Rodolfo Cardenal
El oficialismo no se ha demorado en colocar la reelección de Bukele bajo la bendición de Dios. “En nombre de Dios, ¡aquí vamos!” ha exclamado el presidente de la legislatura, quien agregó la siguiente petición: “Que Dios te ayude, amigo mío, te guarde y te siga bendiciendo, a ti, a Gaby, a Layla y a la bebé, que pronto estará con ustedes”. Quienes imploran estas bendiciones no caen en la cuenta de que la fe que supuestamente las mueve exige una determinada conducta. Están convencidos de que Dios está de su parte y, en consecuencia, bendice su régimen injusto y violento. Dios estaría tan satisfecho con ellos que desea que sigan en el poder. Así, pues, el dios del oficialismo bendice la reelección y promete toda clase de beneficios.
La idea de Dios del oficialismo tiene su atractivo, pero adolece de una confusión grave, que conviene dilucidar. Una cosa es creer en Dios, invocarlo y apelar a él, y otra, muy distinta, conocerlo. Lo primero cae en el campo de la religión y la superstición; lo segundo tiene que ver con lo verdaderamente cristiano. La Biblia advierte que es posible establecer una relación idolátrica no solo con el ídolo, “hechura de manos humanas”, sino también con el mismo Dios verdadero. Esto ocurre cuando se lo falsifica en provecho propio y se presenta como obediencia a su voluntad lo que es simple manipulación. Este es el caso del oficialismo. Utiliza a Dios para justificar la reelección y, por tanto, la prolongación de la injusticia y la violencia, del despilfarro y la incompetencia. En su temeridad, el oficialismo presenta sus desmanes como obediencia a la voluntad divina.
El desvarío es tal que la invocación del “amigo” de Bukele tiene tonos dinásticos. Implora la ayuda, la protección y la bendición divinas no solo para este, sino también para su esposa y sus hijas. Aun cuando solo fuera un arrebato afectuoso, no puede evitar desvelar que la dictadura pretende prolongarse en la descendencia de Bukele. Algo que él mismo ha promovido, al utilizar a su hija mayor, una menor de edad, con fines propagandísticos, con la anuencia de la madre, una acérrima defensora de los derechos de la infancia. La exposición pública del heredero del trono es un recurso de las monarquías tradicionales para que, al faltar el mandatario actual, no quede duda de quién debe ocupar su lugar. Las monarquías actuales son más discretas, quizás porque la sucesión está institucionalmente asegurada. De todas formas, es paradójico que la pretensión dinástica de la familia Bukele haya sido explicitada por el presidente de una legislatura teóricamente republicana.
Este funcionario está persuadido de que “Con la fe puesta en Dios y de la mano del pueblo salvadoreño, continuaremos la refundación de nuestro país”. El oficialismo coloca el pueblo al lado de Dios como otra razón de ser. Otra manipulación clamorosa, porque el régimen no camina de la mano del pueblo. La actividad legislativa, presidida por este funcionario, desprecia su sentir y su pensar. Solo cuenta la voluntad de Bukele. La sumisión de los legisladores es tan completa que no discuten los proyectos de ley, no leen los documentos ni escuchan a las partes afectadas por sus votaciones. Los diputados legislan para Bukele, ocupan un escaño para servirlo y satisfacen diligentemente sus deseos. En este sentido, los legisladores del oficialismo han hecho de Bukele un ídolo ante el cual se inclinan y sacrifican el bienestar del pueblo al que dicen representar y servir.
En segundo lugar, la popularidad de Bukele debe tomarse con cautela, porque se mueve por impulsos emotivos irracionales, en concreto, por el odio. Es, en consecuencia, una popularidad manipulada y dirigida. La estrategia reelectoral gira en torno a la construcción de relatos basados en la desinformación y el odio. A sus estrategas les parece más importante derrotar que ganar, razón por la cual convierten al “otro” en un ser odioso. Indudablemente, los discursos repetitivos que suscitan emociones fuertes impactan en la población. El odio, combinado con otras emociones básicas como la ira, explota la dimensión más emocional de la opinión pública, al mismo tiempo que desplaza a la razón. El odio resiste el olvido y fija ciertas ideas. El odio es una herramienta eficaz para provocar unas reacciones determinadas en beneficio exclusivo de Bukele y su familia.
La sociedad que se mueve por esos impulsos es manipulable y dirigida. Por tanto, no es libre, sino sometida a los caprichos de la familia presidencial. El apoyo popular a la reelección no es genuino, sino una ficción. Eficaz para los fines dictatoriales, pero artificial. Dios y el pueblo son dos manipulaciones perversas que no redundan en una sociedad más humana, realizada y plena.