Rodolfo Cardenal
UCA no hay más que una. Distinguir entre una UCA “histórica” y otra “actual”, tal como hacen las redes oficialistas, es una representación retorcida. Para el oficialismo, la UCA verdadera sería la de antes, mientras que la de ahora sería una falsificación. Esa interpretación idealiza el pasado para rechazar un presente que le desagrada. El oficialismo se decanta por la UCA de Ignacio Ellacuría y sus compañeros mártires para desacreditar a la UCA actual. La astuta contraposición de las dos universidades es la réplica ingeniosa de un régimen sin ideas.
Los agitadores del oficialismo no saben lo que dicen. Se les antoja que la UCA de los mártires alcanzó una excelencia que la actual habría perdido. La oligarquía y los militares, las plumas a su servicio y sus empresas mediáticas la acosaron igual que ellos hacen hoy. La persiguieron por pedir reformas socioeconómicas de envergadura, por defender la libertad de organización campesina y sindical, y por pedir elecciones libres y limpias. El poder oligárquico-militar invocó el comunismo para rechazar unas reformas que hubieran frenado la guerra civil. Desencadenada la guerra, la UCA exigió a las partes observar el derecho internacional humanitario. Luego, promovió el diálogo y la negociación para encontrar una salida política. Convencidas del triunfo militar, las dos partes se lanzaron virulentamente contra la UCA. Confrontado con la derrota militar y una negociación inevitable, el alto mando del Ejército masacró a la dirección de la UCA.
Los ataques no cesaron después de 1992. La UCA se ganó la enemistad de militares, políticos y capitalistas por exigir el cumplimiento fiel de los compromisos adquiridos en los Acuerdos de Paz, por criticar la imposición del neoliberalismo económico, en particular, las privatizaciones, y la dolarización, por el empobrecimiento generalizado y el aumento de la desigualdad y por el surgimiento, expansión y consolidación de las pandillas. Todos los gobernantes de la posguerra arremetieron contra la UCA por no plegarse a sus planteamientos. La UCA no ha cedido y se ha mantenido fiel a su misión de dar voz al pueblo salvadoreño y de defender sus derechos.
En la década de 1970, la UCA estableció gradualmente medios para burlar el cerco informativo impuesto por el poder oligárquico-militar y para proyectar su pensamiento en la sociedad, sobre todo, entre las mayorías. Primero fue ECA y la imprenta, seguidas de varias publicaciones periódicas especializadas. Simultáneamente, estableció la Cátedra de Realidad Nacional para discutir racional y libremente los desafíos del país y sus posibles soluciones. Más tarde, pasó del texto escrito a la difusión radiofónica con la fundación de la YSUCA. La masacre de 1989 no mató su espíritu crítico, ni anuló su asignatura más importante, la realidad nacional, ni su compromiso con la transformación de dicha realidad.
A pesar de la persistente animadversión, la UCA siempre ha estado abierta al diálogo con los poderes fácticos, y estos no solo han respetado su conocimiento del país, la seriedad y la pertinencia de sus análisis y propuestas, su influencia en la opinión pública y su integridad. En algunas coyunturas críticas, esos poderes se han acercado a la UCA para discutir posibles salidas. La UCA siempre ha estado abierta al diálogo, sin excluir a nadie, aunque poco ha conseguido hasta ahora por la crispación y la polarización que caracterizan a la sociedad salvadoreña. También es cierto que, en la actualidad, esa posibilidad está cerrada. La dictadura es demasiado soberbia como para dialogar. Solo admite el sometimiento total, lo cual implica la entrega de la razón, la libertad y la justicia. Algo que la UCA no puede aceptar sin renunciar a su identidad.
Aquí está la raíz de la animosidad del oficialismo. La confrontación no es nueva, la razón última es similar a la del pasado y sus adversarios actuales tienen muchas coincidencias con los de antaño. Fiel a su tradición y su identidad universitaria, la UCA no se ha plegado a los Bukele. No lo ha hecho por obcecación, sino porque el régimen lesiona grave y sistemáticamente a las mayorías populares, el centro de la UCA. La malquerencia es aún mayor porque, pese a la avalancha de ataques del oficialismo, la UCA es un referente de verdad, derecho y justicia para sectores significativos del pueblo salvadoreño.
La UCA como cualquier otra realidad histórica es dinámica y cambia para seguir siendo la misma, aunque nunca lo mismo. El oficialismo también. El de Nuevo Cuscatlán no es el de San Salvador, ni estos el presidencial, que ejerce un poder absoluto, militarizado y represivo. El cambio es inevitable. La cuestión consiste en si el cambio humaniza o deshumaniza, libera u oprime. UCA solo hay una, la de los mártires, cuyo legado, actualizado constantemente, está al servicio de la liberación del pueblo salvadoreño.