Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
La fuerza de los números es contundente e implacable. La semana pasada, el FMLN y GANA consiguieron los votos necesarios para obtener lo que deseaban. El procedimiento es correcto; es el modo de proceder de las legislaturas. La cuestión es qué o a quiénes representan al votar de esa manera. Los diputados prometen en sus costosas y largas campañas electorales representar a los electores, pero votaciones como la de hace unos días demuestra lo contrario. El FMLN resolvió, temporalmente, el problema de liquidez de su Gobierno con dinero barato. Pagará una tasa de interés muy inferior a la del mercado, en menoscabo de los jubilados de mañana. En realidad, la falta de liquidez no es problema exclusivo del partido oficial, sino del Estado. Esto para decir que en el origen de la crisis está la privatización de las pensiones y su mala gestión por parte de los Gobiernos de Arena. Cualquiera que sea el partido que llegue al ejecutivo se enfrentará con el mismo problema.
Con las reformas, GANA logra que los advenedizos procedentes de otros partidos, de los cuales tiene varios, puedan reelegirse. Y todos los partidos, incluido Arena, que juega al puritanismo, que siempre es hipócrita, se protegen de las consecuencias de la corrupción con la relajación de la ley sobre la extinción del dominio de los bienes mal habidos. Muchos dirigentes, funcionarios y exfuncionarios no pueden justificar el aumento desproporcionado de su fortuna. La nueva ley es muy indulgente con ellos y tres veces más dura con los pandilleros y los criminales organizados, aun cuando aquellos tienen mayor responsabilidad, porque medran a costa de los bienes de una sociedad en gran necesidad. Las penas por el mismo delito deben ser iguales.
Pero nada de eso es relevante para unas dirigencias políticas que solo miran por sus intereses. Al votar la nueva legislación, esos diputados no representan a la ciudadanía. Peor aún, vulneran su realidad y sus derechos al proteger la mala gestión pública y la corrupción. En ese sentido, la legislatura y los partidos son poco democráticos. La democracia no solo es elecciones, también es la presencia permanente de los problemas de la gente en la discusión política.
La democracia no se reduce a elegir a unos representantes; incluye también ocuparse de la población, sobre todo de la más necesitada. Votaciones como las de la semana pasada muestran que la función representativa es casi inexistente. Lo aprobado no representa el interés común. Rara vez los partidos votan por el bienestar general, y si lo hacen, es porque conviene a sus intereses particulares. No representar es no discutir las necesidades de la gente y, por tanto, no resolver la precariedad en la que vive la mayoría. La gente no figura en la realidad política del país. Sin embargo, los candidatos a representarla, como ahora los de Arena, recorren auditorios ofreciendo representatividad. Pero cuando se convierten en gobernantes, se desligan de los representados y sus problemas, simples instrumentos para llegar al poder. Los precandidatos de Arena ni siquiera hablan con la gente más abandonada y desesperada.
La sociedad con déficit de representación se vuelve pasiva y temerosa. No es extraño, entonces, que los partidos no encuentren ciudadanos que se ofrezcan como voluntarios para integrar las mesas de votación. Una sociedad como la salvadoreña tiende a estar dominada por el resentimiento, que combina la impotencia y la cólera. Cuando las expectativas de la población no son satisfechas, pero sí cultivadas intensamente por la publicidad, la frustración es aún mayor. En estas circunstancias, la presión social e individual empuja a la violencia criminal como última opción y como compensación, aparentemente sin mayores exigencias. Las personas maltratadas y sistemáticamente imposibilitadas para satisfacer sus expectativas se encolerizan y optan por el crimen.
La supresión de la dramática realidad de la mayoría de la población deja a los representantes políticos sin representación. Por lo general, simplifican y caricaturizan esa realidad para hacerla maleable y acomodarla a sus intereses particulares. Pero la ocultación de la realidad deja en la oscuridad la vida de la gente y abre la puerta a los prejuicios y los fantasmas, que se apoderan de la imaginación. Cuando los individuos se ignoran, las desconfianzas y los miedos los empujan al aislamiento e imposibilitan la resolución de los conflictos. Así, las murallas y las rejas son cada vez más imponentes, al igual que la agresividad. El miedo crea chivos expiatorios para explicar los males. Quizás las pandillas no son las únicas responsables de la violencia social actual.
El costo que la sociedad salvadoreña paga por la mala representación de sus diputados y sus líderes políticos es muy elevado. Es imposible confiar en un extraño total, en alguien de quien nada se sabe. No se puede colaborar con aquellos de quienes se ignora casi todo. La democracia es un medio para construir una sociedad de individuos iguales en dignidad, igualmente reconocidos y considerados, y, por tanto, capaces de construir una sociedad común, es decir, de todos. Una mayor visibilidad y legibilidad mejora la gobernabilidad de la sociedad y las posibilidades para la confianza y para desarrollar mecanismos de solidaridad.