Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
Las primeras encuestas electorales ratifican las impresiones de la opinión pública sobre las posibilidades de triunfo de los partidos políticos y sus candidatos presidenciales. Asimismo, explican con claridad meridiana cuánta razón tenían aquellos que se empeñaron en impedir la participación de Nuevas Ideas y su candidato. Haciendo a un lado, momentáneamente, que la encuesta solo proyecta una radiografía del presente y que la verdadera encuesta tiene lugar el día de la elección —el argumento favorito de los perdedores—, los primeros resultados indican la enorme ventaja de Gana y su candidato presidencial, aunque más de este que de aquel. La diferencia entre Gana y Arena y sus aliados es notable y consistente. Mientras que el FMLN queda reducido a la irrelevancia. Las alarmas, y la cólera, de la dirigencia de los partidos tradicionales, con derecho adquirido de piso, son comprensibles. Así como lo es que se las ingenien para disimular lo mal que les va en este momento.
De los dos partidos, Arena es quizás el que más pierde, dado que tiene meses de estar en campaña, en contravención de la legislación y con la complacencia de la autoridad electoral. Es el partido que más dinero ha invertido, que goza del respaldo abrumador de las empresas mediáticas y que tiene las expectativas más altas. Inesperadamente, el rendimiento de semejante inversión es más bien flaco. Este resultado, a pesar de su provisionalidad, encierra una importante lección para los candidatos de Arena y, en general, para los diputados y los dirigentes políticos. La presencia agobiante de los candidatos de Arena en el espacio público y la saturación del discurso con promesas de toda clase no parecen haber impactado en su voto potencial. No convencen a una ciudadanía que busca alternativas reales.
La gran debilidad de la candidatura de Arena —como también la del FMLN— es que carece de credibilidad. La proveniencia del sector privado con credencial de empresario exitoso y acaudalado, la promesa de refundación de la política y del país, la invitación a participar en una unidad sin contenido convincente y las mismas promesas de siempre, sin presupuesto y financiamiento que las respalde, no son creíbles. A eso cabe agregar las dificultades con la geometría básica y el machete contra la corrupción. El electorado está familiarizado con el engañoso fenómeno de las campañas electorales. Ciertamente, los candidatos de Arena no tienen un pasado político que los condene, pero se valen de un partido desprestigiado por el mal gobierno, que se olvida de las mayorías para privilegiar a los grandes capitales, que promueve y encubre la corrupción, y que garantiza la impunidad a los violadores de los derechos humanos. Los candidatos sin pasado y de lo nuevo se identifican con un partido agotado.
El mal presagio de las primeras proyecciones electorales puede tentar a Arena y a sus socios a intentar el fraude electoral. La manipulación de la legalidad, las presiones, los sobornos y las amenazas no bastaron para impedir la participación de su adversario más poderoso. La tentación es fuerte. Las mismas primarias de Arena han sido cuestionadas desde las propias filas del partido por falta de honestidad, ya que habría circulado mucho dinero para comprar los votos. Un hecho insólito en una candidatura que habla mucho de una nueva manera de hacer política. La impotencia y la desesperación ante un triunfo que se les escapa de las manos hacen plausible la contratación de expertos en noticias falsas y en campañas sucias, tal como ya ha sucedido en otros países, y convierten la trampa en una posibilidad muy seductora. Antes de apostar por eso, la dirigencia de Arena y, en particular, sus candidatos deben considerar que un triunfo cuestionado ensombrecería la legitimidad de su gobierno y comprometería seriamente la credibilidad de su discurso. En esas condiciones, les será mucho más difícil construir el consenso nacional que dicen anhelar.
Al parecer, jurar ganar las elecciones en primera vuelta sobre la tumba del fundador del partido ha sido un acto precipitado e inoportuno del candidato presidencial de Arena. El triunfo electoral no es cuestión de simple voluntarismo; si no, que le pregunten a la dirigencia del FMLN, que tiene experiencia acumulada. Menos afortunado ha sido atribuir a “rumores” la vinculación del fundador del partido con el asesinato de monseñor Romero, justo en vísperas de su canonización. La candidata a la vicepresidencia no se ha quedado atrás. Incapaz de establecer la verdad sobre el asesinato del arzobispo, pide “validar” el informe de la Comisión de la Verdad. La validación de Naciones Unidas, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Sala de lo Constitucional no le parece suficiente. No se puede esperar menos de unos candidatos de Arena, quienes así echan por tierra su discurso de la novedad y la limpieza. Se encuentran dentro de la matriz de Arena de siempre.
La reciente declaración oficial del Vaticano, que señala como responsable directo del asesinato de Mons. Romero al fundador de Arena, complica aún más la posición del partido y de sus candidatos presidenciales ante ese crimen, que aún permanece en la impunidad. No debe, pues, extrañar que estos últimos carezcan de credibilidad como para movilizar masivamente el voto a su favor.
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