Rodolfo Cardenal
En Argentina, Bukele no pudo presentar la economía nacional como su segundo gran éxito después de la seguridad. El ego y la realidad se combinaron para traicionarlo. Se presentó ante la vicepresidenta argentina como un líder cosmopolita y refinado, sin convencer. El discurso enrevesado y el lenguaje rebuscado no fueron suficientes para imprimir credibilidad a un relato desinformado, inconsistente y contradictorio. La expresión de pasmo de su interlocutora, ultraderechista, pero educada, lo dijo todo. Bukele quiso presentar una realidad económica muy prometedora, pero se perdió e hizo exactamente lo contrario
En efecto, reconoció que el desempleo es general. Las tres excepciones que hizo para matizar esa realidad no están respaldadas por las estadísticas oficiales. La zona rural se vacía a pasos agigantados por falta de empleo y no existe un plan de recuperación. La construcción ha retrocedido y el desempleo ha aumentado. Es falso, por tanto, que se importe fuerza de trabajo hondureña y nicaragüense. En la industria, el desempleo se ha duplicado en un año. El turismo no es diferente. Bukele no se atrevió a analizar el problema. Se contentó con agregar un lacónico “ahí vamos”. No podía decir más, porque no había nada más que decir. La economía no va ni bien, ni mal. Puede ir mejor, pero también puede ir peor.
En esa ambigüedad del “sí, pero no”, Bukele le dijo a la vicepresidenta que la juventud es una “apuesta grande” y, sin más, negó la incidencia de los proyectos directos —el grafiti, las patinetas y el hip-hop— que trajo a cuento como prueba al aclarar que “no hay forma que el gobierno tenga presupuesto para cambiar a una generación de jóvenes”. Mucho menos si recorta el presupuesto de educación y cultura para engrosar el de la presidencia y la defensa. La juventud no es prioridad para Bukele. Al igual que la mayoría de la población, debe aguardar a que, en algún momento, “la economía mejore”, ya que es “la única forma de cambiar todo”. Cuando eso ocurra, los jóvenes se animarán a hacer dinero y a acumular patrimonio.
Eso no ocurrirá. La economía no crece por arte de magia ni multiplica ininterrumpidamente por dos el PIB, desde uno hasta los miles de millones de dólares, tal como un Bukele impertérrito le aseguró a una vicepresidenta estupefacta. Confundió el interés compuesto con una simple multiplicación. Una extravagancia que las redes digitales no le perdonaron. En consecuencia, los desempleados y los jóvenes, continuó Bukele, no deben desesperar. La prosperidad llegará, aunque “no va a pasar de la noche a la mañana”. Eso sí, cuando llegue, no será de “unos pocos, sino la economía de la mayoría”. No obstante, hasta ahora, no ha dado ningún paso para redistribuir el ingreso nacional, que se acumula en los grandes capitales, las multinacionales y su familia.
Abandonada a las fuerzas ciegas y la mano invisible del mercado, la economía crea un capitalismo salvaje, el ideal del neoliberalismo actual. Por tanto, si llega a crecer, no será en beneficio de los desempleados y los jóvenes. Tampoco habrá escuelas, hospitales, infraestructura y “todo lo demás”, tal como promete Bukele. Su presupuesto para el año que viene así lo establece. El ejército de desempleados ya no es el motor de la economía. En su lugar, Bukele ha colocado la infraestructura. Tal vez porque no había descubierto “la función simétrica” de las carreteras, que lo mismo conducen a la escuela que a la playa o al trabajo.
El desarrollo con equidad exige más que un crecimiento económico multiplicado por dos hasta el infinito. Exige decisiones, programas, mecanismos y procesos orientados a una mejor distribución del ingreso, a crear fuentes de trabajo digno y a la promoción integral de los jóvenes, los desempleados y los excluidos en general. Pretender aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral, crea más desigualdad y exclusión.
La invocación del nombre de Dios no faltó en Argentina. Bukele confesó ser un creyente sincero y abundó en sus creencias. Reconoció la misericordia de Dios y la dignidad de todos los seres humanos, imagen e hijos suyos. La profesión de fe de Bukele no es tan piadosa como parece. Se sirvió de ella para justificar la violación sistemática de los derechos humanos de la población penitenciaria. Dios perdona a sus hijos arrepentidos, pero él no. Dios los creó a imagen suya y les confirió una dignidad irreductible, pero sus carceleros y torturadores los tratan como objetos abominables.
La fe verdadera no pisotea la dignidad de los hijos de Dios, incluidos los criminales. Estos no son un error, sino ovejas perdidas, que cometieron errores, algunos muy graves. Nadie es un error y todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, algo que Bukele les niega. No actúa como hijo de Dios, sino como ángel exterminador. Cabe recordarle que con la medida que trata a los otros, así será tratado cuando le llegue la hora.