Rodolfo Cardenal
Convertir el país en un centro tecnológico regional es atractivo, pero irreal. Las bases para ello no existen, porque el nivel educativo del país no tiene la altura mínima necesaria. El Salvador ocupa la posición 79 de 81 posibles en la última medición del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA). Ninguno de los trece países latinoamericanos evaluados supera el promedio de los 38 más ricos y todos muestran un mejor desempeño en lectura que en matemáticas y ciencias. Tres de cada cuatro estudiantes tienen un bajo rendimiento en matemáticas, es decir, no poseen las competencias básicas de dicha disciplina. Aunque el desempeño en lectura es superior, la mitad no comprende lo que lee.
Todas las disciplinas son importantes, pero ninguna como las matemáticas, clave para acceder a las profesiones científicas y tecnológicas. Adicionalmente, la destreza en matemáticas mejora el aprendizaje de otras disciplinas. Dicho de otra manera, el país no dispone de la masa crítica con las competencias y las habilidades indispensables para construir el centro tecnológico con el que Bukele sueña.
Si bien el estudio atribuye al covid —la perturbación más grave desde la Segunda Guerra Mundial— la pronunciada caída en el desempeño de los estudiantes de todos los países, la pandemia no amplió demasiado la brecha entre el rendimiento de los pobres y los ricos. En la mayoría de los países, el aprendizaje de estos últimos se estancó tanto como el de aquellos. Por tanto, el informe confirma la elevada desigualdad en los aprendizajes. En promedio, el 88 por ciento de los estudiantes más pobres de la región tiene un bajo desempeño en matemáticas, comparado con el 55 por ciento de los más ricos.
En general, un año adicional de escolarización representa un aumento anual de cerca del 10 por ciento del salario. El aprendizaje perdido significa salarios bajos durante varios años. La caída en el desempeño implica abandonar los estudios antes del bachillerato o no adquirir las habilidades necesarias para tener éxito en la educación superior. Estos datos indican que las profesiones científicas y tecnológicas, cuya demanda es creciente y, por tanto, con más posibilidades de empleo y mejor remuneración, no están al alcance de buena parte de la juventud.
En teoría, el retraso educativo del país debiera actuar como acicate para impulsar reformas que eleven el rendimiento académico de los estudiantes. La superación del atraso pasa por aumentar dramáticamente la inversión en educación, pero es mucho más que eso, ya que el dinero puede ser empleado en conservar viejas estrategias, y porque con demasiada frecuencia los recursos no llegan a las escuelas y los estudiantes que más los necesitan. La distribución masiva de tabletas y computadoras no ha hecho mucha diferencia. La evidencia internacional ha demostrado que mejorar la capacitación y la motivación de los docentes es mucho más eficaz para elevar el nivel de formación de los estudiantes.
Bukele prefiere gastar en el culto a su persona y en la militarización del país. Transformarlo en un centro tecnológico regional exige cambiar sus prioridades. También lo requiere satisfacer las nuevas expectativas que Washington le ha asignado. Bukele ha sido llamado a levantar un muro digital contra la influencia de China y Rusia en la región y a contener la emigración. Aparentemente, el voluminoso préstamo del FMI para salvar las derruidas finanzas nacionales está vinculado con esos dos cometidos. En cualquier caso, los resultados no serán inmediatos. Dado el nivel educativo actual, la planificación debe ser de mediano y largo plazo. Bukele ya ha desperdiciado los cinco primeros años en militares y el culto personal. En el mejor de los casos, necesitará varias reelecciones para colocar la última piedra de su proyecto.
Otro obstáculo hasta ahora insuperable es la confianza desmedida e injustificada de los ministros de educación, incluidos los de Bukele. No puede, pues, escudarse en que el retraso educativo es obra de los desmanes de los de siempre. Estos funcionarios se han negado a adoptar políticas de Estado de mediano y largo plazo, respaldadas por un consenso social y político. El afán irrefrenable de protagonismo los ha llevado a anular los avances de su antecesor y a empezar de nuevo, en lugar de evaluar lo logrado, superar los fallos y avanzar. Cada nuevo funcionario piensa que sus planteamientos son únicos, y así, pasan las administraciones, gastan el dinero y el tiempo, y la educación sigue postrada.
El mal entendido protagonismo de estos funcionarios ha cerrado posibilidades a incontables generaciones de jóvenes. No es extraño, entonces, que emigren o hayan buscado una alternativa en el crimen organizado. La actitud de Bukele no es diferente a la de los ministros de educación de siempre, excepto que su desgobierno comprende las áreas sociales, económicas, políticas y culturales.