Rodolfo Cardenal
Ocultar la información es imperioso. El acceso a las entrañas de Casa Presidencial comprometería seriamente la imagen de Bukele y echaría a pique su mandato. La información es “reservada” no porque comprometa la seguridad del Estado, sino la viabilidad de la gestión de los Bukele. ¿Cómo informar a los cotizantes de los fondos de pensiones de la multimillonaria pérdida del valor de sus ahorros? ¿Cómo decirles que sus intereses fueron sacrificados para dar un respiro a una hacienda pública exhausta? ¿Cómo reconocer que el retraso en el pago de los salarios y los proveedores, la escasez de alimentos en las escuelas y de medicamentos en los hospitales y el seguro social, y las obras empezadas para luego ser abandonadas se deben a la falta de liquidez? Si la gestión fuera tan brillante como alega, la información sería abundante y minuciosa, pues redundaría en la grandeza de Bukele. La mediocridad y la corrupción obligan a difundir cuanta obra comienza, está en desarrollo o concluye, por pequeña que sea. Mejor poco e insignificante que nada. La multiplicación y la repetición crean la impresión de mucho y grandioso. Casa Presidencial agita las redes digitales con trivialidades para proyectar una imagen fascinante.
No puede dar acceso a sus interioridades sin cometer un suicido social y político. La podredumbre que encierra dejaría sin palabras a propios y extraños. El silencio es, pues, imprescindible, así como también la información a medias o adulterada, y la mentira descarada. No hace mucho, uno de los pilares del gabinete de seguridad expresó que ninguno de ellos, “mucho menos el presidente [podrían] dormir tranquilos si llegamos a condenar a un inocente”. A los colombianos no los soltaron para evitar el insomnio. La desesperación de las madres y las mujeres de los detenidos, que aguardan noticias de sus seres queridos en los alrededores de las cárceles, es tan despreciable que no les quita el sueño.
Las vigilias interminables y los reclamos de estas mujeres, aunque latosos, los ignoran. No encajan en el guion presidencial. Tampoco las mujeres que se desloman en una maquila, las que arrastran carritos con la venta o la cargan sobre su cabeza, las que buscan a sus hijos desaparecidos o sepultan los cadáveres salidos de las cárceles, las que se prostituyen para comer, las que son víctimas de la violencia machista o la abuela que cuida a nietos abandonados. Estas mujeres son repulsivas e insufribles para el régimen, que solo tiene ojos para las surfistas, las evangelistas de la criptomoneda y las mises.
Una mentira lleva a otra más inverosímil. Bukele y sus repetidores se han felicitado por haber alcanzado 365 días “no consecutivos” sin homicidios. Pero su contabilidad es muy defectuosa; solo registra los asesinatos cometidos por los pandilleros. No cuenta el homicidio común y corriente ni los presuntos pandilleros caídos en sospechosos enfrentamientos armados con sus agentes. Tampoco los desaparecidos ni los casi doscientos detenidos aniquilados en sus cárceles, víctimas de la tortura y de toda clase de negligencias. La desaparición de los homicidios no es reflejo, como aduce otro emisario de la seguridad, de políticas “certeras, precisas, valientes, firmes y estratégicas”, sino una vulgar manipulación de los números, que intentan esconder acumulando adjetivos.
El régimen vive una especie de esquizofrenia estructural. Por un lado, cultiva una realidad grandiosamente única, inconmensurable e inimitable para quien no sea Bukele. Por otro, rehúye la realidad de la mayoría de la gente, la silencia o la niega. Sin embargo, las dos están inextricablemente vinculadas. La realidad negada es consecuencia directa de la realidad de las minorías privilegiadas, aglutinadas alrededor de los Bukele. La coexistencia de estas realidades incompatibles es fuente de tensiones y conflictos, que las redes digitales de la Presidencia intentar sortear. Un esfuerzo reñido con la integridad y la transparencia.
Siempre es posible optar por ellas, pero eso implicaría un giro radical, para el cual se requiere cercanía y diálogo con las mayorías despojadas de su dignidad; valentía e inteligencia para dar el paso y elaborar un proyecto viable; especialistas o parteros que lleven a buen fin la conversión a la honestidad, la eficiencia y la diafanidad, y, sobre todo, seguridad en sí mismo. El régimen no apuesta por ello, confiado en que puede mantener juntas las dos realidades antagónicas con imágenes que alimentan deseos y fantasías.
La fortaleza y la debilidad del régimen de los Bukele se encuentran, pues, en la imagen. Por eso, la inversión en ese rubro es tan fuerte. Mientras disponga de dólares y sea creíble, es viable. Pero siempre existe el riesgo de que el descontento social, combinado con la inviabilidad de las finanzas públicas, enturbie el brillo de la imagen presidencial. En el momento que pierda la credibilidad, el régimen habrá llegado a un punto de no retorno, ya que, para recuperarla, tendría que mostrar la verdadera realidad, lo cual sería lo mismo que condenarse.