativa, no es total, no tiene correspondencia en el orden local. La primera es abstracta y muy permeable al entrenamiento disfrazado de información y de obra grande. La otra, en cambio, se hace sentir con fuerza en una larga y apremiante lista de necesidades no satisfechas. Por tanto, está fuera del alcance de la distracción repartida a manos llenas por Casa Presidencial. De hecho, esto siempre ha sido así. La elección nacional se rige por un criterio diferente al de la elección local.
La reelección de Bukele no incluyó a sus representantes locales por la sencilla razón de que se han desentendido de la población que supuestamente gobernaban. Lo nacional le resulta demasiado grande o lejano como para sentirse afectada, no así el desafío cotidiano de sobrevivir en la precariedad. La propaganda electoral del oficialismo asumió que la aceptación de la reelección impulsaría las candidaturas de los alcaldes. Incluso los que ganaron, lo hicieron por poco. No representan a la mayoría de la población municipal. La gente los rechazó, no por ideología ni por preferir otra bandera, tal como son dados a pensar los partidos tradicionales, sino porque tienen la mirada puesta en Casa Presidencial y no en ella. Han demostrado ser incapaces para resolver cosas tan elementales como la recolección y la disposición de la basura, o la mejora de la infraestructura. Tampoco escuchan a las comunidades de los municipios, sino que les imponen insensiblemente lo que a ellos les parece adecuado.
El resultado de la elección municipal es también una derrota personal para Bukele. Confiados en su popularidad, sus candidatos se contentaron con respaldar su gestión. Así lo expresó una de sus candidatas favoritas, quien declaró, con la arrogancia propia del oficialismo, que no necesitaban hacer promesas ni anunciar planes, porque Bukele es todo para ellas. Nada extraño, entonces, que haya sufrido una estruendosa derrota en las urnas. No satisfecha, corroboró su pleitesía pidiéndole disculpas públicas por la decepción que le había causado su fracaso. En lugar de votar por las candidaturas oficiales, los pocos que acudieron a las urnas votaron por otras opciones, con sobrada razón.
En un típico giro oportunista, Bukele se desentendió del naufragio. Achacó la derrota a la pésima gestión de algunos alcaldes. Pero el principal responsable es él mismo, porque él los escogió, él les quitó la iniciativa y los fondos, y él toleró su ineficiencia y corrupción. La centralización y el autoritarismo no admiten escapatoria. En este sentido, los derrotados han sido víctimas de una gestión presidencial que los despojó de motivación e iniciativa, de creatividad y ejecución. Excusarse ahora diciendo que les negó su apoyo por considerarlos un fracaso, no lo libra de responsabilidad. La maniobra no es más que un hipócrita lavado de manos.
En todo caso, si la gestión municipal de sus peones era tan pésima, por qué no hizo uso del autoritarismo, tal como lo hace en otras áreas de la administración pública. No lo hizo porque no le importó y porque pensó que la población es totalmente dócil a sus designios. Calculó mal. Entretenido con los grandes espectáculos, la diversión y los megaproyectos de gran aceptación entre turistas y admiradores del exterior, olvidó algo fundamental: la vida de la gente. Tal vez no haya que aguardar mucho para que esta relacione su situación con el responsable último. Cuando sea insoportable la contradicción entre lo que el mandatario predica y promete, y el heroico esfuerzo de la mayoría para sobrevivir, el final de la dictadura no estará lejos.