Rodolfo Cardenal
El Centro de Confinamiento del Terrorismo, aun siendo el más grande de América Latina, no es ninguna obra admirable, sino ejemplo del fracaso rotundo de la política social de Bukele. No es solución para la violencia social, porque el hambre, la enfermedad y el desempleo acechan a las mayorías. Estos males son estructurales y antiguos. Bukele pudo haber colocado los cimientos de una política de Estado centrada en servicios sociales universales y de calidad, pero, en vez de eso, se vanagloria de haber construido un centro de confinamiento perpetuo para presuntos terroristas, mientras en el exterior sus familiares aguardan angustiados tener alguna noticia de ellos y los menores deambulan a la deriva y desescolarizados. En siete meses, Bukele pudo construir los hospitales prometidos, mantener abastecido de medicamentos el seguro social y el sistema público de salud, reducir sustancialmente los tiempos de espera, mejorar la consulta externa y el tratamiento interno de los hospitales públicos, y habilitar la infraestructura educativa (un dispositivo electrónico no eleva el nivel de la educación).
Bukele pudo haber realizado muchas más obras para beneficio inmediato y directo de la gente, pero no quiso ni pudo. Recortó el presupuesto de salud pública de este año, en cuenta el de trece hospitales. La prioridad del presupuesto general es pagar la deuda, mientras la pobreza extrema gana terreno y la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria, es decir, no come lo suficiente o simplemente no come. A la falta de voluntad se agrega el ahogamiento de una deuda en expansión. La seguridad social aparece en el plan electoral, pero, una vez en el poder, Bukele prefirió la infraestructura megalómana, como el penal inaugurado.
La opción es la limpieza sistemática de “los indeseables”, tanto los pandilleros y quienes aparentan serlo como los contestatarios. Todos ellos serán confinados en “condiciones duras, las que se merecen”, “sin volver a tener contacto con el mundo exterior”. Ahí “terminarán los días de todos los terroristas”, una categoría donde cabe cualquiera que se antoje. Bukele hará de ellos “el ejemplo del castigo” por rebelarse contra el orden neoliberal introducido por Arena. El centro de confinamiento está diseñado para “que nadie pueda salir”. Un desperdicio de recursos, porque las fugas hace tiempo que cesaron: ahora los criminales más buscados salen de las cárceles de la mano de los altos funcionarios de Casa Presidencial.
El terror implantado por las pandillas en los territorios bajo su control es respondido con el terror del régimen de excepción. Pensar que el terror se combate con más terror es entrar en una espiral de violencia, donde el país ya estuvo en las décadas de 1930, 1970 y 1980. El terrorismo estatal y privado deja destrucción, muerte y sufrimiento. Esa fue la solución de Hernández Martínez para la miseria del campesinado. El fiasco de la guerra con Honduras evidenció su fracaso. El Ejército y la oligarquía agroexportadora volvieron a intentar el exterminio de los “delincuentes/terroristas” en lugar de reformar la estructura económica y social. Cuando se convencieron de su error, detuvieron la guerra e introdujeron el capitalismo neoliberal. No satisfechos con lo mucho que ya poseían, se apoderaron de la riqueza nacional mediante el despojo. Los excluidos del bienestar neoliberal, la mayoría, se vieron obligados a buscarse la vida al margen de la legalidad. La violencia causada por el despojo de la riqueza fue respondida con otra violencia, cuyas víctimas han sido las poblaciones empobrecidas.
La acumulación por despojo continúa. Los Bukele y sus socios también acumulan despojando. Incluso repiten el discurso del bienestar de los neoliberales de Arena. Si ese bienestar fuera real, Bukele habría terminado con esa modalidad de enriquecimiento de los que ya son obscenamente ricos, habría introducido una reforma tributaria progresiva, habría establecido controles tan implacables como los muros, los cercos y las torres que resguardan su monumento represivo para evitar y perseguir la corrupción, y habría reducido de forma drástica el gasto militar para aumentar sostenidamente el social.
El complejo de Tecoluca es similar a otros campos de concentración, antiguos y actuales. El Salvador de los Bukele no es viable sin ellos. El centro de confinamiento es una vergüenza tanto para quien lo construyó, porque revela que no tiene una propuesta positiva para una realidad social muy precaria, como para la sociedad que lo acepta, unos con entusiasmo, otros impasibles, sin caer en la cuenta de que es producto de su propio fracaso como sociedad.
Vienen a cuento aquí las recientes palabras del papa Francisco, en la República Democrática del Congo, desgarrada por una guerra sangrienta y cruel. El papa pronunció un rotundo “no a la violencia, siempre y en cualquier caso, sin condiciones y sin ‘peros’. […] Es un engaño trágico: el odio y la violencia nunca son aceptables, nunca son justificables, nunca son tolerables, con mayor razón para los cristianos. El odio solo genera más odio y la violencia, más violencia”.