Ignacio Ellacuría propuso diagnosticar el estado de salud de la sociedad a partir del análisis de sus heces. El coproanálisis histórico, así lo llamó, permite conocer críticamente una acción o una realidad, considerando todos sus efectos y repercusiones, en el tiempo y el espacio. No solo importan los efectos inmediatos, también los de largo plazo, que repercuten sobre aquellos y sobre el todo y sobre el mismo desencadenante. El análisis de las heces es pertinente, porque la verdad de algo solo se alcanza si se tienen en cuenta sus efectos secundarios, aun cuando no sean pretendidos.
El coproanálisis histórico revela la verdad del régimen de excepción y del régimen de los Bukele en su conjunto. Desautoriza las opiniones que intentan justificarlos con el argumento de que la desarticulación de las pandillas y la seguridad asociada a este hecho son algo bueno en sí mismo, desestimando la represión indiscriminada, la brutalidad de sus agentes y el terror estatal; que primero hay que limpiar la casa para luego ocuparse de la pobreza, la salud, la educación, la inflación, la deuda pública, etcétera; y que en una guerra como la librada por los Bukele es normal que haya daños colaterales. Estas opiniones enuncian verdades parciales que satisfacen conciencias inquietas, algunas cristianas, pero, obviamente, de manga ancha y mal formadas.
El análisis de las heces es un recurso científico muy común para detectar enfermedades en el organismo humano y también, agrega Ellacuría, en la organización social. No se trata de ensañarse con lo malo, desconociendo lo bueno. Tampoco de tomar la parte por el todo como las opiniones mencionadas, que se quedan con lo bueno y desconocen lo inaceptable. Sino de descubrir lo que es el todo en aquello que lo caracteriza objetivamente. No es que solo produzca detritus o que estos sean lo principal, sino que en ellos se dan claves para revelar el estado de salud del productor. En consecuencia, es inadmisible argüir que el bien producido, en este caso, la seguridad, es mejor que el mal permitido, la detención hacinada de decenas de miles de pandilleros y no pandilleros, la tortura, la incomunicación y la negación del derecho a la salud, a la defensa y a la justicia. No se puede, pues, desestimar como irrelevante la violación sistemática y masiva de la dignidad humana y los derechos fundamentales.
Estos detritus revelan la cruda realidad del régimen de los Bukele y su estado de salud política y ética. Negar la existencia de los desechos es poner en grave riesgo la salud individual y social. Desde una perspectiva cristiana, equivale a condonar, por omisión, un pecado estructural y mortal, ya que asesina. La represión masiva e indiscriminada del Estado militarizado tiene efectos buenos para unos cuantos, mientras descarta a otros muchos, no solo pandilleros, sino también a quienes no lo son y a sus familiares. Si aquellos ya estaban deshumanizados, el régimen los deshumaniza aún más y dispone de ellos como simples desechos. Sus carceleros les propinan golpizas, los arrinconan como basura y los tratan como detritos sociales.
El uso de la fuerza militar y policial para mantener la paz social pone de manifiesto no solo la irracionalidad y el envilecimiento de sus ejecutores, sino también la maldad de la estructura social. La seguridad de unos cuantos lleva a la inseguridad del resto. En la raíz de esa realidad se encuentra una estructura económica y política perversa. El capitalismo neoliberal heredado de Arena, que acumula riqueza por el despojo, ha multiplicado y profundizado la miseria y la violencia, indispensable para mantener el ritmo de acumulación de los pocos privilegiados. Los Bukele no se han atrevido a tocar esa estructura despojadora e injusta. Su novedad ha consistido en militarizar el Estado y la sociedad, y en hacer uso indiscriminado y masivo de la fuerza para mantener en su sitio la herencia de Arena.
El régimen de excepción de los Bukele busca limpiar las heces del capitalismo salvaje con más heces. No ha mostrado el menor interés en modificar esa forma de capitalismo. Ni siquiera en aliviar sus efectos más devastadores. Exonera de impuestos a las empresas tecnológicas, cuya rentabilidad es de las más elevadas, pero es incapaz de suprimir el impuesto al valor agregado de la canasta básica y los medicamentos de primera necesidad, lo cual hunde aún más en la precariedad a las mayorías. No le faltan palabras para saludar a visitantes estrafalarios, pero guarda silencio ante la amenaza de escasez de granos básicos y el deterioro de los indicadores socioeconómicos. Levanta la voz para defender a un Trump acusado de 34 delitos criminales y con varias investigaciones abiertas, pero calla ante el clamor de las madres de los desaparecidos y de las mujeres en las afueras de sus prisiones. La verdad del régimen de los Bukele es la totalidad de sus prácticas y sus consecuencias. No se pueden aplaudir los beneficios e ignorar las perversidades.