Biografía

El 7 de noviembre de 1942 Valladolid, España, vio nacer a Ignacio Martín-Baró, cuarto hijo del matrimonio entre Francisco Martín Abril y Alicia Baró. En 1959 con 17 años y habiendo desarrollado firmes creencias religiosas y amor por la buena escritura, decide formar parte de la Compañía de Jesús (misma que en 1872 fue expulsada de Centroamérica por sus prácticas de fe subversivas) e ingresa al Noviciado de Orduña (De la Corte, 2001).

Luego Martín-Baró fue transferido a Villagarcía de Campos. Permanece ahí poco tiempo antes de ser enviado a El Salvador, donde termina el segundo año de noviciado. En 1961 llega a Ecuador y estudia humanidades clásicas durante dos años en la Universidad Católica de Quito. Posteriormente viaja a la Universidad Javeriana de Colombia, lugar donde presenta la tesina “Ser y sufrir” para culminar el pregrado en Filosofía y Letras en 1964 (Portillo, 2012).

Ignacio inicia sus funciones religiosas en “el Cochó”, comunidad colombiana que causa mucho impacto en él. Altamente influenciado por las experiencias vividas en Colombia y Ecuador aplica teorías existencialistas, psicoanalíticas y marxistas a la realidad social Iberoamericana (De la Corte, 2001).

Durante 1966 Martín-Baró regresa a El Salvador y tiene su primera aproximación a la docencia en el colegió Externado de San José en San Salvador a lo largo del año que permanece en el país. Luego viaja a Frankfurt para iniciar su primer año de estudio en teología. En 1968, mientras continuaba sus estudios en Bélgica, Ignacio tiene contacto con la nueva orientación católica propuesta por el reciente Concilio Vaticano II. En 1969 regresa a El Salvador donde al año siguiente termina sus estudios en Teología e inicia una estrecha relación con la universidad jesuita José Simeón Cañas (UCA)  (Sant´Anna, 2013).

El Concilio Vaticano II y, más en específico, la Secunda Conferencia General de la Congregación Episcopal Latinoamericana celebrada en Medellín marcaron un cambio en la iglesia católica y  propiciaron las condiciones para el surgimiento de la Teología de la Liberación (ver Gutiérrez, 1971). A partir de ahí, la iglesia latinoamericana empezó a tomar una postura en favor de los pobres e incorporó al discurso teológico categorías sociológicas como “estructura de pecado y “violencia institucionalizada” (de la Corte, 2001).

Muñoz (2012) afirma que la Teología de la Liberación caló de sobre manera en Martín-Baró, quien basado en el concepto de libertad –no únicamente como constructo intelectual sino también teológico- y desde su praxis sacerdotal y profesional, buscó contribuir al mejoramiento de condiciones de vida de pueblos estructural e históricamente oprimidos.

Esta nueva manera de concebir las tareas del cristianismo resonó también en otros sacerdotes radicados en la UCA, entre ellos Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría. Dicha propuesta renovadora reorientó la visión de aquella universidad, y propició un acercamiento entre la institución y los movimientos populares salvadoreños (Sant´Anna, 2013).

En la UCA, mientras impartía algunas clases en esa institución y en la Escuela Nacional de Enfermería de Santa María, Martín-Baró realiza sus estudios en Psicología. En 1975, habiendo asumido algunos cargos institucionales y nutrido un sentido crítico de lo pedagógico, presenta la tesina “Culpabilidad religiosa en un barrio popular” para obtener el título de licenciatura en psicología (De la Corte, 2001).

Los años venideros Martín-Baró permanece la mayoría del tiempo en Chicago, lugar en el que estudia la maestría en ciencias sociales y el doctorado en psicología social. Su regreso definitivo a El Salvador y a la UCA en 1979 le supuso encarar los abruptos cambios que el país había tenido durante su estadía en los Estados Unidos, entre estos el despunte de la Teología de la Liberación, la persecución de la iglesia y el deterioro de las condiciones sociopolíticas salvadoreñas (Portillo, 2012).

En la década de los ochentas, mientras El Salvador se encontraba en pleno conflicto armado, Martín-Baró, junto con sus compañeros jesuitas y la universidad que lideraban, solidifica su compromiso con las luchas populares, marcado por su definición de la postura política a favor de las mayorías oprimidas. Durante ese tiempo llegó a ser jefe y docente del departamento de psicología y Vice-rector de la UCA, fundó y dirigió el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) y volcó su trabajo hacia la comprensión y transformación de la realidad salvadoreña (Sant´Anna, 2013). La calidad e innovación de su producción académica, los tajantes señalamientos de las injusticias del orden social dominante y sus prácticas encaminadas al empoderamiento de poblaciones marginadas lo hicieron convertirse en un referente de las ciencias sociales en América Latina.

A lo largo de los ochentas el amante de “la velocidad, y la literatura atormentada, las filosofías existencialistas y el ritmo chispeante de la bossa nova” (Blanco, 1998, p.11) no solo fue conocido por su rigurosidad académica y las constantes críticas al modelo hegemónico que lo llevaron a ser conocido como “el rojo” en algunos círculos (Portillo, 2012, p.81), sino también por la alegría que siempre lo caracterizó, en especial cuando llevaba su guitarra y dedicaba su energía al trabajo en comunidades salvadoreñas como Jayaque y Zacamil.

El incesante cuestionamiento al estatus quo que hacían los jesuitas llevó a líderes de las élites económicas, religiosas, políticas y militares, apoyados por el gobierno estadounidense y usando a un batallón del ejército salvadoreño como sicario, a orquestar una operación que tuvo como resultado la muerte violenta de Martín-Baró, Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno y Amando López, además de Elba Ramos y su hija Celina, quienes se encontraban en la casa de los sacerdotes en día del crimen (De la Corte, 2001).

El 16 de noviembre de 1989el Coronel René Emilio Ponce(con el aval de otros altos mandos de la Fuerza Armada de El Salvador) autorizó al Coronel Guillermo Alfredo Benavides, director de la Escuela Militar “Capitán Gerardo Barrios”, para dar la orden de asesinar a “los intelectuales de la guerrilla”. Esta misión fue organizada por el Mayor Carlos Camilo Hernández Barahona y ejecutada por el batallón “Atlacatl” (ver Comisión de la Verdad para El Salvador, 1993, pp.44-50).

Si bien el múltiple asesinato impactó a comunidades nacionales e internacionales, tal deplorable acción no tomó por sorpresa a Martín-Baró. Quienes mantuvieron contacto con el psicólogo afirman que él sabía que lo iban a matar. A lo mejor fue su inminente pero impredecible muerte la que lo impulsó a ser un incansable servidor, después de todo “si la muerte no existiera como un fin imprevisto, tendríamos pleno derecho a la indolencia, ya que siempre podríamos dejar para "mañana" la realización de cualquier acto. Es la muerte, por tanto, la que da valor a cada instante de nuestra existencia." (Martín-Baró, 1966, p.8).

Pasado un poco más de un cuarto de siglo desde el asesinato de Martín-Baró sus argumentos continúan siendo clave para comprender las dinámicas estructurales de pueblos convulsos e injustos, como también para proponer estrategias encaminadas a la transformación de las condiciones de opresión que históricamente han flagelado no solo a América Latina, sino también a muchos otros países alrededor del mundo (Levine, 2014).