Rodolfo Cardenal
El Salvador del café, del surf y de los volcanes es también el de las inundaciones y los derrumbes con casi dos decenas de muertos, miles de damnificados e infraestructura en ruinas. En los cinco años de reinvención no ha habido mayor avance en la mitigación y la prevención de las catástrofes naturales que periódicamente azotan al país. Las más castigadas son las mayorías, forzadas a vivir en sitios de alto riesgo, porque no han encontrado un lugar seguro. Los diseñadores del país de Bukele han ignorado la vulnerabilidad estructural del territorio, el cambio climático y la creciente violencia de los fenómenos naturales. Temerariamente, decidieron asentar su reinvención sobre bases muy frágiles.
En su defensa no pueden alegar la fuerza y persistencia de las lluvias de la semana pasada, porque es bien sabido que este fenómeno y otros como los terremotos y las sequías son recurrentes y devastadores. El aumento de la temperatura es nuevo, pero vino para quedarse. Varias voces cualificadas advirtieron insistentemente de la agudización de la vulnerabilidad del país, que Bukele y los suyos se empeñan en reinventar. Evitar los fenómenos naturales es imposible, pero mitigar los riesgos hasta minimizarlos está al alcance de los gobernantes y la comunidad organizada. La dictadura, encandilada y ensoberbecida por el mesianismo, pensó que podía crear un país totalmente nuevo sin considerar las limitaciones estructurales existentes. No prestó atención a las comunidades que, conocedoras de su entorno, advirtieron su temeridad.
Irónicamente, algunas de las obras más emblemáticas del nuevo país salieron mal paradas de este trance, dejando al descubierto la imprudencia del diseñador y la mala obra del constructor. Los estragos dejados por los aguaceros son un recordatorio del abuso irresponsable de un medioambiente ya sobreexplotado, que castiga tanto a los megaproyectos de la dictadura como a las mayorías desprotegidas. La tragedia humana y la destrucción material evidencian cómo el capitalismo neoliberal salvaje conduce al país hacia el precipicio.
La dimensión de la catástrofe y la incapacidad para responder a las demandas de ayuda de las comunidades parecen haber dejado a Bukele sin palabra. Habló tarde y mal. Mientras el país y su gente padecían las inclemencias de lluvias torrenciales, habló de sí mismo. Casi al final del temporal, reprodujo la portada de una revista especializada en negocios y finanzas, destinada a los millonarios y a los aspirantes a ingresar en ese círculo exclusivo, donde aparece su cara. Se la cedieron no por méritos, sino por haber pagado una abultada cantidad de dólares. Luego, terció para defender a su ministro de Educación, duramente criticado por llamar a las aulas en medio de la tormenta. La defensa fue desafortunada. Se trataba de equilibrar los riesgos reales con la retención de los escolares en los centros educativos, aun cuando la mayoría no reúne condiciones para albergar a los damnificados, muchos menos a los estudiantes.
La crisis medioambiental de la semana pasada develó otra faceta de las limitaciones de la seguridad del país de Bukele. La mayoría de sus habitantes está a merced de los embates de la naturaleza por la inopia gubernamental. Casa Presidencial no está preparada para lidiar con los fenómenos naturales. Imprudentemente, desmanteló las estructuras de protección y previsión existentes, y lo que dejó lo centralizó de tal manera que anuló su capacidad para reaccionar. Los llamados de auxilio de muchas comunidades quedaron sin respuesta y el abultado presupuesto asignado a esas labores se esfumó sin dejar rastro.
Si los millones de dólares empleados en frivolidades como el espectáculo del 1 de junio hubieran sido invertidos en mitigar y prevenir los riesgos de un medioambiente muy frágil, el resultado hubiera sido otro. Es cínico que, a posteriori, la cúpula de la legislatura pida a la población donativos para atender a los damnificados, cuando ella es también responsable de la pérdida de vidas humanas, de infraestructura pública y de medios productivos. Invoca la solidaridad de una población a la cual dice representar, pero cuya suerte le tiene sin cuidado.
Bukele perdió una oportunidad para presentar la seguridad medioambiental como otro hito de su gestión. En vez de cuidar de los desamparados, se ausentó. La única presencia presidencial fue el nutrido equipo de fotógrafos y camarógrafos que registró la escenificación de varios ministros que habrían salido al rescate de los damnificados. La gestión de los riesgos es temeraria. El país del café, del surf y de los volcanes se derrumba.