Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
Taiwán no ha sido tanto un aliado como una fuente de cuantiosas cantidades de dólares a cambio del voto salvadoreño en los foros internacionales. Todos los Gobiernos se han beneficiado de los fondos taiwaneses. Entre esos donativos se encuentran los diez millones de Flores que, en principio, estaban destinados a damnificados, pero fueron a parar a las cuentas de Arena. El dinero taiwanés tenía la inestimable ventaja de no estar condicionado ni sujeto a mayor control. Muy probablemente, esos fondos financiaron más de una campaña electoral. Es normal, entonces, que la dirigencia de Arena lamente su pérdida, puesto que es el partido que más tiempo ha gobernado.
La ruptura con Taiwán y el reconocimiento de China ha puesto en evidencia cuán retrógradas son las clases dominantes salvadoreñas, que ni siquiera están familiarizadas con el nombre de la capital china. La presencia china ha sacudido a una elite anticuada y adormecida, pero con pretensiones de emprendedora, y ha despertado fantasmas, en gran medida por falta de información del Gobierno. Inevitablemente, el cambio implica la suspensión de las relaciones económicas y políticas con Taiwán, pero abre nuevas posibilidades, que no debieran pasar por alto a una elite convencida de las ventajas de la globalización neoliberal. Las multinacionales estadounidenses las explotan con una elevada rentabilidad. La economía y el mercado chinos son mucho mayores que los de Taiwán. Además, China invierte cantidades ingentes en infraestructura, una inversión de la cual carece El Salvador y que ni el capital local, ni el estadounidense están dispuestos a hacer.
Indudablemente, la inversión china —en particular, en infraestructura— posee un componente estratégico en el contexto de la lucha de las potencias por la hegemonía mundial. Sin embargo, no parece razonable que El Salvador se abstenga de las ventajas que puedan derivarse de sus relaciones con China para favorecer a unos Estados Unidos ausentes de la región. La inversión china es, sin duda, imperialista, así como lo es también la estadounidense. A los ansiosos por la posibilidad de presencia militar china hay que decirles que el imperialismo del gran país asiático es más económico que militar. En ese sentido, ofrece unas posibilidades que los capitalistas no debieran despreciar.
El posible financiamiento del FMLN se evita con la aplicación rigurosa de la ley de los partidos políticos. De todas maneras, sorprende que aún no haya salido el argumento de los derechos humanos, quizás porque El Salvador no los tiene en gran estima. En cualquier caso, el país debiera aprovechar la lucha de las potencias para sacar ventajas, en lugar de alinearse incondicionalmente con el imperialismo estadounidense. Esta postura ingenua ha alineado, irónicamente, a Washington, a la derecha salvadoreña y a la dictadura Ortega-Murillo.
La posición de Washington es alucinante. La relación de El Salvador con China no puede afectar el bienestar económico y la seguridad de América cuando la mayoría de países latinoamericanos tiene relación con esa nación desde hace tiempo. Es cierto que, a algunos de ellos, no les ha ido bien, pero no tanto por responsabilidad china, sino por confiar ciegamente en la exportación de materias primas. Pareciera que Washington pretende hacer otra vez del país el sitio donde dar la batalla para detener el avance chino en la región, tal como ya lo hizo en el pasado reciente con el comunismo. China avanza en América Latina porque Washington la ha abandonado. Además, está comprobado que el Gobierno estadounidense actual no es un socio confiable.
El desencanto con la inversión china directa (en concreto, en infraestructura) es una posibilidad real. Mientras que el desencanto con la inversión estadounidense es una realidad amarga. Sorprende que la derecha salvadoreña, tan nacionalista, no lo vea. Los incentivos económicos chinos pueden crear dependencia y abrir la puerta a la dominación. Pero eso no es nuevo. Centroamérica ya lo ha experimentado respecto a la inversión estadounidense desde el siglo XIX. El peligro no estriba en Beijín y Washington en sí mismos, sino en que se trata de una expansión imperialista. Los imperios no suelen promover los intereses de los países colonizados. De todas maneras, en este caso, existe una remota posibilidad para no caer en el colonialismo si El Salvador sabe negociar con China.
Es comprensible que la presencia china en El Salvador —como también en Costa Rica y Panamá— dispare las alarmas en Washington. El único responsable del avance chino en América Latina es Estados Unidos, concentrado en su política interna y en conflictos militares muy alejados de la realidad latinoamericana. En consecuencia, conviene una reevaluación de su política hacia la región, no para retirarse, porque eso significaría dejar el campo libre a su adversario estratégico más poderoso, sino para demostrar su compromiso con la prosperidad económica, la política democrática y la erradicación de la corrupción.
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