Editorial

A propósito del día de la Tierra

 

Aunque no fuera más que un pretexto para seguir señalando el pecado que cometemos contra la Tierra que nos sustenta y que nos sostiene, hay que celebrar el Día de la Tierra, reflexionando y machacando. Hay que continuar denunciando lo que hacemos mal con ella, lo que no hacemos, lo que sabemos que habría que hacer y, a pesar de ello, lo que seguimos sin hacer. No está de más insistir pues en ello nos jugamos nada menos que la supervivencia de casi 6000 millones de habitantes del planeta - humanos y no humanos - y, en particular, casi 20 millones de centroamericanos y, por lo que nos toca directamente en casa propia, 6 millones de salvadoreños y muchos millones de seres de otras especies vegetales y animales; es decir es un atentado a la biodiversidad de la Tierra y a la patria. Es indudable que la gran responsabilidad del despojo y consiguiente deterioro medioambiental de nuestro hábitat la tiene el sistema tecno-económico-social que comanda los destinos de este planeta "civilizado". Y aun cuando se nos diga que es una especie de precio inevitable para desarrollarnos, ello no debería servir como cómoda (o interesada) excusa para continuar suicidándonos como especie, ni como nación, en el caso concreto de El Salvador. Indicaciones de la enfermedad abundan en las noticias, artículos y editoriales de los periódicos nacionales; para muestra un par de titulares de los últimos días: "Gasto millonario por contaminación, causas: neumonías, bronconeumonías, diarreas y parasitismo" (La Prensa Gráfica, 22.04.99), "La Ley del Medio Ambiente: una necesidad para todos" (LPG, 22.04.99), "Prevén aumento de calor y sequía" (LPG, 29.04.99), "Una sangría llamada erosión" (El Diario de Hoy 8.5.99) , "[Río] Shutía muere en Texistepeque" (EDH 8.5.99), "Extracción de piedra daña ribera del río Paz" (EDH 8.5.99). Abundan las razones técnicas y científicas para demostrar que hay un deterioro galopante. Los ecologistas lo han denunciado, en diversos tonos. El gobierno de uno de los países más deteriorados del continente americano, El Salvador, si bien ha dado algunos pasos importantes como la creación del Ministerio del Medio Ambiente, sigue actuando tibiamente, dada la gravedad del problema que repercutirá no sólo sobre las actuales generaciones sino sobre las futuras. Podría afirmarse sin exagerar que, so pretexto de un desarrollo mal entendido, estamos hipotecando la Tierra de nuestros nietos.

La razón tecnocientífica, término tomado del título del libro "Crítica de la razón tecnocientífica" del español Eugenio Moya, ha logrado imponerse en nuestra actual civilización, con los consabidos costos sociales, económicos y ecológicos. El sueño de Francis Bacon de dominio de la Naturaleza por parte del ser humano pensante parece haberse logrado a fines del siglo XX pero nuestra civilización occidental, hija de la Modernidad, parece estar teniendo algunos problemas en el camino de lograr un desarrollo armónico, equitativo y sostenible del planeta. Moya cita al noruego Arne Naess, quien distingue entre una ecología superficial y una ecología profunda. Así, «la shallow ecology (ecología superficial) trata de remediar el daño manejando los recursos y las intervenciones tecnocientíficas de un modo más inteligente, pero sin abandonar la perspectiva economicista». Sigue diciendo el profesor Moya que «en contraste con este ambientalismo superficial estaría la deep ecology (ecología profunda) que buscaría una orientación en la ética, en la política o en la cultura para conseguir una relación más positiva e igualitaria con la biosfera. Apoyados en la idea de igualdad biológica, piensan que no hay ninguna razón para pensar que nuestra especie tiene algún derecho para gobernar al resto de la Naturaleza». Nosotros en El Salvador no hemos ni siquiera llegado a comprender, ni mucho menos a aplicar, el primer nivel que el pensador noruego llama ecología superficial. El segundo nivel parecería en nuestra sociedad poco menos que una extravagancia irrealizable. Y es que, atados al carro de la globalización, el precio a pagar por nuestros países es tan elevado que deberíamos emprender, como mínimo, una estrategia de ecología superficial, pero en serio y con decisión, si queremos sobrevivir con cierta dignidad en un país ya en vías de desertización. Se trata de que todos los sectores de la sociedad, no sólo los más poderosos económicamente, pero también con ellos, iniciemos de una vez por todas, el camino de retorno. Quizá el momento de relevo del mando presidencial sea el oportuno para sacudir las fibras del poder y revertir el proceso de deterioro. Que la esperanza no caiga en el vacío.

De lo contrario, aspiramos a un desarrollo inhumano y antinatural, en el sentido más estricto de la palabra. Queremos seguir celebrando el día de la Tierra, con animales, plantas y vida,...no bajo tierra.