Rodolfo Cardenal
El estatuto del gabinete, con alguna excepción, es anómalo. Los ministros y los presidentes de las autónomas del periodo anterior continúan en sus puestos sin las formalidades constitucionales. Ni siquiera han informado su continuidad en el puesto. Son funcionarios de facto. En una gestión institucionalmente irregular como la actual, una transgresión más es irrelevante. Los otros poderes del Estado, establecidos para contrarrestar el exagerado presidencialismo del poder ejecutivo, son obsecuentes, mientras la opinión pública se repliega, entre complaciente y temerosa de la represión. En cualquier caso, la continuidad del gabinete no hace diferencia en la marcha del país.
La Constitución asigna a los ministros y a otros funcionarios, como los presidentes de los entes autónomos, las competencias que permiten al Ejecutivo cumplir con sus objetivos. Pero, al parecer, a Bukele le basta con sus hermanos y su parentela, los venezolanos y otros extranjeros. Ninguno, excepto él, está habilitado formalmente, pero todos, excepto sus familiares, devengan jugosos salarios. Y todos sacan buen partido de su proximidad al poder real. Asimismo, todos, excepto Bukele, son invisibles. Tal vez la continuidad del gabinete se deba a que los hermanos Bukele han decidido mejorar sustancialmente la gestión del poder ejecutivo y no encuentran a los candidatos idóneos, dispuestos a trabajar bajo la estrecha vigilancia de sus asesores extranjeros.
No deja de ser extraño que la dictadura tenga dificultades para conformar el gabinete de la reelección, pues no busca personalidades brillantes, ni liderazgos fuertes, ni administradores eficaces. El nuevo ministro de Cultura, la única renovación, es un técnico en sistemas informáticos, ajeno al quehacer cultural; y el de agricultura desconoce el ciclo de la cosecha de granos básicos. El único requisito es cumplir fielmente las órdenes de Casa Presidencial, que indica a los funcionarios qué hacer y qué decir. La actividad ejecutiva, aun la ordinaria, es realizada por expresa orden presidencial. Es así como el oficialismo puede asegurar que Bukele estuvo al frente de la emergencia recién pasada por las lluvias, aun cuando, contrario a su costumbre, no compareció.
Los funcionarios del Ejecutivo no son más que empleados de los hermanos Bukele y sus asesores, que usurpan funciones constitucionales. Les impiden acceder directamente al mandatario, solo ellos tienen voz en la determinación de la agenda y ellos les ordenan lo que deben hacer. En estas condiciones, ocupar uno de esos sillones es aceptar la imposición de extranjeros, que actúan en nombre de Bukele. Someterse a semejante humillación es indicio de extravío y de una ambición desmedida de poder y riqueza. Entre más alto el cargo, más posibilidades para “componerse”.
La anulación de los altos funcionarios del Ejecutivo no se ha traducido en una mejor administración pública ni en un uso racional de los escasos recursos disponibles. Al contrario, los servicios más demandados por la población han empeorado. Tampoco ha suprimido el despilfarro y la corrupción. La incapacidad manifiesta para enfrentar las consecuencias del temporal recién pasado es un llamado a la cordura. Las desventajas de concentrar la gestión en un puñado de asesores de confianza, que cuidan más de la imagen de Bukele que de la gente, son evidentes.
Las comunidades organizadas han sido de mucha mayor ayuda. Ellas conocen sus vulnerabilidades y están familiarizadas con el terreno y sus habitantes. Una información crucial fuera del alcance de un funcionario lejano, que cumple las órdenes de una Casa Presidencial aún más distante. Gobernar en nombre de Bukele no habilita para asistir pronta y eficazmente a las comunidades damnificadas. La comparecencia de algunos de estos funcionarios ha causado hilaridad en las redes digitales. Casa Presidencial los expuso al ridículo al intentar mostrarlos cercanos y comprometidos. El ministro de Defensa apareció con una señora mayor cogida del brazo, la cual protesta airada porque la introdujo en la escorrentía para sacarse una fotografía.
Si los funcionarios del gabinete gozaran de libertad, aun con sus limitaciones, harían un mejor papel. La imposición de un guion desde las alturas del poder presta un flaco servicio al mismo Bukele. La aguda contradicción entre su discurso y la realidad hace sospechar que el círculo de sus íntimos lo mantiene aislado, le cuenta solo lo que quiere escuchar y le oculta aquello que puede despertar su ira y provocar la caída en desgracia del mensajero. Es la tragedia de los dictadores: suelen emerger de la base con una propuesta halagadora para las masas desorientadas y frustradas, pero, una vez en la cima de poder, se aíslan y viven de ficciones y engaños.