Rodolfo Cardenal
Perjurio deliberado y público, porque ninguno de los dos funcionarios del Ejecutivo juramentados el 1 de junio tiene intención de cumplir la Constitución, tal como prometieron. Es cínico hacer un juramento sabiendo bien que se lo violenta en el mismo acto de prometer solemnemente observarlo. Todos sus invitados también lo sabían. Algunos de ellos tienen en su haber sendos discursos en defensa de la democracia, la ley y los derechos humanos. Aun así, todos se prestaron a legitimar un acto, en sí mismo, ilegal e inmoral. El éxito transformó la ilegalidad y la inmoralidad en legalidad y moralidad, y su celebración en una feria de vanidades.
Las falsedades que jalonaron el discurso de Bukele volvieron frívolas sus reiteradas invocaciones al nombre del Dios. La seguridad actual no es ningún milagro, sino obra de una represión indiscriminada, brutal e inhumana. Tampoco ha sido el médico lúcido que ahora dice ser. En los tres primeros años constitucionales trató a las pandillas igual que sus antecesores: negoció secretamente con ellas desde que fue alcalde y así consiguió ingreso en sus territorios, votos y reducción de los homicidios. Pero el acuerdo no duró. Explotó intempestivamente, a comienzos de 2022. Desairado, frustrado y encolerizado, lanzó una feroz represión contra los pandilleros y los sectores populares donde operaban. Así consiguió el resultado que ahora presenta como “milagro”.
La invocación de la intervención divina oculta el inconmensurable sufrimiento humano ocasionado por ese presunto milagro. La otra cara de la seguridad actual es la ferocidad de un régimen que atropella la dignidad humana. El Dios de Jesús no hace esa clase de “milagros”. La fuerza destructiva no es lo suyo, sino el perdón incondicional, el amor y la libertad. Creó a la humanidad libre, incluso para pecar. Y fue consecuente con su decisión, hasta el extremo de dejar a su Hijo querido en manos de sus asesinos. La libertad conlleva ese riesgo, uno que Bukele no se atreve a asumir, porque solo desea esclavos sumisos. Si alguna razón hay para el asombro es el haber contenido inesperadamente a las pandillas.
La inexistencia de un plan bien pensado no justifica atribuir su éxito a un milagro. El resultado es simple casualidad. No hay tampoco ningún plan para fabricar el anunciado “milagro económico”. Bukele solo sabe que las cuentas no le cuadran, que la pobreza extrema es cada vez mayor y que las deudas con los inversionistas, los jubilados y los proveedores se le acumulan. Una cosa es cierta, no habrá ninguna intervención divina extraordinaria. El Dios Creador entregó a la humanidad la responsabilidad de conservar su creación y a sus habitantes. Le duele la muerte del justo, pero respeta la libertad entregada. No obstante, Él se ha reservado la última palabra.
Bukele utilizará el mismo método que en la seguridad: probar y adoptar aquello que le funcione, sin considerar el costo para las mayorías. De hecho, ya se los advirtió. Muy probablemente les impondrá cargas mucho más pesadas. Impuestos regresivos más altos, supresión de los subsidios y pensiones todavía más exiguas. Eso sí, el “milagro económico” no ocurrirá con menoscabo de los lucrativos negocios de su familia y sus allegados, sino de las mayorías empobrecidas y vulnerables. La advertencia la dirigió a ellas, no a sus invitados al Palacio Nacional y a los festejos posteriores.
La dictadura no escatimó gastos en la puesta en escena de su inauguración. El paseo triunfal sobre largas alfombras rojas por las dependencias de un palacio remozado, embanderado y enflorado; el despliegue de dorados en los herrajes y los capiteles; la guardia de capas negras con forro azul estilo nazi o dictadura chilena; y la chaqueta de corte napoleónico con aplicaciones doradas en el cuello alto y las mangas exhibieron una riqueza inexistente y un poder cada vez más frágil. Los fastuosos aires imperiales de la inauguración anuncian más decadencia que novedad.
La ayuda y la sabiduría de Dios, reiteradamente invocadas por Bukele en su primera comparecencia como dictador, cayeron en el vacío, según la lógica religiosa del pastor argentino. Prometió múltiples y abundantes bendiciones a quienes cumplieran la ley de Dios, una ley que ya había sido violada por partida doble. Bukele no piensa cumplir la Constitución ni procurar el bienestar del pueblo salvadoreño, sino el suyo propio y el de sus hermanos. Al mentir, usó también el nombre de Dios en vano, por quien juró lo que no cumplirá. Jesús fue aún más lejos, al pedir no jurar por nada y al agregar que todo lo que se diga más allá del sí y del no viene del Maligno. Este primer pecado pone en entredicho las innumerables bendiciones prometidas por el pastor argentino.