Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
La indisciplina ciudadana es uno de los argumentos usados por Casa Presidencial para imponer una reclusión estricta. El presidente Bukele habla mordazmente de una cuarentena observada al “más o menos” y exige disciplinar policial y militarmente a una población necia e irresponsable. “Indios indisciplinados” explotó, en un arrebato racista, una aficionada a las redes sociales, sin caer en la cuenta que se refiere a los mismos que fundamentan el orgullo nacionalista y patriótico. “Demasiada gente en la calle”, una apreciación a todas luces subjetiva, ha sido la queja de la vocera presidencial. Estas opiniones obvian que la mayoría se esfuerza por observar la cuarentena hasta el extremo del hambre.
La indisciplina no es solo individualismo inconsciente e irresponsable, sino también hambre y hastío. La paralización de la economía más de dos meses, en un país donde predomina la economía informal, es difícilmente sostenible. La economía nacional no descansa solo en las grandes empresas. La proporción de fondos destinada a sobrevivencia, mayor que la asignada a salud e insumos médicos, indica el elevado nivel del desempleo y la extensión del hambre. El dinero y las bolsas tampoco son sostenibles, por la débil estructura fiscal del país y por la ausencia de canales eficaces de distribución. Es así como Casa Presidencial se ha colocado en la encrucijada de salvar la salud pública o la sobrevivencia. Los efectos de esa aporía han exacerbado las desigualdades en una sociedad que ya era muy desigual. El hambre y las enfermedades crónicas obligan a salir para sobrevivir.
El monitoreo centralizado y el castigo severo no son las únicas opciones para contener la expansión de la covid-19. La medida más eficaz, según la experiencia de otros países, es la información, las aplicaciones de rastreo y las pruebas exhaustivas. La información detallada, veraz y clara genera confianza en la ciencia, el Gobierno y las normas de contención. Una población bien informada y motivada es mucho más poderosa y efectiva que la atemorizada e ignorante, porque se apropia de las normas de contención y colabora voluntariamente con las autoridades. Así, pues, exigir elegir entre la salud y la conculcación de los derechos fundamentales es una disyuntiva falsa. La ciudadanía bien informada y motivada hace innecesaria la vigilancia totalitaria.
Puede objetarse, con alguna razón, que la gente es insurrecta e insensata. Indudablemente, persiste un importante resabio individualista de corte neoliberal que se traduce en conductas egoístas, temerarias e insolidarias. Pero ese no es el comportamiento de la mayoría. Cabe destacar también la iniciativa de numerosos grupos organizados para distribuir alimentos, facilitar transporte y brindar toda clase ayuda a la población más vulnerable. No es realista ni sano juzgar a la mayoría a partir de la irresponsabilidad de minorías irrazonables.
El pueblo salvadoreño tiene un sentido genuino de la corresponsabilidad y la solidaridad. Una buena campaña educativa e informativa puede convertir ese potencial en un poderoso aliado para contener la pandemia y contribuir a desterrar, o al menos aislar, el individualismo neoliberal, irresponsable y peligroso. Pero Casa Presidencial no aprecia la eficacia de la educación y la información. Prefiere la propaganda, incluida la desinformación. Sus actuaciones evidencian una desconfianza visceral en la población, cuya vida dice defender. La desprecia y la infantiliza, lamentablemente, con gran aceptación. Por eso, los llamados eventuales de sus voceros a “permanecer en casa” son insustanciales. En solitario, apoyada solamente en la Policía y el Ejército, y confiada en el regaño, la amenaza y la represión, superar la pandemia y gestionar la crisis económica serán empresas muy complicadas y desgastantes.
El énfasis en la indisciplina ciudadana ofrece el argumento perfecto para justificar los contratiempos y los posibles fracasos de Casa Presidencial. Los esfuerzos y desvelos del Gobierno de Bukele no habrían podido salvar a un pueblo rebelde e irredento. En realidad, la crisis es una oportunidad para descubrir y cultivar la confianza y la responsabilidad colectiva, o dicho con palabras de otros tiempos, solo el pueblo salva al pueblo. Aún no es demasiado tarde para construir la confianza popular en la ciencia, las autoridades y los medios de comunicación. Una confianza que los políticos irresponsables de ayer y de hoy han socavado deliberadamente.
No obstante, el cumplimiento y la cooperación se basan en esa confianza. La pandemia es una oportunidad para cultivar la corresponsabilidad, los unos somos responsables de los otros, y el sentido de ciudadanía generosa, solidaria y fraterna. Las iniciativas particulares para ayudar a los más desvalidos muestran que esto es posible. Si esa oportunidad se pierde, se impondrá el régimen de vigilancia dictatorial como única alternativa para salvaguardar la salud.