Rodolfo Cardenal
El modelo de Bukele, reclamado por algunos ilusos como solución ideal para la violencia de sus países, es inviable. El nuevo cerco militar de miles de soldados y policías, en Chalatenango, así lo pone de manifiesto una vez más. El pretexto fueron dos homicidios; en realidad, es un escarmiento a una población desafecta al oficialismo. El motivo no es la seguridad, sino humillar y atemorizar. Los presuntos homicidas fueron capturados antes de tender el cerco y la zona bajo asedio está libre de pandillas desde hace bastante tiempo, gracias a la organización de las comunidades. El modelo de Bukele no persigue el crimen, sino disciplinar a una población insumisa. No pretende devolver una tranquilidad no alterada, sino inculcar miedo.
La farsa ya la experimentan quienes ayer circularon por las calles y las plazas del país con la sensación de una seguridad hasta hace poco insospechada. Confiados en que no debían nada y, por tanto, nada tenían que temer, se han encontrado de repente con que las fuerzas de seguridad de Bukele, en las que habían depositado su confianza y agradecimiento, ahora los extorsionan. Les exigen dinero para no hacerlos víctimas de la violencia del régimen de excepción. Extorsionados antes por los pandilleros, ahora lo son por los soldados y los policías. No es simple casualidad ni daño colateral, como gusta decir al oficialismo para evadir sus responsabilidades; el abuso y el terrorismo son elementos fundamentales del modelo de Bukele. No es fácil depurar a unos soldados y policías a los que les dio vía libre para atropellar y violentar a pandilleros y a sospechosos de serlo.
Concluida la guerra contra las pandillas, las fuerzas represivas de Bukele aterrorizan a la población para complementar sus salarios y acosar a las mujeres. Y se sienten autorizadas para desvalijar y asediar a una ciudadanía indefensa. Una vez garantizada la impunidad, no será fácil sofrenar sus instintos sin provocar descontento en sus filas. De hecho, imitan a sus jefes y no ven razón para renunciar a ello en un régimen caracterizado por la arbitrariedad. La corrupción y el terror han desbordado la cúpula de la dictadura y se han desparramado entre sus bases.
Pero la mano dura de Bukele tiene preferencias. A los pandilleros los ha recluido en una cárcel construida expresamente para ellos, donde gozan de unas facilidades que niega a los otros prisioneros del régimen de excepción, sometidos a la desnutrición, las enfermedades, la tortura y, eventualmente, la muerte. A los grandes jefes de las pandillas no los molesta, algunos incluso fueron sacados del país por Casa Presidencial.
Tampoco persigue a todos los criminales. Ignora el narcotráfico y otras formas de crimen organizado. No perturba sus negocios. Actúa contra los narcotraficantes cuando Estados Unidos le señala un objetivo. En este caso, se traga el orgullo nacionalista y actúa según las instrucciones. Mientras tanto, la organización criminal se fortalece, amplía su radio de acción y consolida un poderoso imperio económico. La mano dura de Bukele desconoce la articulación de criminales, políticos y funcionarios. Tampoco se hace cargo de los feminicidios, las desapariciones forzadas y la corrupción. El concepto de seguridad del modelo es muy simple.
Cercos militares como el de Chalatenango y despliegues masivos de soldados y policías con armas de guerra y equipo pesado no son el medio más eficaz para combatir el crimen organizado. Mucho menos el común. Aparte de inútiles, esas demostraciones implican una pesada carga para una hacienda pública exhausta. El instrumento más eficaz es la inteligencia y la acción policial informada, como la utilizada en las operaciones contra el narcotráfico, ejecutadas bajo la supervisión de tropas estadounidenses. La movilización de miles de soldados y policías no es más que la exhibición de un poderío inservible y caro.
No obstante, la superficialidad y la trivialidad de la receta de Bukele aparenta ofrecer una salida rápida y barata. Crea la impresión de hacer mucho, cuando, en realidad, hace poco. Bukele ha tomado el camino más fácil. La desarticulación de las pandillas le ha granjeado popularidad interna y admiración en círculos extremistas del exterior. Más allá de las apariencias, las raíces de la criminalidad organizada y de la violencia extrema, el empobrecimiento, la vulnerabilidad y la falta de oportunidades permanecen intactas. Estos males no tienen solución inmediata y requieren de complicados acuerdos políticos y sociales de mediano y largo plazo, y de un liderazgo que Bukele no posee.
Otras consideraciones aparte, como la democracia o los derechos humanos, el modelo de Bukele es, en sí mismo, una farsa bien comercializada. La seguridad que ofrece es más aparente y de corto plazo que real y sólida.