La persecución de la corrupción entre los funcionarios del pasado es, en principio, positiva. Pero su parcialidad y su saña están reñidas con la justicia. La motivación política y la inquina personal que la mueven son perversas. La justicia no es recta cuando no es universal, porque se administra para ajustar cuentas. Sus administradores no debieran descartar que ellos pueden correr una suerte similar si caen en desgracia. La única forma de evitarlo es acumular mandatos presidenciales. La dinastía de los Bukele aseguraría el ocultamiento indefinido de sus crímenes.
Contrario a las apariencias, nadie puede garantizar a los incondicionales que un cambio ajeno a la familia gobernante mantenga sus secretos. Esta es una poderosa razón para encomendarse a la continuidad de los Bukele. Ventaja adicional es que su permanencia en el poder lleva aparejada la prolongación del enriquecimiento ilícito y del saqueo del Estado. Muy en tercer lugar, tal vez tengan la intención de hacer realidad tantos proyectos anunciados y no desarrollados, o inconclusos como la infraestructura escolar o los hospitales. Los perseguidores de la corrupción del pasado ahora son fuertes, pero son vulnerables. Su supervivencia depende de la continuidad de la dictadura y sus intimidades.
Pero las dictaduras no son eternas. Los colaboradores caen junto con los dictadores. No es, pues, pérdida de tiempo contemplar esa posibilidad. Cuando llegue, tal vez más pronto de lo que les gustaría, sus desafueros saldrán a la luz pública. Entonces, les pedirán cuentas del despilfarro, del pillaje, de los fraudes y también de las violaciones a los derechos humanos, incluidos los crímenes de lesa humanidad, que no prescriben y están sujetos a la persecución internacional. Más de alguno puede terminar reclamado por la Corte Penal Internacional con una orden de captura como la que impide a Putin viajar al exterior.
Cuando los incondicionales de la dictadura se encuentren en este aprieto, ¿dónde se esconderán? Cuando El Salvador se les vuelva hostil, ¿en qué país se refugiarán para pasar desapercibidos? Estados Unidos ya no es opción para algunos de los más destacados. Los altos mandos militares de la guerra civil, otrora enaltecidos como héroes anticomunistas, han sido acusados de crímenes de guerra y han sufrido deportaciones. Un excoronel fue entregado por la justicia estadounidense a la española, que lo juzgó, lo encontró culpable y lo condenó a más de cien años de cárcel. Bien harían los peones de Bukele en prever que, en un futuro no lejano, pueden encontrarse en apuros similares a los de los expresidentes del FMLN, los mandamases de Arena y los exoficiales de la guerra civil. Si de algo pueden estar seguros es que los Bukele no darán la cara por ellos y no les será fácil encontrar un país donde sean bienvenidos.
Desde una perspectiva personal, ¿qué le dirán a sus seres queridos cuando sean acusados de malversación, robo, estafa, incluso de asesinato, y se vean expuestos a la vergüenza pública? No podrán excusarse con la creación del nuevo país, muchas veces prometido, pero no concretado. La vergüenza derivada de la exposición a la opinión pública es más dolorosa que la multa y la prisión. Uno de los exoficiales chilenos juzgados y condenados por el asesinato de Víctor Jara optó por el suicidio. Varias promociones de oficiales salvadoreños han reaccionado indignadas por la imputación de crímenes de guerra a dos de los suyos. En su pronunciamiento, estos oficiales invitan temerariamente a su comandante en jefe a hacer uso de su poder absoluto para librarlos de los rigores de la justicia.
La multiplicación de las señales de agotamiento aconseja reflexionar sobre el futuro de la dictadura. La confrontación con diversos sectores sociales va a más. En gran medida, porque no dispone de fondos para cumplir los compromisos adquiridos y, por tanto, tampoco de flexibilidad para negociar. Así, su sensación de asedio aumenta. El acoso a los trabajadores de la salud, la negociación de contratos colectivos bajo vigilancia militar, el despido de líderes sindicales incómodos, el cese de empleados públicos descontentos, la criminalización de los líderes comunitarios independientes y de los campesinos que no ceden a las presiones del capital asociado a los Bukele son muestras claras de debilidad.
La solidez aparente puede llevar a pensar que su régimen tiene aún mucha vida. El mismo cálculo hicieron los dictadores latinoamericanos del pasado, hasta que la catástrofe se abatió sobre ellos y sus colaboradores, sus familias y sus bienes. La insensatez tiende a obviar las consecuencias de las decisiones erróneas. En su cortedad, otorga carácter definitivo a lo inmediato y pasajero. En esto, los incondicionales de la dictadura son como los pandilleros, quienes también dieron por hecho que su poder territorial y económico había llegado para quedarse indefinidamente.