El presidente busca legitimidad entre los surfistas, los entusiastas del bitcoin, los aventureros del norte, las competencias deportivas regionales y, lo último, en uno de los concursos de belleza más tradicionales. “Apertura al mundo”, lo llama el oficialismo. Al parecer, los incondicionales locales, aunque mayoría, no bastan. O quizás Bukele los minusvalora por vulgares en exceso. La rotunda reprobación de la comunidad y los organismos internacionales pesa demasiado. Ha salido, pues, en busca de la admiración y el aplauso de nuevos adeptos, más allá de las fronteras nacionales. Los prosélitos del culto presidencial se admirarán, en su ingenuidad e ignorancia, de las apuestas de Bukele. Sin embargo, es dudoso que estas le proporcionen la legitimidad deseada.
Extranjeros de todas las formas y colores son invitados en inglés a visitar el país para constatar por sí mismos que “El Salvador ya no es el de antes”. Una constatación difícil, porque, seguramente, la mayoría nunca ha estado antes en el país y, por tanto, no puede saber cómo era y en qué consiste el cambio. Es muy posible que la mayoría no tenga ningún interés en el país y su gente, sino en la aventura. Cuando la curiosidad haya sido satisfecha y la emoción colmada, así como llegaron, lo abandonarán. Este giro gubernamental debiera hacer recapacitar a los prosélitos nacionales. No constituyen la prioridad de la agenda presidencial, sino accesorios ineludibles de un proyecto para extranjeros que buscan emociones fuertes, deportes de aventura y adrenalina al aire libre.
Los huéspedes presidenciales encontrarán un país militarizado, sometido a una represión intensa e indiscriminada, sin garantías constitucionales y con su población cada vez más atemorizada y con el 2.2 por ciento de los mayores de 18 años encarcelados. Dicho de otra manera, disfrutarán y se divertirán gracias a la militarización, la represión y la violación de los derechos fundamentales de sus habitantes. La fiesta de los deportistas, el arrebato de los aventureros, el entusiasmo de los seducidos por el bitcoin y el regocijo de las mises se antojan más estimulantes que la carga que representan unas mayorías grises, fastidiosas y sin potencial para aportar ganancias a las empresas patrocinadas por los Bukele.
El patrón es similar al de las monarquías del golfo Pérsico, que utilizan el golf y el futbol para desviar la atención de su naturaleza tiránica y retrógrada. Sin embargo, hay una diferencia fundamental. El petróleo les proporciona dinero en abundancia para patrocinar deportes, exposiciones mundiales y otras atracciones turísticas, mientras que Bukele se ahoga en deudas. En cualquier caso, su idea no es nueva. El régimen oligárquico-militar de la década de 1970 organizó, con la misma finalidad, el mismo concurso de mises en 1975. Un evento que hizo las delicias de algunos militares. Así, pues, el régimen que tanto se empeña en poner distancia entre el pasado y el presente recurre a lo de siempre, deseoso de una aprobación universal que no llega.
La “apertura al mundo” hunde sus raíces en la abominación del pasado. El autoritarismo militar y la militarización de la sociedad de Bukele están en continuidad con los generales y los coroneles que se apoderaron del Estado en 1932. El oficialismo hace de la ruptura con los acuerdos de 1992 un punto de honor. “Nunca le vamos a rendir honor ni tributo simbólico a asesinos, a políticos que se aprovecharon de la gente”. Pero camina de la mano con el mismo Ejército responsable de las desapariciones, las torturas, las masacres, los escuadrones de la muerte, las ejecuciones sumarias y la corrupción. Mientras denigra a los políticos, convive en estrecho contubernio con uno de los protagonistas principales de la guerra civil.
Renombrar la efeméride del 16 de enero como el Día Nacional de las Víctimas del Conflicto Armado es burla cínica. No solo no conmemoran el día ni hacen justicia a las víctimas que dicen honrar, sino que, además, engrandecen al Ejército que las victimizó. Bukele lo ha colocado de nuevo en el centro de la vida social, con más efectivos y mejor armado. “Modernización”. lo llama el ministro del ramo. El encumbramiento del Ejército está acompañado de la impunidad. La ley de amnistía la permitió, pero ahora, ya sin ella, las mismas voces que desde los escaños legislativos claman contra dicha ley, no han dado un solo paso para hacer prevalecer el derecho de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación. En su clamor, esas voces se piensan nuevas, pero son tan viejas como sus antecesoras.
El pasado no ha desaparecido tal como Bukele quisiera. Es actual y está activo. Tampoco él puede gobernar sin la dictadura militar. “Un liderazgo fuerte”, propio de “las democracias complejas del siglo XXI”, sentencia con falsa sabiduría el vicepresidente. La apertura al mundo nació antigua. Una fachada mal remozada que oculta miserias y vilezas.