La corrupción al desnudo

Rodolfo Cardenal

La corrupción legislativa es una bomba de efecto retardado. El motivo por el cual Bukele tiró del detonador es, como todo lo que hace, desconocido. Una cosa es cierta, difícilmente podrá encerrar de nuevo a los demonios sueltos. Si pretendía recortar el gasto legislativo, de por sí desmedido, tenía otras posibilidades menos dañinas para su partido y para él mismo. De hecho, el monto ahorrado es poco en comparación con el gasto general del Estado, sobre todo de Casa Presidencial y sus aledaños. En realidad, no hay tal ahorro, ya que lo ha destinado a un programa de becas. Si la razón era cortar por lo sano la corrupción rampante entre los diputados, podía haber sido más discreto y no dar pie a un escándalo de consecuencias imprevisibles. Si lo que pretendía era desprestigiar a una diputada de la oposición más beligerante, que percibía más dinero que sus colegas, el asunto se le salió de las manos. Sea lo que sea, Bukele, como es usual en él, mira para otro lado. Ha dejado a sus diputados embarrados, así como también ha dejado a la diáspora salvadoreña abandonada a los desafueros de Trump.

Los males, como suelen decir, no vienen solos. Descubierta la podredumbre, los líderes de la bancada oficialista empeoraron su situación al intentar relativizar que, además de percibir un salario mucho más alto que la media nacional, reciben otra abultada cantidad de dólares para gastar a discreción. Para su mayor vergüenza, circulan declaraciones anteriores donde se presentaron como el summum de la honestidad. Dieron muchas vueltas para no informar cómo usan esos miles de dólares adicionales hasta que los hackers los callaron con la revelación de su planilla. El escándalo y la cólera subieron varios grados, porque ahí aparece una pintoresca colección de oportunistas. El cuadro del partido oficial es dramático.

No existe razón para pensar que en los otros poderes del Estado, comenzando por el Ejecutivo, la situación es diferente. Las contrataciones, las planillas, los salarios y otros gastos no se ocultan por seguridad nacional, sino por ser impresentables. Si se conocieran, la honorabilidad de los altos funcionarios de la dictadura implosionaría como lo hizo la de los diputados. La dictadura no puede gobernar de cara al pueblo. Bukele dice no querer pasar a la historia como ladrón. Quizás sea así, pero permite que los funcionarios de todo nivel roben, mientras la economía languidece, la deuda está desbocada y la gente, sus seguidores, está hambrienta, enferma y desempleada. La desarticulación de los controles administrativos ha facilitado la proliferación de la corrupción y, de paso, la perversión de su proyecto político, si es que alguna vez hubo alguno.

El primer paso lo dio cuando disolvió la Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador. Tenía razones sobradas, porque la Comisión investigaba a varias figuras que lo rodeaban. Al garantizarles la impunidad, legitimó la corrupción. No solo roban los grandes y poderosos, también lo hacen los medianos y los pequeños, cada uno en su nivel y al alcance de sus posibilidades. Los soldados, los policías y los carceleros, los presuntos garantes de la seguridad del régimen de excepción, extorsionan a los pobres, de la misma manera que los pandilleros. Dondequiera que se mire, se percibe la corrupción.

Los únicos que no la ven son los funcionarios encargados de perseguirla. Tampoco ven las violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. Esa actitud negacionista ha facilitado hasta ahora la sobrevivencia de la dictadura sin mayores sobresaltos. Pero el escándalo legislativo ha abierto un flanco peligroso y el desconocimiento de las violaciones de los derechos humanos pierde terreno en el ámbito internacional. Alegar la soberanía, el último recurso, no convence. La ventaja para la dictadura es que la comunidad internacional se enfrenta a desafíos más graves para la humanidad.

Dicho lo anterior, cabe otra posibilidad. Ahora Bukele tiene la excusa ideal para disolver la legislatura por corrupta. En realidad, puede prescindir de ella, ya que sus diputados se limitan a asentir lo que llega de Casa Presidencial. El furor de las redes sociales haría popular esa decisión. Además de disponer de unos cuantos millones de dólares más para sus gastos, el régimen de los hermanos Bukele se despojaría de su máscara democrática y mostraría su verdadera identidad. Los diputados y sus camarillas quedarían en el aire, a pesar de su lealtad. Nada extraño. La dictadura desconoce la fidelidad y la amistad, solo cuida de sus intereses.