Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
La coincidencia de las encuestas sobre la enorme popularidad del presidente y su Gobierno amerita una aproximación a este curioso fenómeno sociopolítico. Es indiscutible que Bukele se ha erigido en un líder que promete rescatar al país de la violencia social, la corrupción, la pobreza y la desigualdad. Objetivos que tanto Arena como el FMLN, más este que aquel, también prometieron en su tiempo. La diferencia es que Bukele goza de una credibilidad que aquellos no tuvieron o que dilapidaron muy pronto. Es irrelevante que esa credibilidad se fundamente en promesas, porque quien las hace es creíble. El liderazgo presidencial, a través de las redes sociales y de esas ofertas, ha otorgado visibilidad a sus seguidores y sus aspiraciones, en un espacio hasta ahora vedado. A diferencia de Arena y del FMLN, el presidente no busca directamente el voto para sobrevivir, sino confianza en que resolverá el agobio actual de sus seguidores.
Su liderazgo no es institucional, sino personal, carismático y único. La excepcionalidad de estas características es otra pieza clave de su poder. El presidente ha establecido un vínculo directo con la gente, sin la mediación de la prensa, de la cual prescinde abiertamente. El líder y sus seguidores están unidos por lealtad mutua, la cual, por otro lado, divide la sociedad y la política en “nosotros” y “ellos”. El “nosotros” ha transformado al presidente en símbolo, significante y programa. Es la voz autorizada para comunicar la posición gubernamental. Los ministros y los altos funcionarios son simples colaboradores de un líder excepcional y, en cuanto tales, solo figuran cuando este se los ordena.
No obstante, la autoridad de Bukele existe en la medida en que sus seguidores están convencidos de su existencia. Apela a ellos directa y constantemente para mantener a punto esa persuasión. Una y otra vez les explica quiénes están dentro del “nosotros” y quiénes son “ellos”, y sobre todo, quién es el líder. Sin embargo, sobre el éxito logrado se ciernen amenazas peligrosas para la credibilidad y la lealtad. Si el presidente regaña a las pandillas porque los homicidios han vuelto a subir es que el control territorial no arroja el resultado anunciado, peor aún si las órdenes de asesinar provinieron del exterior. Si la persecución y captura de quienes ordenaron los homicidios son posteriores a los hechos, la Policía no controla a los criminales. La incapacidad de ANDA y del Viceministerio de Transporte comienza a destacar en la opinión pública. Hasta ahora, el presidente ha sabido traducir las complejidades de la realidad nacional en narrativas simples, asimiladas fácilmente por sus seguidores. Pero la realidad acecha su veracidad.
La carta de presentación de Bukele desempeña una función clave en la construcción de su credibilidad. Su desvinculación de la posguerra hace de él un líder incontaminado con los vicios de Arena, del FMLN y de la clase política en general. A diferencia de estos, habría llegado a la política movido por la indignación moral causada por el desgobierno y la corrupción. Sus decisiones no obedecen al cálculo oportunista de “ellos”, sino al deseo genuino de servir a su gente. Esta motivación forma parte de su excepcionalidad. Es así como Bukele habría llegado al poder con las manos limpias y sin compromisos ni aliados que coarten su libertad. Sin embargo, esta presentación también está en peligro. Existe evidencia de que mantiene relaciones estrechas con oscuros personajes que, desde el comienzo de la posguerra, se mueven en los entresijos del poder.
El presidente posee el atractivo del empresario exitoso, un estatuto reservado a los varones. Su talante empresarial privilegia la eficiencia tecnocrática, el saber práctico, ajeno a las complicaciones ideológicas. Negocia y compite empresarialmente en el mercado de las naciones para obtener ventajas para el país. En sus decisiones no prevalece el deber ni el compromiso social. Así se explica que haya entregado su gestión a los deseos y caprichos del Washington actual con la expectativa de obtener ayuda económica, inversión y estabilidad para los salvadoreños residentes en Estados Unidos. La apuesta es fuerte, dada la volatilidad de la Casa Blanca. La dignidad nacional y la recién celebrada soberanía son cuestiones teóricas irrelevantes. Es mucho más importante retener a los emigrantes para mantener el flujo de remesas y evitar que el aumento de la deportación ponga más presión sobre unas estructuras nacionales ya doblegadas, aun a costa de negar el derecho de emigrar.
El “nosotros” del presidente y sus seguidores se contrapone al “ellos”: el compendio del vicio, la corrupción y, en una palabra, de la maldad. Curiosamente, el adversario no es el capital, sino las pandillas y los partidos tradicionales. En cualquier caso, el concepto es abierto, pues admite a todos los contrarios al “nosotros”, según las circunstancias. Paradójicamente, los adversarios constituyen el reverso del presidente y sus seguidores, cuya identidad está referida a la de aquellos. Sin “ellos”, el contenido del “nosotros” se diluiría. Por eso, la retórica presidencial los tiene sistemática y estratégicamente presentes. Sin embargo, el peligro mayor para este juego de imágenes es la realidad. Si no es transformada, la credibilidad desaparecerá, y con ella, la legitimidad y el poder del líder.