Rodolfo Cardenal
El desgobierno no da respiro a Bukele. No había acabado aún de sortear la crisis de los perros cuando se encontró con los desmanes de sus alcaldes. De inmediato, tomó cartas en el asunto. Solo él podía hacerlo. Es la consecuencia obvia de una centralización del poder que no admite márgenes para la decisión y la acción autónomas. Quizás sea cierto que la pesada carga que lleva sobre sus hombros no le permite dormir lo suficiente, lo cual no es consuelo, porque el desvelo nubla el entendimiento.
Así las cosas, Bukele pasó de los perros a los alcaldes: arremetió contra los que habían elevado las tasas, los impuestos, las licencias y las multas municipales. De hecho, tardó lo suyo en caer en la cuenta, cuando ya muchos emperesarios habían cerrado sus negocios por no poder hacer frente a las nuevas exacciones municipales, mientras que otros, más pudientes, ya las habían cancelado. Mucho antes de su intervención, la prensa ya había dado cuenta del hecho y lo había ilustrado con varios testimonios de los afectados por las decisiones municipales. La desconexión con las municipalidades es desconcertante. Bukele no está al tanto de la marcha de la maquinaria gubernamental, tal como se suele vanagloriar.
Desfinanciadas en nombre de mayor eficiencia y menos corrupción, algunas alcaldías, en uso de sus competencias, tomaron la iniciativa y elevaron las contribuciones de la población. El margen de acción de casi todas ellas es muy limitado por la escasez de fondos. No pueden atender las necesidades más sentidas de sus comunidades, pagar abultadas deudas acumuladas y mejorar los servicios. Sin embargo, la penuria no ha impedido que los alcaldes y sus concejos se eleven los sueldos y las dietas; tampoco ha logrado que disminuya la corrupción. Ahogadas económicamente y anuladas políticamente, varias municipalidades, en un insólito arranque de libertad, dispusieron aumentar sus ingresos.
La indisciplina no duró. Bukele entró en acción y cortó por la sano. Regañó públicamente a los alcaldes como adolescentes irresponsables y amenazó a los contumaces con el régimen de excepción. Los culpables agacharon la cabeza y acataron de inmediato la orden de revertir el alza de las contribuciones, los inocentes profesaron obediencia a las directrices presidenciales. Sin duda, los alcaldes aprendieron la lección. No tienen autorización para decidir ni para tomar iniciativas sin la aprobación previa de Casa Presidencial. Ahora todos tienen claro que están al servicio exclusivo de Bukele, al igual que los diputados oficialistas. Pueden consolarse con la idea de que su función consiste en engrandecer la figura del mandatario desde la municipalidad.
El intento fallido de los alcaldes es producto de las contradicciones internas de la dictadura. Por un lado, están urgidos de fondos, tanto para hacer obra buena como para “componerse”. En este sentido, la cultura de la administración pública se conserva intacta. Si los de más arriba se “componen”, por qué no ellos. Si bien el recorte de los fondos no les deja mucho que embolsarse directamente, el cargo da acceso ventajoso a gran variedad de negocios, al mismo tiempo que neutraliza la posible competencia. El margen para medrar es amplio. Nadie se atreverá a frenarlo, hasta que Bukele no intervenga para identificar a los corruptos que deben rendir cuentas.
Por otro lado, Bukele alega como justificación que corrigió a los alcaldes para proteger a la micro, la pequeña y la mediana empresa, ahora declaradas claves del crecimiento económico, y para defender la estabilidad empresarial. Es significativo que el comercio informal, es decir, la pobrería desempleada en expansión por la creciente escasez del empleo formal, no figura en la agenda de Bukele.
Tampoco se hace cargo de que la improvisación y la inseguridad jurídica que caracterizan su gestión ahuyentan la inversión y ralentizan el crecimiento económico, reducen la recaudación fiscal y aumentan la deuda. La industria permanece estancada, la construcción se contrae, las remesas tienden a disminuir, la deuda a aumentar y el crecimiento económico del año pasado es el menor de la región centroamericana.
Una oportunidad inesperada para impulsar el crecimiento económico es el alquiler de la infraestructura carcelaria a Trump, quien, por un precio muy cómodo, ha comenzado a deshacerse de “los monstruos”. Así, Bukele introduce en el país a los integrantes de una organización criminal más poderosa y mejor organizada que las pandillas. Lo que para Trump es “una situación horrible”, para Bukele se perfila como un negocio redondo.