Rodolfo Cardenal
La reelección presidencial y la elección legislativa han puesto al descubierto la verdadera naturaleza del régimen de los Bukele. A diferencia de otros eventos como las competencias deportivas y las mises, las elecciones desvelan con claridad meridiana de qué pasta está hecha su dictadura. Muy pagada de sí misma, proclama con orgullo que “el soberano” expresó su voluntad. Una licencia electorera, porque solo votó un poco más de la mitad en la elección presidencial y algo menos en la legislativa. En el exterior, el voto cumplió su papel de aupar al oficialismo, pero la abstención es muy elevada. En cualquier caso, eso no significa que la voluntad de los votantes haya sido respetada.
La voluntad que ha prevalecido es la de Bukele, “el soberano” por naturaleza. Su dictado se impuso mediante el engaño y la coacción de sus informáticos y sus huestes, dirigidos por funcionarios de alto rango y protegidos por policías, fiscales y la misma autoridad electoral, usurpada por Casa Presidencial. La mesnada del oficialismo acosó a la prensa y a la observación internacional. A juzgar por estos hechos, la orden era obtener por la fuerza unos resultados que no dejaran dudas sobre la popularidad del “soberano”. Consiguió bastante, pero se quedó corto. El resultado de su reelección solo indica una aceptación un poco superior al 40 por ciento del sufragio. En la legislatura no alcanzó los 58 escaños anunciados y la aceptación es todavía menor.
El oficialismo no debe olvidar que su triunfo está mancillado por un fraude masivo y sistemático. En sentido estricto, los elegidos no representan al pueblo salvadoreño. Este no los ha elegido libre y limpiamente, sino “el soberano”. Él los escogió y los eligió a cambio de que estén incondicionalmente a su servicio. La soberanía popular es incompatible con la insaciable ambición de poder y fama. El principal rival del “soberano” no son los partidos políticos, sino los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales influyentes y la prensa independiente y crítica. Prueba de ello es el discurso de la máxima representante de la autoridad electoral, que intenta reducir a la irrelevancia los numerosos señalamientos de fraude. Según ella, el proceso ha sido completamente transparente y objetivo. Las denuncias que apuntan a lo contrario no son más que especulaciones, motivadas por intereses partidarios y perversos. Solo acepta “la complejidad de varias situaciones”, sin dar más explicaciones.
Estos son tiempos de obsesión por el poder. “El soberano” está obsesionado con ejercerlo sin controles ni límites. Por eso se aísla de la comunidad internacional, cuyos compromisos se le antojan una interferencia inaceptable en el ejercicio de su soberanía. “El soberano” y sus servidores encuentran en el ejercicio del poder absoluto su realización personal y, sobre todo, un medio indispensable para enriquecerse y vivir sin trabajar, a costa del pueblo salvadoreño, al que dicen representar. Primero sirven a su “señor” y después, en la medida en que este se los tolera, se sirven a sí mismos.
La obsesión con el poder los coloca fuera del ámbito de lo legal e ilegal, de lo moral e inmoral, es decir, al margen de las obligaciones constitucionales y morales, y de las instancias controladoras y las consideraciones éticas. Por anticonstitucional o perversa que sea su conducta, como en el caso de la reelección o del llamado “régimen de excepción”, se les antoja indispensable para defender “un bien mayor”. De esa manera, actuaciones como las de la máxima autoridad electoral se les antojan triviales. No es extraño, entonces, que no encuentren motivos para el desasosiego y la vergüenza.
La democracia, las libertades ciudadanas y los derechos humanos solo son relevantes cuando no se tiene el poder. Bukele, antes de apoderarse del Estado, se presentó como demócrata convencido. Una vez en el poder, este lo exime de actuar dentro de la institucionalidad democrática y tener alguna obligación ética. No es simple casualidad que el fraude electoral haya coincidido con información que corroborara, otra vez, la hipocresía del “soberano”. En cuestión de horas, puso en libertad a uno de sus candidatos a alcalde, a pesar de que, a diferencia de miles de capturados, la Policía había documentado su vinculación con una de las pandillas más grandes.
El desenlace de la reelección y la elección legislativa ha dejado en evidencia la inutilidad de acudir a las urnas. La conducta del “soberano” justifica la abstención. Las elecciones no son más que un simple formalismo vacío y sin credibilidad. Solo la obsesión por el poder explica una actuación tan torpe. Más aún cuando las dos elecciones estaban ganadas de antemano. Probablemente con menos votos favorables. El diablo ha demostrado una vez más que su poder reside en su maestría en el arte del engaño.