Oficina de Vinculación con Graduados

Josué Ramírez
jramirez@uca.edu.sv

“No podemos ayudar a una persona, sin desenmascarar al sistema” 

Amilcar Valencia, Director de El Refugio

 

La búsqueda de mejores oportunidades, huir de la violencia o salir de la pobreza, pueden ser motivos por los que algunos compatriotas han abandonado El Salvador. La mayoría corre el riesgo de sufrir violaciones a sus Derechos Humanos. En estos casos,  alguien debe alzar la voz. De esta manera, nos encontramos con Amilcar Valencia quien, a través de la ONG El Refugio, además de ofrecer alimentación y techo a familiares de emigrantes, también denuncia los abusos de poder y trabaja para que los derechos de los que se arriesgan a cruzar la frontera, sean respetados en los Estados Unidos.

 

Manifestaciones frente a la Oficina de Immigracion en Atlanta, Georgia. Foto: El Refugio

Con estudios de profesorado en teología, ¿cómo te involucraste en la defensa de los Derechos Humanos de los migrantes en Estados Unidos?

En El Salvador, yo siempre estuve involucrado en trabajos dentro de las comunidades. Yo soy de una zona rural en San Juan Opico, en el departamento de La Libertad, y trabajamos en la comunidad, en diferentes acciones sociales. Entonces ya tenía, digamos, como esa base. Estudié el Profesorado en Teología porque mi meta era desarrollarme en El Salvador; de hecho, estaba trabajando en un centro católico en Ateos, La Libertad. Luego de terminar el profesorado, me comprometí, entonces los planes cambiaron y decidimos que nos vendríamos a Estados Unidos. Actualmente estoy en el sureste del país, en el estado de Georgia.

Cuando migré, mi experiencia no fue muy distinta a la de otros migrantes. Entramos a un país diferente, con otro idioma, toda una cultura distinta. Al llegar acá, lo primero que hice, junto a mi esposa, fue buscar dónde podíamos ayudar a otros en similares condiciones. Hay inmigrante indocumentados, que han llegado acá desde el 80, antes de la guerra civil o durante la guerra civil en El Salvador. Me atrajo esta área para trabajar y apoyar a personas que se encuentran vulnerables, especialmente cuando empecé a darme cuenta de los abusos, de lo que pasa la gente cuando está en este proceso, sobre todo cuando está en detención por inmigración y lo inhumano del proceso.

 

¿Cómo se relaciona la carrera de teología con la labor que realizas? es decir, ¿en algún momento imaginaste que ibas a trabajar con migrantes cuando estabas estudiando en la UCA?

No, como mencionaba, yo ya ejercía [la profesión de docente] en El Salvador. Mis objetivos eran trabajar como maestro en alguna escuela y apoyar a las comunidades, donde ya impartía catequesis. Tenía algo de experiencia porque en El Salvador estuve con otra organización, como voluntario, pero era muy diferente a lo que hago ahora, no me lo imaginaba, incluso que viviría en los E.E.U.U.

Tuve la fortuna de tener una educación en la UCA y graduarme, tener esa oportunidad de ser un profesional allá en El Salvador. Este no era mi horizonte, pero las cosas en la vida cambian y me encuentro en esta realidad. Para mí siempre ha sido claro que donde te encontrás, donde te plantás, es preciso florecer o dar frutos y yo creo que eso es cuando la teología y el trabajo se integran. No se trata solamente de enseñar catequesis, hay que enraizar el evangelio, la palabra en la realidad de las personas, y para mí eso es sumamente importante porque va más allá de la evangelización o de hablar sobre la palabra, es cómo se hace vida en la realidad en la que nos encontramos, y para mí ha sido claro en mi labor en la organización, estoy llamado a hacer este trabajo acá y tiene, digamos, todo el sentido, porque está enraizado en el espíritu de la solidaridad, de lucha por la justicia, que no es nada diferente de lo que aprendí, en la búsqueda de lo que hemos aprendido con la historia de los mártires y Monseñor Romero. Estamos aquí para hacer un trabajo que va mucho más allá de ser un profesional y de ejercer una carrera.

 

Hablemos un poco de tus años en la universidad, ¿qué herramientas crees que la universidad pudo aportarte para realizar la labor que estás haciendo?

Para mí la UCA fue clave, no sólo porque fui becado en la universidad,  sino porque recibí una educación humana, una educación que me dio las herramientas para desarrollarme como persona. Yo creo que es lo fundamental del trabajo de la UCA, desarrollar al ser humano por completo, vincular tu vida con la realidad que estamos viviendo, sin olvidarse de nuestra historia. Yo creo que es sumamente importante el mensaje de los mártires, sobre todo para mí como estudiante de Teología; era necesario estudiar, aprender, conocer y tener esto presente en el trabajo que hago hoy. La educación en la UCA fue una gran oportunidad, te abre el mundo, te enseña a vivir en solidaridad. Para mí fue una oportunidad en la que no solo crecí profesionalmente, sino también como ser humano comprometido con la justicia, que para mí es fundamental.

 

Transportémonos al Centro Monseñor Romero, ¿qué clases, profesores, experiencias de la universidad sientes que te marcaron?

Hay muchísimas. Y con el tema de los maestros, yo creo que definitivamente mencionar a uno sería no mencionar a los demás… pero el padre Dean Brackley fue un gran ser humano. En las clases de moral, no solamente mostraba su gran inteligencia, también tenía una gran capacidad de conectar con nosotros como estudiantes. Era muy gracioso, tenía un gran corazón y siempre acompañaba a las personas. Los demás profesores también tenían algo especial que dar a la clase y no solo llegaban a dar un tema, se preocupaban de que aprendiéramos a interpretar la realidad histórica de El Salvador. Pero recuerdo mucho al padre Dean, fue un gran amigo de los jóvenes, siempre muy involucrado en el programa de becas.

Recuerdo un día que le sacamos canas verdes, creo que había cosas que no mucho le parecían de nuestras actitudes, pero él sabía que éramos jóvenes. En una de las reuniones que tuvimos, el padre Dean siempre daba oportunidades para que los becados hablaran sobre algún tema específico y hacíamos dinámicas alegres. En una de esas, estábamos haciendo una dinámica, pero había que hacer ruido en el salón de clases y repetidamente; el P. Dean se puso hasta rojo con esto, porque el escándalo se pasaba a los demás salones de clase. Mucha gente hasta salió a ver qué estaba sucediendo. El padre Dean no se esperaba tanto alboroto. Creo que le reclamaron por el desorden.

Panel de activistas proderecho de los emigrantes. Foto: El Refugio

 

¿Has pensado venir a El Salvador?

He estado en El Salvador. La última vez fue para la canonización de Monseñor Romero en 2018. Por la pandemia ha sido difícil. Espero regresar en el 2023. Hace falta ir a la UCA, siempre que voy visito el Centro Monseñor Romero y ahora que tengo hijos estoy interesado en mostrarles el lugar donde estudié y, sobre todo, parte de la historia del país. La última vez que fui, llevé al primero para que conociera un poco de la realidad salvadoreña. Siempre que voy, la UCA es un lugar de mi lista de destinos.

 

Hablemos de tu labor profesional, actualmente eres el director ejecutivo de una ONG llamada El Refugio, ¿cómo surge el proyecto?

Al principio, al llegar a Estados Unidos, solo hablaba un 10% de inglés, no conocía a nadie; y aunque tengo familia acá, se encuentran en otros estados del país, entonces no tenían ninguna conexión aparte de mi esposa y su familia. Así empezamos, entre ella y yo. Ella estaba involucrada en el trabajo con migrantes y era como asistente legal para una abogada de inmigración, entonces tenía mucho más conocimiento sobre la situación de los migrantes y, como te digo, esa es una de las cosas que me llamó mucho la atención. Yo nunca lo vi como una manera de ganar dinero, simplemente para mí es una manera de servir.

El trabajo inició como voluntario durante los primeros cinco años de operaciones de la organización. Fuimos 100% voluntarios, no había empleados ni sueldo. Pero el trabajo incrementó, entonces la organización decidió contratar empleados, personas que estuvieran conectadas con este tipo de trabajo. Buscamos personas que supieran sobre la situación del inmigrante en el sureste del país y fuimos atendiendo algunas conferencias y reuniones. Luego, una persona que también es cofundador de la organización, nos invitó a ir a su casa y nos habló sobre la situación de los migrantes detenidos. Fuimos al centro de detenciones, luego me di cuenta que es el tercero o cuarto más grande del país y el más grande del suroeste de todo Estados Unidos.

 

¿Cómo es ese lugar?

Es como una gran galera llena de personas detenidas que están ubicadas en diferentes bloques o secciones, prácticamente es una cárcel privada. Aquí hay empresas que brindan ese servicio, ese es su negocio, entre más personas están detenidas es mejor para ellos. Tienen un contrato con el gobierno federal para que cuando las personas entren en este proceso, ellos le ofrecen el espacio y los pueden tener ahí el tiempo que dure el proceso legal donde se determina si la persona se queda en el país, si saldrá bajo fianza o si lo van a regresar a su país de origen.

La primera vez visité a una persona casualmente salvadoreña, y simplemente fuimos a conocer su historia. La persona tenía muchos años de vivir en Estados Unidos, tenía sus hijos, familia, básicamente toda su vida estaba acá y lo estaban mandando de regreso a su país. Sé que para nosotros, personas inmigrantes, regresar a nuestro país puede ser algo bueno, pero hay situaciones específicas como si la persona tiene su familia acá, uno se pregunta cómo va a dejar a sus niños, no sabes si va a poder regresar y no puede llevárselos porque las oportunidades acá son diferentes o no sabes cómo podrá mantenerlos en el país de origen o si están pasando una situación de violencia y por eso llegó a Estados Unidos. Por estas razones la gente lucha para no ser deportada. En los centros de detención se sufre abuso, incluso hay personas que han muerto en su interior.

 

¿Cómo entra El Refugio en este proceso para apoyar a los migrantes?

Conscientes que no tenemos capacidad de pagar abogados para que las personas  detenidas tengan acceso legal y que ya hay organizaciones que hacen ese trabajo, observamos que varias personas que viven en el norte de Carolina manejan de 6 a 8 horas para llegar al centro de detención para una hora de visita a la semana. Además del gasto de gasolina, tienen que buscar un lugar donde quedarse y comida. Entonces, nuestra respuesta fue abrir un hospedaje para que los familiares de los migrantes detenidos puedan alojarse de manera gratuita, entre otro tipo de ayuda, pero la principal es ofrecer hospedaje y alimentación gratuita. También apoyamos en el estado psicológico y emocional con el que los familiares llegan a la visita, en muchas ocasiones las personas llegan a despedirse, solo a decirle adiós.

Además coordinamos con voluntarios para visitar a detenidos que no tienen familia cerca o están solos en Estados Unidos, entonces nosotros traemos grupos de voluntarios de iglesias o de otras organizaciones para brindar ese contacto humano con alguien de afuera del centro de detención. También, hemos hecho llamadas específicas al departamento de inmigración, primero para que atiendan las necesidades de las personas, pero también para que las liberen. Entonces, no solamente queremos ayudar o dar la atención inmediata, también ayudamos para que este sistema de detención termine, porque es inhumano y este es un tema de justicia para las personas que están acá. Vienen a buscar una mejor vida para su familia, pero encuentran discriminación y criminalización por el simple hecho de ser inmigrante.

 

Voluntarios y familias que comparten en El Refugio. Foto: El Refugio

¿Cuál ha sido el principal desafío en el trabajo que realizas?

Hay muchos desafíos. Buscar fondos para mantener el proyecto, por ejemplo. Pero de los más grandes es también educar a la gente. El público en general simplemente no sabe del sufrimiento que se pasa dentro del centro de detención o de las luchas de las personas en detención. Este es un trabajo que nosotros hacemos, educar a las personas. Encontramos  racismo contra los migrantes, definitivamente es una de las barreras más grandes que encontramos.

El gran reto que tenemos es que estamos en un sistema inmenso que por años ha sido construido para denigrar a una comunidad inmigrante, y estoy hablando de migrantes latinoamericanos, porque esto no sucede con europeos o migrantes blancos, esto sucede específicamente con las personas de color, latinoamericanos, de las Antillas, africanos. Esta población es la que sufre la mayor cantidad de abusos y tienen menos oportunidades de quedarse en este país.

 

Visibilizar, transparentar o desenmascarar todas estas injusticias deja al descubierto al sistema como tal ¿te ha causado algún tipo de ataque u obstáculo para desarrollar tu trabajo?

Haz tocado un tema importante porque a veces, en el movimiento, nos podemos enfocar solo en el trabajo, digamos, caritativo y solidario; sin alzar la voz. Este trabajo es importante, pero no podemos hacer el trabajo de ayudar a una persona, si no desenmascaramos al sistema. No podemos hablar de justica, si no hablamos del opresor, tenemos que hacerlo. Aquí están involucrados los gobiernos locales, el gobierno federal y estas corporaciones que no les conviene que una persona hable sobre las injusticias y lo que pasa allá adentro. Hay mecanismos que utilizan para silenciar o para disfrazarse y comienzan a decir que están a favor de la comunidad o que solo siguen órdenes. Ha habido oficiales de inmigración que directamente invalidan lo que hacemos y nos dicen que no nos compete solicitar atención médica para alguien adentro del centro de detención, por ejemplo.

He recibido comunicaciones oficiales donde reclaman que no podemos manifestarnos porque nuestro trabajo es humanitario y, de seguir así, no nos van a permitir el acceso al centro de detención o van a terminar con nuestros programas. En otras organizaciones reciben amenazas más fuertes por el trabajo que se realiza, pero estamos comprometidos con las personas y vamos a seguir, no importa las amenazas de un oficial de inmigración u otros. Creo que la situación ha cambiado un poquito durante esta administración, pero igual no quita que aunque no sean ataques del gobierno, hay ataques de otros grupos que tienen en la mira organizaciones como El Refugio u otras organizaciones que están luchando por los derechos de las personas.

 

Desde tu perspectiva, ¿cómo crees que los gobiernos latinoamericanos están manejando la crisis de inmigración? ¿Qué crees que hace falta para proponer soluciones viables?, ¿cuál podría ser el punto de partida?

Nosotros sabemos cuáles son las raíces de la inmigración. Sabemos que no es un problema actual. Muchos salvadoreños, personas de otros países, han migrado hacia Estados Unidos por décadas, y tiene que ver con los conflictos armados, la violencia, injerencia de la política exterior de Estados Unidos en Centroamérica, en Latinoamérica, Medio Oriente. Entonces, la inmigración va a continuar siendo un problema para Estados Unidos, para los gobiernos mundiales, si no atacamos sus raíces específicas. Para mí, idealmente sería que una persona que emigra a Estados Unidos, México, otros países, no debería estar pasando por un sistema que te detenga, deporta o criminaliza, que puedas tener libertad de movimiento; pero eso no existe, solo está disponible para poblaciones europeas, con piel blanca, ojos azules; pero si sos de un cantón de San Miguel no tenés libertad de movimiento. Te van a detener en Guatemala, en México o Estados Unidos.

La comunidad emigrante acá en los Estados Unidos es una comunidad que tiene un gran poder adquisitivo, también es una comunidad que trae mucho valor al país y lastimosamente no ha habido una iniciativa de hacer justicia. Siempre se habla de la reforma migratoria, de la necesidad de que las personas vivan aquí con sus papeles en regla, pero nunca ha habido iniciativas reales para hacer eso posible. Este país da incentivos económicos a otros países de Latinoamérica que están viviendo una situación de violencia, pero normalmente el dinero se ocupa para militares y policías, para armamento, pero raras veces hay inversión  en educación o programas de inserción laboral. Lo que nosotros estamos viviendo tiene que ver con las secuelas de la guerra civil y Estados Unidos estuvo involucrado, tiene responsabilidad de la realidad actual. Por ello, también se debería abogar por el derecho de las personas que ya están aquí. Es necesario hablar sobre la injusticia, demandar que las personas sean tratadas como seres humanos.

 

Manifestación en la que se demanda la liberación de personas en el centro de detención. Foto: El Refugio

 

Con el trabajo que realizas, ¿cuál ha sido tu mayor satisfacción a lo largo de estos años por la lucha de los migrantes?

Creo que una de las mayores satisfacciones es que estamos humanizando al migrante. No sé qué tan logro puede ser eso, pero aquí en Estados Unidos el migrante es alguien que normalmente no se le ve como una persona con derechos, simplemente es visto como mano de obra, además, de un montón de connotaciones peyorativas, como individuos que vienen a quitar trabajos o criminales. Existe todo tipo de prejuicios en contra de la comunidad migrante. Entonces, nosotros visibilizamos al migrante como una persona que aporta valor a la sociedad y que tiene derechos como cualquier individuo.

También, lo más satisfactorio de nuestro trabajo son las historias de las familias que han recibido apoyo, y eso también nos hace sentir bien. Nos alegramos cuando las familias se reencuentran porque los familiares salieron de detención; de hecho, nosotros hemos estado en campañas, durante los últimos meses, y hemos podido celebrar la liberación de tres personas, quienes pasaron muchos años en detención, criminalizados por ser de raza negra y querían deportarlos, pero debido a las campañas que hicimos y los recursos legales de otras organizaciones pudimos lograr que esas personas salieran de detención y ahora están con sus familias.

 

¿Cuál debería ser la visión de un profesional UCA con el tema de migración?

Debemos concientizarnos y no estigmatizar al inmigrante deportado. Lo menos que podemos hacer es tratar a la persona como como ser humano. No es posible que el migrante pase atropellos al llegar a Estados Unidos y pase por la misma situación al ser deportado a su país. Yo creo que la UCA da ese gran fundamento al profesional, al estudiante para ver más allá, para ser crítico de la realidad y para ser conscientes de la necesidad de un sistema mucho más humano. Tenemos el compromiso de exigir a los gobiernos que inserten al migrante deportado en la sociedad y transforme las estructuras para dejar de ser un país que expulse a sus ciudadanos.