Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
El candidato presidencial de Arena no tiene nada nuevo que ofrecer a la política nacional. El proceso que lo aupó, según denuncia su principal contrincante, se caracterizó por las irregularidades. Nada sorprendente dado que fue elegido anticipadamente por algunos de los grandes capitales que financian el partido, y luego la maquinaria electoral se encargó de lo demás. Dicho de otra manera, las primarias de Arena no han sido más que una formalidad, cuyo resultado fue impuesto desde arriba. Las subsiguientes manipulaciones para organizar la fracción legislativa confirman la ausencia de novedades en el partido de derecha. El discurso de “cero clientelismo, cero nepotismo” no ha llegado muy lejos.
Tampoco el de “cero corrupción”. El candidato presidencial no comenta el bono legislativo “por falta de información”. Preguntado por la prensa por el costo de las primarias y por las fuentes de financiamiento de su próxima campaña presidencial, guarda silencio, porque la información le parece inoportuna e inconveniente. De la misma manera, elude la responsabilidad del partido en la malversación de fondos públicos y en el acrecentamiento de la deuda con una simpleza: “Todos los partidos han cometido errores”. Por tanto, ninguno es culpable. Bien dice el refranero que “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Así, pues, la corrupción no es más que un error.
Peor aún, errores como los diez millones de Taiwán o las decenas de millones apropiadas por Antonio Saca “no necesariamente fueron de la institución, sino de las personas que en algún momento estuvieron a cargo de ella”. Así el candidato libra al partido de toda responsabilidad institucional. En cualquier caso, el candidato presidencial de Arena prefiere hablar del futuro, no del pasado reciente. “Yo soy nuevo en la política”, dice, “quiero ser parte de una generación de cambio y hacer las cosas diferentes”. Aun cuando sea novato en la política, no es claro cómo hará las cosas diferentes desde un partido vinculado a la violación de los derechos humanos y a la corrupción. No es una nueva Arena, es la misma de siempre, que actúa como siempre.
El principal perdedor de las primarias de Arena no cuestiona su validez, pero no se muerde la lengua para señalar la existencia de irregularidades, para que “no vuelva a ocurrir”. Pero volverá a ocurrir, porque el ejercicio del poder sin los debidos contrapesos tiende al absolutismo. La gestión de las primarias de Arena es un buen ejemplo de ello. Así como también las constantes, y amargadas, críticas de la cúpula del FMLN contra la Sala de lo Constitucional. La acumulación de poder y la corrupción caminan de la mano. El poder ejerce una atracción difícilmente resistible. Una vez se prueban sus mieles, como las del dinero, el hambre de más es insaciable.
En una competencia entre empresarios, cuya prioridad es favorecer la acumulación de capital, para elegir a uno de ellos como candidato presidencial es normal que los procedimientos no sean limpios. La política de los empresarios no tiene por qué ser diferente de la práctica empresarial. En el mundo empresarial, en contra de lo que puedan alegar sus gremiales, la ilegalidad, en múltiples formas, es práctica normal, aunque existan excepciones. Es sumamente difícil reunir millones de dólares sin recurrir a la ilegalidad. La gran empresa no prospera sin la protección estatal. De ahí la importancia de tener un Gobierno “amigo”. En este caso, claro está, la intervención es aplaudida como estímulo necesario para la inversión y la generación de empleo. La competencia no es libre; el juego limpio, tal como gustan decir, no existe. El soborno y el tráfico de influencias son prácticas comunes. Muchas empresas utilizan los mismos recursos que el crimen organizado y la pandilla, pero en mayor escala.
En la práctica, los más poderosos, los más audaces y los más temerarios son los que prevalecen en la actividad empresarial. La empresa regida por la legislación y la ética no tiene muchas posibilidades para prosperar, y si lo hace, fácilmente es absorbida por otra más grande. La competencia libre es un eufemismo para esconder la tendencia al monopolio. Esto ya lo habían denunciado los padres de la Iglesia y, más recientemente, el papa Francisco. Contradictoriamente, el discurso del capital salvadoreño sobre moral sexual es muy estricto, pero muy laxo en moral social.
Mirar hacia el futuro evadiendo el pasado no hace de Arena un partido nuevo. Disponer del “mejor equipo” y de “las mejores personas trabajando hacia adelante” no es más que huir hacia delante, lo cual implica no cambiar la realidad, porque el futuro se construye a partir de la transformación del pasado en el presente. Desconocer la corrupción y la injusticia no hace a Arena un partido decente y justo. Aducir “el ejemplo mío” como “la fuerza más importante” para “cambiar esa cultura” desde la Presidencia es desconocer el apabullante poder de las estructuras. El futuro no se construye desde cero. Arena arrastra consigo su pasado.
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