Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
Arena y sus aliados se muestran preocupados, alarmados incluso, por el curso tomado por la crisis de Venezuela. La prensa afín la sigue diariamente y le dedica amplios espacios. A juzgar por la preocupación externada por sus portavoces y los despliegues de la prensa, pareciera que Arena y sus aliados han descubierto su vocación americana y democrática. El discurso expresa una consternación aparentemente genuina. Pero solo se interesan en Venezuela. Las crisis periódicas de la Bolivia de Evo Morales, perteneciente al mismo círculo de la izquierda revolucionaria venezolana, los traen sin cuidado. Tampoco llama su atención la crisis surgida en Ecuador, a raíz del cambio de Gobierno, también de izquierda. Colombia y su proceso de transición los observan de lejos, aunque debieran seguirlos de cerca, porque contienen elementos relevantes para El Salvador, como la justicia transicional, un medio eficaz para enfrentar las violaciones a los derechos humanos durante la guerra. La vecina Nicaragua de la familia Ortega solo figura en la agenda por ofrecer asilo al primer expresidente Funes, quizás porque las inversiones del capital salvadoreño en ese país son cuantiosas y estas tienen prioridad sobre la democracia. Argentina y Brasil son un descanso en la turbulenta política latinoamericana, pues se encuentran en las manos seguras de Gobiernos neoliberales.
La intensa preocupación por Venezuela no es genuina, sino falsa e hipócrita. El interés en los avatares de la crisis se debe a la relación de su Gobierno con el de El Salvador. Una relación más de orden económico que político-revolucionario. En efecto, los temas relevantes de esa relación son petróleo barato, términos comerciales y financieros favorables, e inversiones. La relación es esgrimida como argumento en contra del Gobierno del FMLN; la tesis implícita es que este pretende crear otra Venezuela en El Salvador. El temor es tan exagerado que parece real. Incluso los precandidatos presidenciales de “La nueva visión” y “Mi gente” se han sumado al coro de los atribulados. Hablan de futuro desde el pasado anticomunista de su partido. No interesa el sufrimiento de la gente en sí mismo, sino la excusa que ofrece para censurar al Gobierno del FMLN, al que identifican sin más con el Gobierno venezolano.
Lamentablemente, para todos los temerosos y atribulados, El Salvador no puede ser otra Venezuela, aun cuando el FMLN se lo propusiera. No puede serlo porque la realidad histórica es muy distinta y porque el país no dispone de los recursos petroleros de la nación suramericana. Tampoco puede serlo porque un liderazgo como el de Chávez nunca se ha dado en El Salvador; porque el Gobierno de Caracas cuenta con una organización de base con la cual el FMLN solo puede soñar; porque la relación del Ejecutivo con el Ejército, al cual ha cooptado y corrompido, aquí tiene otra complejidad; y porque Arena y sus aliados no tienen la organización ni la trayectoria de la oposición venezolana.
No hace mucho, la preocupación angustiada y angustiante de esos sectores era que El Salvador se convirtiera en otra Cuba. Hoy, ese argumento no tiene sentido. Venezuela se antoja más próxima por la relación de los Gobiernos. La mera existencia de empresas independientes del capitalismo nacional resulta intolerable para la empresa privada agremiada salvadoreña, aun cuando las dos son igualmente capitalistas. Ahora bien, si la preocupación es la sanidad de la gestión financiera, incluidos los prestanombres, el movimiento de capitales y ganancias, las empresas fantasmas y los paraísos fiscales, habría que comenzar, por coherencia, con la gran empresa agremiada. Una somera investigación mostraría que tanto las unas como las otras utilizan al Gobierno para cerrar negocios favorables y para evadir controles e impuestos. La razón no es ideológica, sino de competencia capitalista.
Afirmar que el FMLN pretende hacer de El Salvador una Venezuela es un disparate político y eso lo saben bien los más lúcidos de la derecha. Pero ese no es el punto, sino el temor que provoca en la población el fantasma venezolano y que la predispone hacia el FMLN. La suerte de la población y los políticos venezolanos le importa un comino a Arena. Lo que interesa es reforzar el miedo al FMLN con vistas a las elecciones. El argumento venezolano es un flanco más en la fiera lucha de los partidos políticos por el poder. Un partido que recurre al temor para elevar su nivel de aceptación y su potencial para captar votos es un partido sin ideas sobre cómo “rescatar” al país. En realidad, las ideas no interesan. Hablan de rescate, porque su objetivo es arrebatarle el poder al FMLN para profundizar el modelo neoliberal, cuyo principio básico es austeridad para los pobres y crecimiento ilimitado para los ricos.