Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
En las primeras discusiones legislativas, algunos diputados rechazaron la reducción de combustible y de grandes vehículos de lujo como “hipocresía legislativa”. El argumento era más un pretexto para no reducir prebendas que exhiben su poder. Sin embargo, la excusa dice más de lo que esos diputados pretendían. El discurso electoral sobre el servicio y el bienestar de la ciudadanía, y las emotivas despedidas de la legislatura saliente han dado paso a comportamientos infantiles, que dicen mucho de la inmadurez de los diputados. Los reacomodos necesarios, dada la nueva correlación de fuerzas, han dado pie a pleitos por el reparto de los elevados sillones legislativos, por los despachos y el mobiliario. Si bien la junta directiva ha experimentado una pequeña reducción, los once directivos nuevos no se corresponden con la cantidad de diputados ni con su representatividad teórica. Esos privilegiados puestos se repartieron con criterio de poder, no de eficacia. Hasta la fecha, las tareas de tanto directivo no están claras. Están ahí como parte del botín legislativo, que se reparten de acuerdo con la correlación de fuerzas.
El nuevo presidente de la legislatura se ha rasgado las vestiduras porque dice haber descubierto plazas fantasmas. Olvida que esa planilla de fantasmas es de larga trayectoria. En ella han figurado altos dirigentes de Arena, incluso, según un señalamiento de la oposición, un hermano suyo. Aun así, un diputado de la nueva Arena se ha quejado de lo poco que gana y de lo mucho que le molestan las peticiones de los necesitados que buscan su ayuda. Todos los partidos utilizan la planilla legislativa para recompensar a sus leales. El FMLN, sin ir más lejos, ha colocado a sus candidatos derrotados como asesores y ha despedido a los que ocupaban esos puestos, que tienen menor rango en la jerarquía partidaria. La democracia cristiana, en tiempos ya muy remotos una esperanza de cambio, contrata una escandalosa cantidad de asesores. Cada año, la dirección de la legislatura reparte una sustanciosa cantidad de dinero entre los partidos políticos para uso discrecional. El criterio del reparto es el poder acumulado por cada uno.
La construcción o no del nuevo edificio de la legislatura, dado que el actual no ofrece garantías para sus miles de ocupantes, ha sido motivo de otra disputa infantil. La decisión es técnica, dado que el préstamo está concedido desde hace algún tiempo, e incluso el Estado paga intereses por no utilizarlo. Los especialistas en estructuras grandes son los que deben indicar si el edificio debe ser abandonado. Hipócritamente, algunos se han opuesto a la construcción, no por razones técnicas, sino para construir un nuevo Hospital Rosales. Lo único que puede ser discutido es si el criterio arquitectónico será la suntuosidad, una exhibición de poder muy del agrado de los diputados de todos los tiempos, o la funcionalidad y la austeridad de un país pobre y endeudado. El nuevo hospital es necesario, pero más urgentes es mejorar los servicios médicos. En cualquier caso, el préstamo estaba concedido, pero Arena se opuso. Al parecer, las alturas del poder legislativo le han aclarado las ideas y estaría dispuesto a aceptar el préstamo.
Esta legislatura, inmadura y ambiciosa, debe realizar varias elecciones de segundo grado. Las primeras discusiones y decisiones indican qué poco se puede esperar de los nuevos diputados. Muy probablemente procederán al igual que sus antecesores. Las elecciones serán acompañadas del discurso de la responsabilidad, la honestidad y el compromiso; pero no elegirán a los más capaces ni a los más experimentados e íntegros, sino a aquellos que contribuyan a consolidar el poder del partido que los elige. De todas maneras, el discurso de la nueva Arena hace que esas elecciones tengan cierta malicia, porque pondrán a prueba cuán nuevo es el partido y su candidato presidencial. Es muy tentador no utilizar la mayoría de votos coaligados de la derecha para imponer funcionarios a la medida. Tal vez ahora el FMLN comprenda la trascendencia de la institucionalidad fuerte y sana. Solo ella tiene capacidad para contener las manipulaciones de los partidos poderosos.
Ciertamente, es hipocresía política reducir el gasto de combustible y el uso de vehículos de lujo cuando el derecho, la rectitud y el bien común no prevalecen en las decisiones legislativas. Es hipócrita que muchos de estos líderes políticos hablen de obligar a leer la Biblia en las escuelas, de promover valores, de exigir una moral sexual muy estricta a los demás, mientras comulgan con ruedas de molino. Más allá de la conducta individual, la hipocresía política de los legisladores y sus dirigentes profundiza el creciente desprestigio de los partidos políticos y aumenta la posibilidad del surgimiento de verdaderas alternativas antisistema, no como la proclamada por la cúpula del FMLN. Esta no es más que retórica; la otra, tal como ha quedado demostrado en otros países latinoamericanos y europeos, atenta contra la estabilidad y la viabilidad democrática.
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