Rodolfo Cardenal
La diferencia entre un nuevo comienzo y el acomodo es la ruptura total con el pasado, con la forma de dominación y acumulación de capital, y con quienes han estado vinculados con la estructura anterior del poder, con el enriquecimiento ilícito y con la violación de los derechos humanos. El régimen de “nuevas ideas”, a pesar de lo que predica, no ha roto con el pasado. La dominación sobre la sociedad es mayor que antes. No es, pues, más que un acomodo. La acumulación por el despojo, un mecanismo típicamente neoliberal, que se remonta al primer presidente de Arena, ahora perseguido por la justicia de Bukele, campea por sus respetos, más extensa e intensamente que antes: otro acomodo más y no de poca trascendencia. Muchos personajes, en particular, en los mandos militares y policiales, tienen una larga trayectoria. Mañosos en el oportunismo, han sabido acomodarse a los vientos que soplan hoy.
Hay novedades, faltaría más, pero no elevan el nivel de vida de las mayorías. En buena medida, es más de lo mismo, incluso peor. El capital se sigue concentrando en pocas manos, mientras que las mayorías son empujadas cada vez con más fuerza hacia la penuria. La elevación del costo de la canasta básica es un ejemplo claro. Y las ideas es una de las deficiencias más agudas del autoritarismo de Bukele.
Desde el primer momento ha querido olvidar el pasado y se ha esforzado por poner gestos que marquen un nuevo comienzo, pero sin romper con las prácticas tradicionales del poder. El “orden” de Bukele alcanza cotas cada vez más altas de corrupción, de encubrimiento e impunidad, de ineptitud administrativa, de deuda e iliquidez, y de represión y brutalidad. Amaga con hacer justicia a las víctimas de la guerra civil y con perseguir a los corruptos, pero el sistema solo procesa a los sospechosos o acusados que, por razones desconocidas, son enemigos personales de Bukele o carnada para las redes digitales. Mientras tanto, por los despachos y pasillos de la dictadura circulan funcionarios de todo nivel y empresarios nacionales y extranjeros corruptos, y agentes del terror. El objetivo del régimen de excepción se ha deslizado casi imperceptiblemente de los pandilleros a los sindicalistas, los vendedores callejeros, los líderes comunales y la oposición popular. El régimen de Bukele es una redición, mejorada, de la dictadura militar de las décadas anteriores a la guerra.
Las voces que pregonan tiempos nuevos no saben bien lo que dicen o, lo más probable, lo saben y son asalariadas. Bastantes son inconscientes, pero otras saben bien lo que hacen. En el otro extremo hay una opinión pública ansiosa por experimentar un cambio sustancial en su vida. Por eso, recibe agradecida la erradicación de las pandillas. Pero su sensación de seguridad es engañosa. Ahora, esa opinión puede entrar y salir de las colonias y los pasajes sin temor, pero con hambre, enferma y desempleada. Las desapariciones y el feminicidio no han experimentado un retroceso significativo. Los traficantes trajinan sus mercancías ilegales. Y el rufián de poca monta ha regresado.
La falsa sensación de que algo se mueve en la dirección correcta es reforzada con la exhibición de construcciones megalómanas, mientras la basura se amontona en los espacios públicos de varios municipios, la infraestructura escolar permanece abandonada y las municipalidades recortan sus servicios por falta de recursos. El espacio dejado en el centro de San Salvador por los vendedores callejeros y su abundante clientela, atemorizados de acabar en la cárcel de la excepción, ha sido ocupado por los misioneros de las criptomonedas. En cualquier caso, las novedades de Bukele exigen la renuncia voluntaria a los derechos civiles, políticos y humanos. Buena parte de la opinión pública le ha entregado su libertad para que haga según su voluntad.
A pesar de su éxito, los arquitectos del régimen no las tienen todas consigo. Son conscientes de que su creación es frágil. Por eso la alimentan constantemente con obras aparentemente nuevas, que proyectan como evidencia de ruptura y adelanto. Esas construcciones lo mismo dan la falsa impresión de avance que ocultan la dura realidad. El denso velo que las envuelve es crucial para mantener el engaño. Si el quehacer de Bukele generara bienestar general y fuera tan genuino y brillante como asegura, no tendría reparos en mostrar todos los entresijos de su gestión. Al contrario, los exhibiría en detalle para suscitar la admiración y las felicitaciones. Pero eso es imposible, porque la fachada oculta mucha porquería.
La hipersensibilidad no es más que inseguridad. Sus creadores saben bien que han levantado un castillo de naipes, cuya defensa es vital para evitar el colapso. Hasta ahora, la negación sistemática de información, la improvisación por falta de visión y entendimiento, la distracción para evitar enfrentar los desafíos reales y la agresión verbal y las amenazas han dado los frutos esperados. Pero nada garantiza que este peculiar acomodo al pasado sea sostenible a mediano plazo.