Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
Lo sagrado ejerce una atracción irresistible en los políticos. Los candidatos acuden a los templos a oír misa con cualquier pretexto y siempre ocupan la primera banca o se agencian ministros y pastores que oren por ellos y les impongan las manos. Aun cuando su piedad fuera genuina, la principal razón es captar el voto cristiano. La oración, la imposición de manos y el aceite no parecen tener otro propósito que evidenciar el aval explícito de los representantes de esas confesiones religiosas para que las congregaciones voten por ellos con confianza. El que la Constitución, que dicen observar y obedecer, declare que el Estado es laico, no parece representar ningún obstáculo. Más aún, uno de los candidatos actuales, sorprendentemente, ha prometido libertad de culto, un derecho que ya está garantizado en la Constitución. En cualquier caso, todos esos actos poseen un talante claramente político electoral, al cual el Dios cristiano es completamente ajeno.
Como si eso no fuera suficiente, la confesión religiosa ha sido esgrimida en la actual campaña electoral para descalificar al candidato de Nuevas Ideas. Una hoja anónima expresa el temor a que un eventual presidente musulmán descristianice el país. El argumento es poderoso, porque inculca el miedo en un ámbito tan sensible como el religioso. Pero refleja más el miedo de sus autores a que su candidato sea derrotado. En cualquier caso, olvidan interesadamente que la Constitución no permite al Estado hacer proselitismo religioso, ni cristiano ni no cristiano, y que no se puede discriminar por razones religiosas. El argumento tampoco es cristiano, porque incita al odio y a la violencia religiosa. En realidad, el futuro del cristianismo en El Salvador no depende de la confesión religiosa de su Presidente. Además de manipular la religión con fines aviesos, estos presuntos cristianos sustituyen la confianza, lo más característico de la fe, por la seguridad, que los libera de la entrega confiada. En realidad, el mayor enemigo de la fe verdadera no es tanto la incredulidad, sino la tentación de la seguridad. Esos presuntos defensores de la fe cristiana son, en realidad, muy poco cristianos.
De todas maneras, el candidato de Nuevas Ideas, que antes había defendido la no confesionalidad religiosa, encontró pastores que lo ungieran como enviado de Dios. No es el primer candidato ungido. Otros ya lo hicieron en un pasado no lejano. Más allá de las buenas intenciones, el argumento bíblico de la unción es cuestionable. El candidato fue ungido como un nuevo rey David o Salomón. La referencia es doblemente equívoca. En primer lugar, porque El Salvador es una democracia, no una monarquía. La metáfora monárquica apunta al poder ejercido de manera absoluta. Y en segundo lugar, porque la monarquía israelita fue una decepción dolorosa y causa de desgracias sin cuento para el pueblo, precisamente, porque fue ejercida como poder absoluto. Casi todos los reyes fueron corruptos e injustos y, por esa razón, repudiados por Yahvé. El mismo David fue guerrillero, bandolero y mujeriego. El poder ejercido absolutamente es opresor y criminal. El Antiguo Testamento no es buena fuente para justificar la idoneidad de los políticos.
El Nuevo Testamento ofrece una posibilidad para el candidato que anda a la búsqueda de la confirmación divina. Si este fuera el caso, no debe actuar como los jefes de las naciones, que las dominan despóticamente, ni como los poderosos, que las oprimen. El candidato cristiano debe ser el servidor de todos. Y todos son los pobres, los enfermos, los abandonados, los que no cuentan, no los ricos, ni los empresarios, ni las potencias. Jesús indicó cómo hacerlo en la última cena con sus discípulos. En esa ocasión, les lavó los pies, una tarea de esclavos, para que ellos también se los lavaran unos a otros. Así, pues, si algún candidato se considera enviado por Dios, debe renunciar a ser el primero y a ser servido, para en cambio ser el último y el servidor de todos. Debe renunciar a los símbolos tradicionales del poder y adoptar los del servidor. Por esa razón, la fe del Presidente es algo muy secundario. Lo más importante es luchar para liberar a las mayorías pobres de su pobreza y de toda clase de opresión y violencia. Hasta ahora, nadie se ha presentado como candidato presidencial para ser el último, para servir y para lavar los pies a los demás.
Quizás es mejor dejar a Dios en paz, fuera de las ambiciones políticas y de las campañas electorales. Quienes promueven y participan en la bendición o la unción de candidatos, conciben la fe como poder. Por eso, la monarquía de Israel les viene como anillo al dedo. Pero Jesús mostró que el camino es el inverso: no desde arriba, sino desde abajo. Casa Presidencial, o cualquier otro poder del Estado, no es un buen sitio para cumplir la voluntad de Dios, a no ser que el Presidente coloque su poder institucional al servicio de los pobres y los donnadies. Dado que esto es inconcebible, mejor no tomar el nombre de Dios en vano.