Rodolfo Cardenal
La libertad es el argumento más definitivo y repetido por Bukele para justificar su forma de gobernar, que no respeta nada ni a nadie. En nombre de la libertad actúa como le place o se le antoja. La lógica de la praxis de Bukele es que si existe una realidad por encima de él como la Constitución, la legislación internacional, la comunidad de naciones o la limitación de los recursos naturales, ya no es libre, sino esclavo. En consecuencia, no acepta el sometimiento a una realidad superior, porque negaría su libertad individual, que estima por encima de cualquier otra cosa. No hay, pues, naturaleza, norma o poder por encima de su libertad. Por eso, hace lo que quiere y se comporta como quiere. Todo es modificable y ajustable a su voluntad, lo cual explica sus constantes contradicciones. Las promesas y las opiniones pasadas no son inmutables. Esa es la verdadera libertad.
La libertad es una de las palabras más falsificadas. Bukele cree que puede actuar al margen del impacto que sus actos tienen en la vida de los demás, en concreto, en la ciudadanía que gobierna. A decir verdad, su idea y su práctica de la libertad no son más que formas camufladas de un individualismo nefasto. Esa concepción de la libertad suprime todos los vínculos exteriores, cuya función consiste, precisamente, en proteger de autoritarismos, tiranías y esclavitudes. Ese es el caso del alcohólico y del drogadicto, que llaman libertad a la posibilidad de seguir intoxicándose.
La verdadera libertad no consiste en actuar caprichosamente, sin considerar las repercusiones en los demás. Así lo entienden el ladrón y el violador. Ese egoísmo devasta el medioambiente sin contemplaciones y confunde el progreso con la acumulación de capital y el lujo. Destruye el tejido social para satisfacer una concepción miope de la seguridad, que confunde el efecto con la causa. Impone pesadas cargas económicas difíciles de soportar en sectores ya golpeados por la escasez para satisfacer la egolatría insaciable. Este falso individualismo es el que ha dado paso al “nuevo país” de Bukele, una “novedad” montada sobre víctimas.
La libertad de Bukele es engañosa. El único libre es él, porque solo él sabe lo que conviene a la ciudadanía y, en consecuencia, él decide y provee a sus necesidades, mientras que esta debe conformarse y obedecer. Desde esta perspectiva, su libertad descansa en el sometimiento total de todos, incluidos sus más cercanos, a la entidad superior que es él. La monotonía de la publicidad electoral del oficialismo refleja ese enfoque. Los candidatos a diputados no se comprometen a representar y defender a la ciudadanía que dicen representar, sino a dar “gobernabilidad” a Bukele, es decir, a no entorpecer el ejercicio de su libertad. Tampoco tienen análisis ni propuestas, sino que repiten las trilladas consignas del oficialismo. La discusión o el debate electoral no tienen sentido. Los candidatos renuncian de antemano a la iniciativa legislativa, porque aquel es el único que gobierna. No son libres, sino sus servidores.
En el país seguro y libre de Bukele, unos cuantos hacen fortuna y gozan de privilegios a costa de victimizar a la mayoría. Pero aquellos no son más libres que esta. Todos están igualmente sometidos, aunque de forma diferente. Aquellos disfrutan a cambio de someterse y esta es controlada por el terrorismo estatal y las huestes virtuales. La idea de libertad de Bukele es muy conveniente para encumbrarse como individuo único, dictador o rey. No es casual que haya adoptado el título de “rey filósofo”. Del primero lo tiene todo, pero de la filosofía no tiene la más mínima idea.
Bien entendida, la libertad está vinculada con la apertura a los otros, la solidaridad y la fraternidad, en una palabra, con el bien de la totalidad. Por tanto, es contraria al individualismo y al egoísmo. La precipitación y la impetuosidad no coinciden con lo mejor de cada individuo. La razón es sencilla. El individualismo tiende a actuar atendiendo solo a uno o dos datos, aquellos que satisfacen sus inclinaciones. En general, tiende a ser irracional y causante de mal en sus víctimas. No existe verdadera libertad cuando esta es privilegio de uno solo a costa de la esclavitud de los demás. Y esclavitud significa explotación, opresión y violencia.
En virtud de esa peculiar concepción de la libertad, Bukele ejerce como rey. No uno de las monarquías occidentales actuales, todas ellas constitucionales, sino de la monarquía absoluta del antiguo régimen, la misma que aniquiló la revolución francesa. Este poder no es novedoso. No es más que egoísmo puro, enfundado en un disfraz encantador.