Rodolfo Cardenal
El expresidente reelecto, en ejercicio pleno de su cargo, ventiló a los cuatro vientos un nuevo sueño. Desde una elevada azotea con vistas panorámicas, presidida por el logo de una de las multinacionales más poderosas del mundo, anunció triunfante que esta conducirá al país “ahí donde lo queremos llevar”. El nacionalismo presidencial no es tan sólido como aparenta: se rinde ante una empresa multinacional de tecnología estadounidense.
La meta a donde Bukele quiere llegar permanece indefinida, porque así puede agregar cualquier nueva ocurrencia que despierte ilusiones en propios y extraños. Lo único claro es que aspira a ocupar el primer lugar en unas competencias presidenciales inventadas por él. Desde las alturas de la terraza, se declaró campeón en adoptar la infraestructura y los servicios de dicha multinacional en América Latina y en albergar una sede tecnológica de esa envergadura en Centroamérica. Los campeonatos presidenciales responden al afán de destacar y ser reconocido.
La multinacional se ha instalado en el país no porque haya visto su “potencial” o la “reinvención” llevada a cabo por Bukele, sino porque este le entregará 500 millones de dólares. El país no ha sido favorecido por dicha empresa. Es, más bien, un comprador al por mayor de sus servicios. Ninguna multinacional hace donaciones de esa naturaleza, menos una como la contratada por Bukele, que se destaca por sus estrategias depredadoras y sus ganancias astronómicas. Aceptó la oferta presidencial por simple conveniencia comercial. Si las valoraciones de Bukele son sinceras, pecan de ingenuidad. Si no lo son, encantan muy astutamente a unas masas deseosas de escuchar novedades.
Bukele está convencido de que la tecnología digital tiene la respuesta para proveer salud pública y educación. Indudablemente, esa tecnología es una herramienta muy útil y necesaria para agilizar los procesos administrativos de la salud pública, pero no tiene capacidad para construir unidades de atención primaria y hospitales, para proveer personal especializado que atienda la demanda de la población o para proporcionar los tratamientos necesarios. En una palabra, no es más que una entre otras herramientas indispensables para facilitar cuidados de salud universales y de calidad. Quizás, incluso, no sea lo más apremiante, dado el hacinamiento de pacientes y personal sanitario en facilidades inadecuadas, la falta de especialistas, los plazos extremadamente largos para pasar consulta y la aguda escasez de medicamentos.
Asimismo, confía en que las aplicaciones y las tecnologías contratadas consolidarán los progresos presuntamente logrados en educación pública. Pero estos son relativos. No es cierto que todos los niños del país utilicen el servicio web educativo gratuito desarrollado por la multinacional. No todos disponen de un dispositivo para ello ni tienen acceso a Internet, ni siquiera en las escuelas. Tampoco existe personal y programas educativos para aprovechar al máximo ese recurso. O Bukele no está bien informado del estado real de la educación pública, o se deja llevar por el entusiasmo de su competencia con otros países y mandatarios, o confunde el medio con el fin. Un lamentable fallo para quien se dice “rey filósofo”. En todo caso, la última evaluación internacional del aprendizaje no deja en buen lugar al país: ocupa los puestos inferiores de la escala. Nada raro. Su ministerio de Educación no sabe cómo manejar la inmadurez y la rebeldía adolescentes. Cómodamente, pretende tratar a los estudiantes como “antisociales” e introducir en las escuelas la represión del régimen de excepción.
Las aportaciones más interesantes de la tecnología digital adquirida pueden contribuir a agilizar la administración pública, lastrada con una pesada carga burocrática, y a vigilar y controlar más estrechamente a la gente. Los servicios secretos de Bukele visualizarán en tiempo real sus movimientos, sus viviendas y sus calles. La novedad la presentó como un gran beneficio para la población, que estará así en el mismo nivel que la estadounidense. La comprobada ineficiencia operativa de los funcionarios amenaza desde dentro la realización de los sueños presidenciales. El peligro es real. Las cámaras y los semáforos son tan “inteligentes” como inútiles y las diferentes bases gubernamentales con datos de la ciudadanía están a merced de los hackers, que las exponen gratuitamente al público.
La bienvenida que Bukele brindó a la multinacional enlista sus deseos en el campo de la tecnología digital. Aparentemente, una vez formulados en voz alta, esos deseos adquieren realidad inmediata. El “hágase” presidencial pretende ser similar al del Creador. Su confianza en la tecnología es ciega. Si hay tecnología, el éxito es inevitable. La energía atómica es otra de esas realidades logradas con la simple firma de una declaración de intenciones. Lo mismo el satélite Cuscatlán. En la lista de deseos no figura la inteligencia artificial, un olvido imperdonable de los escribanos del discurso.
La tecnología es siempre un instrumento, todo lo importante que se quiera, pero sus resultados dependen del quién, del para qué y del cómo se utilice.