Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
La toma militar de la legislatura está en continuidad con la militarización de la seguridad pública y la exaltación del Ejército y la Policía. No es casualidad que el aparente motivo sea la autorización para negociar un préstamo de 109 millones destinado a financiar esa actividad. El despliegue de soldados, francotiradores y antimotines con armas de guerra forma parte de la lógica militar adoptada por el Gobierno de Bukele, ya exteriorizada en el desfile del 15 de septiembre. Al Ejército y la Policía les parece normal apoderarse del edificio legislativo y acosar a los diputados en sus residencias. Así como les pareció normal el terror desatado en las décadas de 1970 y 1980. Al presidente Bukele le parece normal el respaldo de unos militares y policías cooptados por “el encanto presidencial”. Casi todo el préstamo en disputa está destinado para adquirir equipo militar, incluido un barco de 13 millones de dólares para que el ministro contralmirante tenga al menos una nave. Olvidaron la apoliticidad constitucionalmente obligada.
El motivo de la toma militar de la legislatura y el llamado a la insurrección se escapa a la comprensión racional. La autorización estaba en camino y el banco no presionaba. Es más, la mentalidad predominantemente militarista de la mayoría de los diputados garantizaba el voto afirmativo. El origen del conflicto está en otro lado. No hace mucho, varios altos funcionarios desafiaron a los diputados al negarse a dar explicaciones sobre la crisis del agua. El secretismo del viaje a México del viceministro de Seguridad y carcelero mayor, a cuenta de una empresa mexicana que vende equipo de video vigilancia, enrareció aún más la discusión. Y con razón, porque, que se sepa, es la única empresa que retiró el formulario para licitar. Insultar y maldecir a los diputados no es diplomático y es inadmisible en un presidente. Bukele ya sabía que la legislatura se caracteriza por la displicencia, la holgazanería, el despilfarro y la imprevisibilidad. Si el bienestar ciudadano es la razón de sus apuros, por qué no ha mostrado el mismo interés en la aprobación de una buena ley del agua, de justicia transicional y de pensiones. Pareciera que la única razón de la toma era dejar claro “quién tiene el control de la situación”, es decir, un capricho presidencial.
Al presidente Bukele lo ha traicionado su talante empresarial tradicional. Ha equiparado, equívocamente, la presidencia del poder ejecutivo con la dirección general de una de sus empresas. Aquí, los deseos del jefe son órdenes y los empleados están pendientes de ellos. Pero eso no es posible en la presidencia de un órgano estatal, regulado por una ley fundamental que determina sus competencias. El presidente del Ejecutivo no puede ultrajar a los diputados, aun cuando le asista la razón; no puede usurpar la presidencia de la legislatura ni amenazar con disolverla si no acata su voluntad. Tampoco puede deslegitimar a la Sala de lo Constitucional. Las últimas actuaciones presidenciales no son “normales”, ni la ocupación militar es simple “presencia”, ni el presidente es “pacificador”, ya que él mismo convocó a las masas, las llamó a la insurrección, las agitó y luego las detuvo. Cabe reconocer, sin embargo, que tiene a su favor el enorme atractivo que el autoritarismo militar ejerce en la opinión pública y su elevada popularidad. Más reflejo del hastío que suscitan Arena y el FMLN que identificación con su política y su forma de gobernar. El fenómeno Bukele ahonda y consolida la debilidad institucional.
En estos asuntos, conviene dejar a Dios en paz. No solo porque el Estado es constitucionalmente laico, sino también porque está mandado no tomar su nombre en falso. El aborto de la insurrección popular, o el llamado a “la paciencia”, no es obra de Dios, sino del embajador estadounidense, del cuerpo diplomático, de la Unión Europea y de diversos organismos internacionales. Además, el Dios de Jesús condena tajantemente el uso de la violencia y se ocupa de las víctimas de la injusticia, de los desempleados y empobrecidos por la avaricia del capital y de los emigrantes que buscan trabajo y pan. Ninguno de ellos es prioridad para el presidente Bukele, atareado en la construcción de una base de poder con militares y policías.
En definitiva, ¿qué ha conseguido? Consiguió enajenarse aún más a los diputados, que con dificultad querrán autorizar la negociación del préstamo, pues el voto afirmativo tendrá visos de ceder al chantaje. Consiguió retrasar aún más la decisión legislativa, ya que ahora los diputados se aprestan a examinar con más detalle el préstamo. Consiguió una reconvención de la Sala de lo Constitucional y del Fiscal General, que incluye a la cúpula militar y policial, que habría violentado la Constitución. Consiguió renovar las fuerzas de la oposición, al proporcionarle munición fresca. Y consiguió estropear su imagen nacional e internacional, tan cuidadosamente construida, y encapotar “el buen clima” para la inversión y los negocios con los nubarrones de la inestabilidad política y social. Este malhadado fin de semana deja a un presidente Bukele disminuido y aislado, excepto para sus incondicionales. Recuperar las pérdidas es tarea cuesta arriba.