Rodolfo Cardenal
“El Estado de derecho nunca [puede ser] objeto de la más mínima excepción, ni siquiera en tiempos de crisis”. La tesis no la ha enunciado una organización de derechos humanos ni un movimiento social de protesta, sino el papa Francisco. No la proclamó pensando en El Salvador de Bukele, sino ante una delegación de abogados del Consejo de Europa, este lunes recién pasado. Sin embargo, la interpelación es válida y muy actual, y, por porvenir del papa, lleva impresa su autoridad humana, cristiana y moral.
La afirmación no es ingenua. El papa es consciente de que corren tiempos de crisis económica, social, de seguridad e identidad que desafían a las democracias occidentales y les exigen una respuesta rápida y eficaz. Pese a ello, pide preservar la democracia y el respeto a la libertad y la dignidad humana. A primera vista, la petición parece conservadora y tradicional. Sin embargo, la colocación de la persona humana y su dignidad en el centro del derecho frente a la creciente marejada autoritaria la vuelve revolucionaria. “El Estado de derecho está al servicio de la persona humana y pretende tutelar su dignidad, y esto”, insiste el papa, “no admite excepciones. Es un principio”.
La persona humana y su dignidad constituyen, por tanto, un límite intraspasable. Ni siquiera, tal como argumenta Bukele, la presión “ante las emergencias puede llevar a la tentación de hacer excepciones, de limitar ?al menos temporalmente? el Estado de derecho”. “El miedo a los disturbios y las violencias” y “la posibilidad de trastornos en los equilibrios establecidos” no son argumentos válidos. Pese a ello, la superación de las crisis no está reñida con la acción eficaz. El desafío consiste en enfrentarlas sin violentar a la persona y su dignidad.
El curso tomado por Bukele es, para Francisco, una prueba irrefutable de cómo “cada vez se extiende más una concepción errónea de la naturaleza humana y de la persona humana, una concepción que debilita su propia protección y abre progresivamente la puerta a graves abusos bajo la apariencia de bien”. El error consiste en “reivindicar cada vez más los derechos individuales, sin tener en cuenta que todo ser humano está vinculado a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están vinculados a los de los demás y al bien común de la propia sociedad”. Dicho de otra manera, la libertad, la seguridad y el bienestar no son verdaderos si no son universales.
La deriva individualista es muy tentadora, pero conduce a “soluciones fáciles e inmediatas”, que responden a una “mala comprensión del concepto de los derechos humanos y a su paradójico mal uso”. En consecuencia, el papa pide mantenerse alertas. Esa clase de soluciones conserva intacta la raíz de las crisis. Pese a ello, esta es la opción de El Salvador de Bukele. Las consecuencias, advierte el papa a sus visitantes, “podrían relegar a los pueblos a ‘purismos angélicos’, a ‘totalitarismos de lo relativo’, a ‘fundamentalismos antihistóricos’, a características éticas ‘sin bondad’ o a ‘intelectualismos sin sabiduría’”. Estos males, que el papa señala como una posibilidad, son realidad cotidiana en el país. El Estado de derecho no está al servicio de la persona, sino que se ha convertido en una “versión falsificada y manipulada según intereses económicos e ideológicos”, y también, cabe agregar, por ambiciones de poder y dinero.
El respeto categórico a la persona y su dignidad no admite ninguna excepción, porque su origen trascendente “prohíbe cualquier violación”. La trascendencia “exige que, en toda actividad humana, la persona se sitúe en el centro y no esté a merced de las modas y los poderes del momento”. Por tanto, la práctica estatal debe estar fundada en la verdad sobre los seres humanos, su origen divino y su destino final. Sin un esfuerzo “constante para buscar la verdad sobre la persona humana, de acuerdo con el plan de Dios, los individuos se convierten en la medida de sí mismos y de sus acciones”.
La interpelación de Francisco es indirecta, pero no por eso menos real. Si bien no se dirige a la sociedad salvadoreña, el papa tiene delante, en lenguaje presidencial, “el mundo mundial”. La injusticia y la violencia no solo son universales, sino también tienden a ser cada vez más mortíferas y destructivas. El Salvador no es la excepción. Probablemente, la denuncia de Francisco pasará desapercibida para la cuenta presidencial en X, muy selectiva y de entendimiento corto.
Las reflexiones del papa interpelan a los cristianos conscientes de su fe y de sus implicaciones prácticas. Negar la apertura trascendente de los seres humanos es negar la creación y a su Creador para aferrarse a un materialismo sin futuro.