Rodolfo Cardenal
En la Asamblea General de la ONU, Bukele incursionó territorio hasta ahora inexplorado. Se presentó como profeta de calamidades. En el lenguaje tremendista de la ultraderecha, anunció la hecatombe del mundo libre. Pero no todo está perdido. El país que reinventó se alza como un faro luminoso en medio de las tinieblas que envuelven a las naciones. Dijo saber bien de qué hablaba, porque él ya había pasado por la decadencia y había dado con la solución.
No propuso cambiar el rumbo de este mundo que camina irremediablemente hacia su aniquilación. Por ahora no se atrevió a tanto. Su medicina es más modesta. Ofreció El Salvador reinventado como nueva arca de Noé donde quienquiera puede entrar para “capear la tormenta”. Mientras las otras naciones padecen la división, la preocupación, el peligro, la hostilidad, las tinieblas y el pesimismo, en El Salvador prevalecen la seguridad, la tranquilidad, la luminosidad fulgurante y el optimismo. Bukele puso a disposición de la comunidad internacional el refugio que ha construido en El Salvador para ponerse a salvo de la extinción.
En efecto, en dicho refugio, la seguridad, la libertad y la independencia son plenas y van de la mano, acompañadas por “la floreciente industria turística”. Dentro de sus fronteras no existe la censura, no se encarcela a la oposición, sino solo a “los malos”, no se confisca la propiedad privada y se respetan en su totalidad los derechos humanos de “los buenos”. En síntesis, este país “no tiene comparación” y el éxito personal de Bukele es “innegable”.
En realidad, los males de la humanidad le tienen sin cuidado. Mientras los otros gobernantes que hicieron uso de la palabra en la Asamblea General se refirieron a la crítica coyuntura internacional desde perspectivas diferentes, Bukele se presentó como el paradigma de todos ellos. Les echó en cara que sus naciones no solo no son seguras, libres, independientes y vivibles, sino también decadentes y condenadas a la destrucción. Él, en cambio, es un éxito rotundo. Hablar en estos términos, en un foro donde está representada una gran variedad de países, incluidas las potencias, es petulancia y altanería.
El mensaje fue recibido con indiferencia. Quizás más de alguno, en su excentricidad, lo encontró divertido. Bukele no convence y el aplauso general sigue sin llegar. La indolencia de la comunidad internacional es comprensible. No hay libertad cuando la mayoría pasa hambre, no tiene acceso a la salud, está desempleada y sufre riesgo medioambiental. No hay libertad si existe miedo a expresar opiniones contrarias a la oficial y a denunciar la corrupción. Tampoco cuando se bloquea a los seguidores de los funcionarios y de las instituciones públicas por considerarlos enemigos. No hay libertad si la información pública está secuestrada.
No es cierto que la oposición no sea perseguida y encarcelada. No es cierto que haya respeto a los derechos humanos. No es cierto que la propiedad privada está garantizada, tal como lo desmienten las repetidas confiscaciones. Ni la libertad de expresión, ni la propiedad están protegidas en un país donde Bukele controla el sistema judicial. Las cosas no andan nada bien cuando busca médicos especializados en otros países, porque los nacionales desertan.
Es totalmente falso que la población salvadoreña, sin excepción, se haya “unido para trabajar y apoyar cada una de [las] decisiones” de Bukele. La protesta multitudinaria de las organizaciones sociales el 15 de septiembre dice lo contrario. El descontento es cada vez mayor y más combativo. El temor a las represalias retrocede ante la indignación y la cólera. Las filtraciones de algunos de los trapos sucios de la dictadura es otro indicador de ese malestar. Hasta ahora, Bukele dominaba indiscutiblemente las redes digitales. La exposición de algunas de las intimidades impresentables de su régimen lo ha colocado a la defensiva.
Es difícil saber si habla de buena fe o si es un redomado embaucador. Si lo primero, habla sin datos, tal vez porque su círculo íntimo lo mantiene en la ignorancia para no perturbar sus quimeras. Si lo segundo, no debiera mentir por respeto a ese pueblo al cual dice sentirse obligado y para no usar el nombre de Dios en vano, un nombre que invoca venga o no a cuento, quizás en busca de legitimidad.
Los apremios de la realidad no propician “las aspiraciones espirituales”, tal como Bukele aseguró en New York. La prioridad de las mayorías es asegurarse un “mínimo vital”, sistemáticamente negado. En su país no hay cabida para todos. Los extranjeros —en particular, los estadounidenses— encuentran más espacio que los propios salvadoreños, sobre todo los empobrecidos, quienes, con sobrada razón, siguen abandonando el arca de Bukele.