La reacción del oficialismo al Día Nacional de las Víctimas del Conflicto Armado ha sido torpe y tardía. Un despropósito más ocasionado por una elemental falta de honestidad con la realidad. No se le ha ocurrido mejor idea que declarar “hija meritísima” post mortem a Rufina Amaya, una mujer sufrida y animosa que, testigo de la masacre de El íntimo Mozote, tuvo el coraje de denunciar lo que vio y de señalar al Ejército. Sin embargo, la lucha por la verdad y la justicia, y el valor que oficialismo dice admirar en ella tienen notas falsas. En continuidad con sus antecesores de Arena y del FMLN, Bukele no solo no se ha interesado en que se haga justicia en esta y en otras masacres y crímenes de guerra, sino que, en el caso de El Mozote, ha obstaculizado el proceso judicial, al impedir al juez acceso a los archivos militares y al reemplazarlo por una jueza de su cuerda. Esta, fiel a quienes le dieron el puesto, no se esmera en administrar la justicia debida. La razón es simple: el Ejército, uno de los pilares del régimen, es el autor irredento de la masacre.
El mismo oficialismo se encarga de evidenciar su verdadera motivación, al equiparar la postura del Washington de la guerra civil respecto a la masacre en El Mozote con la del actual en relación a El Salvador de los Bukele. Los diputados encuentran que negar lo sucedido en El Mozote es similar a desconocer “la verdad de lo que está pasando” en la actualidad, en el país. La arrogancia y la frivolidad les han arrebatado el sentido de la proporción. En El Mozote, el batallón Atlacatl, un grupo elite, asesinó a centenares de civiles indefensos, incluidos mujeres, ancianos y menores de edad, mientras que las interpelaciones y las críticas que salen del Washington actual y de otras capitales son de carácter jurídico, político y ético. En buena medida, los reclamos y las reconvenciones se deben a la violación sistemática de los derechos humanos de la población, justamente lo mismo que los diputados dicen enaltecer en Rufina Amaya.
El oficialismo se cobija bajo la sombra de Rufina para insistir, incansable, en su ataque contra los organismos internacionales defensores de los derechos humanos. Otro resbalón, porque ellos recogieron el testimonio de ella y dejaron al descubierto el crimen del Ejército salvadoreño y su cómplice estadounidense. El batallón asesino no solo fue entrenado por este último, sino que sus efectivos operaban como asesores sobre el terreno. No solo Washington y Arena negaron la masacre, también el Ejército de Bukele, el mismo del que dice orgulloso que ha hecho que “El Salvador ya no es el de antes”. La negación de la masacre no es análoga a desconocer los discutidos éxitos de Bukele, sino a negar la justicia a sus víctimas, tal como hacen los promotores del título honorífico.
La retórica oficial atribuye la masacre en El Mozote y, en general, la guerra civil a lo que ha dado en llamar “grupos de poder”. Un eufemismo que esconde la participación de su Ejército en la mayoría de los crímenes de lesa humanidad documentados por la Comisión de la verdad. En realidad, sin Ejército no habría habido guerra civil ni dictadura militar desde la década de 1930. Y, probablemente, habría habido más república democrática y Estado de derecho. Las invectivas contra Arena (curiosamente, el FMLN ha salido del cuadro) y contra Washington no están completas sin el Ejército, que tenía el mismo motivo para negar la masacre en El Mozote. Hicieron lo mismo en la masacre de la UCA, que atribuyeron al FMLN. También en este caso, otra mujer valiente habló y señaló al Ejército. También ella fue vilipendiada y perseguida por la oficialidad salvadoreña, en contubernio con sus cómplices estadounidenses. Y este es otro caso que aguarda justicia en los tribunales nacionales. Bukele y los suyos, igual que sus predecesores, ocultan la verdad, niegan el derecho a la justicia y no solo protegen a los militares de la persecución judicial, sino también los recompensan generosamente con más efectivos, más armamento y más poder social y político.
El pretendido homenaje a Rufina Amaya es una vulgar instrumentalización de su testimonio y de su vida y de las víctimas de El Mozote. En ella, el oficialismo se homenajea a sí mismo. El sufrimiento de las víctimas, la injusticia de décadas y el abandono le traen sin cuidado. El Mozote no es más que un pretexto para proseguir su batalla contra los molinos de viento. Si quisiera “honrar la memoria de las víctimas de la guerra”, “resarcir daños” y “sanar heridas”, desde el primer día en el poder habría perseguido a los criminales de guerra, empezando por los responsables de las masacres, habría despojado a los militares de la impunidad, habría impulsado la administración de justicia y habría legislado la justicia transicional.