Rodolfo Cardenal
Buen intento para huir hacia delante de una realidad nacional en crisis. Bukele no podía rendir cuentas de su cuarto año de gestión sin salir mal parado. La verdad es que ninguno de sus antecesores lo hizo. Acudían a la legislatura a enunciar una larga lista de logros, pero eso tampoco estaba al alcance del actual mandatario: no tiene mucho que mostrar y lo poco que tiene en su haber no deslumbra. Optó, entonces, por lanzar tres anuncios sensacionalistas, que han desviado la atención de la reelección y de la crítica situación del país. Hace falta mucha humildad para admitir errores, cambiar el rumbo y, de paso, superar el miedo para enfrentar los desafíos. Ninguno de los anuncios responde a las necesidades más sentidas de la gente, las cuales quedan postergadas indefinidamente. Por tanto, la crisis no solo subsistirá, sino también se agravará y su superación será cada vez más compleja.
El auditorio, cuidadosamente escogido, saludó delirante los tres anuncios, que “reinventarán” el país. Pero su potencial transformador es muy limitado. Ninguna de las razones aducidas para reducir la cantidad de municipalidades y de diputados tiene fundamento. La reducción no disminuirá el gasto, ni la corrupción, ni hará la administración pública más eficiente. El revuelo suscitado por el reacomodo del territorio ha suplido con creces la vacuidad presidencial. Sin análisis ni criterio, sin consulta con los afectados ni plan de ejecución, y sin considerar las consecuencias, Bukele ordenó a los suyos reducir alcaldías y diputados. Un ejercicio irrefutable de poder dictatorial. La primera afectada son las elecciones generales de 2024. La pesada maquinaria electoral no tiene capacidad para reaccionar con la rapidez y la eficiencia que la orden presidencial demanda. La finalidad de estas medidas no es predominantemente electoral, aun cuando, en teoría, puedan favorecer al oficialismo, sino agitar a la opinión pública para que no haga preguntas impertinentes sobre una gestión en crisis.
El tercer anuncio, el punto de inflexión de la “reinvención” del país de Bukele, es otra “guerra”, la tercera en cuatro años. La ofensiva lanzará “la fuerza del Estado” y “las herramientas legales” contra los corruptos. Una licencia retórica, porque los altos funcionarios y los afines a los Bukele están excluidos, y porque hablar de legalidad es una redundancia cuando solo prevalece la voluntad presidencial. El objetivo “militar” de la cruzada son algunos exfuncionarios que, por alguna razón, Bukele aborrece. No se trata de defender ni mucho menos justificar la indecencia de los corruptos, sino de señalar la arbitrariedad de una operación vengativa contra sus enemigos personales. Entre ellos se destacada el primer presidente de Arena, erigido en una especie de chivo expiatorio de todos los corruptos.
La confiscación de sus propiedades electrizó al recinto legislativo. No por compromiso con la honradez, sino por compartir la aversión de su patrón. Razones no faltan. El expresidente aprovechó la privatización neoliberal para engrosar aún más su fortuna. Pero no fue ni es el único. En Casa Presidencial y sus dependencias circulan corruptos del más diverso calibre. Cada uno se emplea a fondo en sacar provecho de su posición. Una auténtica reinvención de la gestión pública pasa por la persecución de todos los corruptos. En todos los casos, la persecución debe estar respaldada por pruebas que sustenten una acusación criminal sólida. Retomar los expedientes de la Cicies y las listas de Washington sería un buen comienzo. Entonces, la ofensiva ganaría credibilidad y potencial reinventor. Pero no se trata de hacer verdad y justicia ni de restituir lo robado, sino de conseguir aplausos y votos.
Las gremiales de la empresa privada debieran tomar nota, porque en el momento menos pensado sus socios pueden ser víctimas de la cólera presidencial. Las razones o los delitos son lo de menos. Basta con acusarlos de “asociaciones ilícitas”. A un busero de los grandes lo despojaron de sus bienes y lo enrejaron, acusado de diversos delitos, pero otros colegas suyos gozan de buena salud, aun cuando hacen fortuna con prácticas similares.
La “reinvención” de Bukele, jalonada por los tres anuncios, no es ninguna “cátedra de valentía y firmeza”, tal como la califica un adulador. En lugar de exponer con lucidez y arrojo la realidad nacional en toda su crudeza y complejidad, Bukele huye desesperada y arriesgadamente hacia delante de la mano de los asesores venezolanos. De alguna manera, estos son conscientes de la fragilidad de la presidencia. Comprensiblemente, Bukele teme perder poder legislativo y municipal. Por eso, provoca, enreda y ataca.
La popularidad lo ha sostenido hasta ahora, pero no el Dios de Jesús, porque este no es Dios de odios, venganzas y guerras, sino de justicia, de paz y de amor. No de maledicencia, de desprecio y de malhechores, sino de verdad, misericordia y compromiso con los despojados y vulnerables.