Oficina de Vinculación con Graduados

 
Josué Ramírez
jramirez@uca.edu.sv

Ana del Carmen Álvarez: estudiar a la edad que yo inicié fue lo mejor del mundo

 

El ambiente de la urbe se desvaneció después de cruzar la puerta. Dentro de la casa, al tiempo le cuesta avanzar. Algunos espacios parecían fotografías antiguas, pero a todo color. Muebles con un tono caoba, decoraciones de porcelana y uno que otro aparato tecnológico que encajaba perfectamente en aquella ilustración de época. Aún faltaba llegar a la terraza que finalizaba con un jardín verde, lleno de plantas y flores, muy al fondo se alcanzaba a escuchar el bullicio de niños en un colegio.

En el estudio se encuentra su computadora de escritorio, repisas y estantes apelmazados de libros, paredes tapizadas con títulos universitarios y reconocimientos por su trayectoria de docente y escritora salvadoreña. En el 2022, cumplirá 91 años, sus proyectos no se detienen. Acaba de publicar la segunda edición de su libro Dichos y diretes y tiene en revisión una novela que escribió en la cuarentena. Su espíritu de superación ha marcado su vida.

Un minuto había transcurrido, cuando de pronto aparece Ana del Carmen Álvarez o Carmencita, como le dicen de cariño sus allegados. Se acercó y, muy atenta, pregunta “¿qué tal?, ¿no le costó encontrar la casa?” No quise mencionarle que había usado Waze (una aplicación móvil) para ubicarme, porque días antes me había explicado con muchas referencias cómo llegar, “rápido encontré la dirección”, respondí y comenzamos a platicar.

 

Ana del Carmen Álvarez en su casa. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

 

¿Cuál fue su primera impresión cuando se matriculó en la universidad? ¿aún recuerda el primer día de clases?

Yo estaba muy feliz. Entré a la UCA cuando tenía 43 años, de mis compañeros, el más mayor tenía 20. Pensé que tendría problemas para comunicarme con ellos, pero no. En mi primer año, el padre Ellacuría nos reunió y nos dio una charla. Nos dijo que “la materia más importante que van a estudiar en la universidad es realidad nacional. Y la realidad no es natural, la construye el hombre y si la realidad no es buena para todas las personas se puede cambiar”. Ahí entendí que el mundo era como era porque el hombre lo había hecho así, pero se podía cambiar. Eso me iluminó para ayudar a cambiar la realidad tan injusta.

¿Por qué eligió a la UCA?

Era la universidad más seria, confiable, donde uno podía estudiar. Yo tuve la suerte que todos los padres que fueron asesinados, fueron mis profesores. El padre Ellacuría me dio filosofía; el padre Nacho, psicología; el padre Montes, sociología; el padre Amando, ética; y el padre Moreno me dio un curso de teología, así como el que llevé con el padre Sobrino, gracias a Dios que él no estaba cuando los mataron.

¿Cómo fue esa experiencia universitaria en un ambiente marcado por el conflicto social?

En una ocasión, el padre Ellacuría llegó a la oficina donde trabajaba, porque desde que me divorcié siempre estudié y trabajé, en ese momento era asistente del secretario de comunicaciones de la universidad. Entonces, el padre Ellacuría nos mencionó que podíamos participar en un noticiero en la radio YSAX, proyecto impulsado por Monseñor Romero. Yo le dije que cómo creía que nosotros íbamos a participar en ese programa, teniendo tantos sabios en las carreras, y nos dijo “no, ustedes no van a escribir, tú puedes ser locutora”. Rápido dije que sí. En la radio nos pusieron como 6 bombas, duró como año y medio. También reconocieron mi voz y dinamitaron mi casa, gracias a Dios que yo no estaba durmiendo ahí esa noche. Por eso tuve que exiliarme en Costa Rica. Ahí terminé la tesis, junto con otra compañera.

 

Cuando sucedió el ataque en la casa de la actual escritora, la reacción de la familia fue de asombro. “Mi mamá no se daba cuenta de lo que yo andaba haciendo, se enteró hasta que pusieron la bomba. Se enojó muchísimo, me dijo que Dios te ampare y me dio $500.00, como diciendo vos te metiste en este lío, ve vos como salís y así me fui del país”.

Cualquiera se extrañaría del compromiso que asumió al entrar a la radio en ese momento histórico, pues Carmen Álvarez nació y creció con muchas comodidades, en la Santa Ana de los años 30 y 40. Su padre fue un médico formado en New York y su mamá ama de casa dedicada a su hogar. Siempre estuvo rodeada de personas con algunos lujos que solo se ostentaban en ciertos círculos sociales de la clase salvadoreña de la época.

 

¿Qué recuerdos tiene de su infancia en Santa Ana?

Santa Ana en ese tiempo era como un pueblo, tranquilo, bonito, no había problemas. Podíamos andar donde quisiéramos, pero siempre acompañados de una nana, porque no nos dejaban andar solas. Me eduqué con las monjas de la Asunción, aunque ahora nos parecen absurdas algunas maneras de cómo nos inculcaron la religión, no lo estoy diciendo como un reclamo, sino que así eran las cosas en ese tiempo.

¿Una formación muy tradicional?

En ese momento nosotros lo veíamos como algo normal. Yo no tenía ninguna idea, aunque si hubiese querido estudiar una carrera. Pero mi papá no me lo permitió, cuando terminé el bachillerato él me dijo: “te voy a mandar para Estados Unidos para que aprendás inglés, es conveniente que las señoritas aprendan otro idioma para ayudar a sus esposos”. No era ni para uno mismo, sino para ayudar al hombre.

¿Cómo era la vida en Santa Ana para una joven de sociedad?

Cuando uno salía del colegio, si los papás eran miembros del casino, entonces podían presentar a sus hijas en sociedad. Eso quería decir que ya estaban listas para casarse. Si yo hubiera tenido el entendimiento que tuve después, no me hubiera presentado, me parece ridículo. Pero en ese momento era una gran felicidad presentarnos en sociedad. Era un baile formal de gala, con el que daban inicio a las fiestas de julio. En el casino había un mezanine donde ponían a la orquesta y unas gradas qué las adornaban para que nosotras bajáramos y luego bailábamos el vals con los invitados. Además, después de eso ya era el momento en el que podíamos usar joyitas, mis papás me regalaron un aderezo de zafiros. No cualquiera asistía al evento.

 

La escritora salvadoreña sostiene el libro Dichos y diretes. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

 

Pausamos la entrevista unos minutos. La ayudante de Carmencita llegó con una bandeja preparada para servir el café. Una taza con curvas y estampas de flores que hacía juego con la tetera, servilletas, azucarera cuadrada de porcelana y una cucharita para revolver la infusión. “Apague eso un momento y tómese el café”, me dijo mientras señalaba la grabadora. Al cabo de un rato reiniciamos las preguntas.

 

Usted nació en un contexto histórico, en El Salvador se aproximaba el levantamiento indígena campesino…

Así es, yo nací el 22 de diciembre y el 22 de enero fue el levantamiento de Izalco, ese acontecimiento fue titulado como un levantamiento comunista, entonces decían que los comunistas se robaban a los niños y se los llevaban, que cerraban las iglesias y que uno ya no podía rezar. Pero cuando fui mayor y entré a la universidad me enteré que las causas venían de la expropiación de tierras de los campesinos indígenas, cuando el presidente de la república era el doctor Rafael Zaldívar y que esto desató una injusticia y hambre para la gente. Pero yo crecí con miedo a los comunistas porque las muchachas nos contaban mil historias, que a los dueños de fincas les habían cortado las cabezas, incendiaban y otros horrores. En parte algunas cosas sí sucedieron, estuvo mal, pero no nos dijeron la causa, ¡nunca!, yo me enteré de qué había sucedido en realidad en la universidad.

¿Cómo pasa de un pensamiento tradicional a otro más liberal?

Después de la primera experiencia en Estados Unidos yo pensaba que algún día iba a estudiar. Pero tenía cinco hijos chiquitos, yo pasé muchos años cuidando niños. Llevándolos al colegio, a entrenos de básquetbol y fútbol, comprándoles cartulina a las siete de la noche porque no me habían dicho. Yo estuve pendiente de mis hijos hasta que ellos llegaron a ser adolescentes, en ese momento mi matrimonio ya estaba mal. No pudimos hacer mayor cosa, porque para que un matrimonio se salve los dos tienen que tener voluntad de pedir ayuda. Mi esposo era muy orgulloso y no quería discutir sus problemas con una persona ajena a nosotros, así que nuestro matrimonio terminó. Al darme cuenta, que iba a ser independiente, tomé la idea de que tenía que estudiar. Entonces, yo te digo, que para mí estudiar a la edad que lo hice fue lo mejor del mundo, porque ya sabía lo que quería y tenía la perseverancia, tenía el orden, tenía la capacidad de organizar mi vida alrededor del estudio, del trabajo y el cuidado de mis hijos adolescentes.

En aquellos años un divorcio era un escándalo, ¿cómo lidió con la presión social?

La opinión social me afectó en ese momento. Fue difícil porque después de haber tenido un estatus alto, viviendo en la Colonia Escalón, teniendo chofer, etcétera, bajé a un nivel de clase media, bien media. Alquilé una casita en Jardines de Guadalupe y ahí estuve hasta que terminé mi carrera. Sin embargo, con todo lo que me pasó después, llegó un momento en que dejó de importarme lo que la gente pensará de mí. Yo estoy contenta con lo que pienso de mí misma, con lo que he hecho, he seguido los mandatos de mi conciencia, no me afecta lo que la gente piense.

 

Cuando mencionaba su separación y vivir de manera autónoma, fue inevitable imaginarla, sin la intervención de nadie, decorando su casa. Alrededor se encontraban una serie de platos de porcelana, posicionados de forma equilibrada, todos en sintonía de acuerdo al tamaño, color, diseño, dibujos… cada pared era una expresión de arte y el reflejo de una mente creativa pero exigente con los detalles. El divorcio fue un escalón para una vida imparable de crecimiento profesional. Desde 1986, cuando empezó a dar clases, fue referente de varias generaciones de estudiantes. Una vez graduada de la Licenciatura en Letras, el P. Ellacuría la contrató como profesora en la UCA.

 

Carmen muestra sus títulos de la UCA y la Maestría en Periodismo que obtuvo en Madrid, España. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

 

¿Cómo fue su experiencia docente? ¿Qué recuerdos tiene de esa época?

Para mí fue la mayor felicidad, dar clases. Poder explicar a mis alumnos conceptos bien abstractos y difíciles, sin banalizarlos pero accesibles para que ellos los entiendan, era la mayor felicidad. No era un trabajo, era felicidad completa. Habían estudiantes divertidos, una vez se acercó uno y me dijo “mirá Carmencita, con todo cariño, pero entre todos te hemos puesto el látigo de la mara, entonces yo tenía una cachucha que le mandé a poner “el látigo”. Entonces, para hacer la cosa divertida, me ponía la cachucha el día del examen final, ellos se asomaban a la puerta y cuando me miraban comenzaban a decir “¡allá viene, allá viene! con la cachucha”, para mí fue una época muy feliz.

Sabemos que estudió una maestría en España

Cuando empezó la escuela de periodismo en la UCA, alguien tenía que enseñar redacción periodística, nadie quería irse porque los profesores que estaban comenzaban a construir su familia. Entonces, a mis 60 años, saqué la maestría en el periódico El País. Después, cuando tenía 70 estudié la Maestría en Filosofía y cuando ya estaba jubilada, a los 82, entré en la Alianza Francesa, estudié tres años y saqué mi título.

La vemos activa en las redes sociales, ¿le gusta el Facebook?

Pues regular, no todo lo que se dice ahí es verdad. Sino que a veces puras mentiras y uno se decepciona. Sin embargo es bueno para darse cuenta ahora que hay una pandemia, de qué le pasa a las personas que son amigas de uno. A través de Facebook nos hemos ido enterando qué nos ha pasado a cada una.

Nos gustaría conocer su faceta de escritora, ¿dónde nace la idea de un libro?

El primer libro surgió porque yo sabía la importancia del lenguaje coloquial, ahí podemos encontrar la esencia de los salvadoreños. Ahí se ve la creatividad, la chispa, el buen humor, porque a pesar de qué la gente vive unas grandes dificultades, una gran pobreza, dicen “aquí no se gana pero se goza”. Yo andaba en bus y comencé a oír a la gente, ahí iba yo con una libreta apuntando, eso lo hice por años porque nadie me lo financió. Cuando yo ya tenía eso listo, mi profesora y gran amiga Ana María Nafría me dijo, estas palabras hay que ponerle su característica gramatical. A ella le daba una gran risa porque era española, entonces me decía cuál es la diferencia entre ponerse de “culumbrón” o embrocarse, entonces yo se lo hacía en el suelo y se moría de la risa, así fue como salió el primer libro.

De todos estos dichos y diretes ¿cuál es el que más le gusta?

Hay varios, pero hay algunos que tienen una gran profundidad filosófica. Por ejemplo, “la vida no es cola de garrobo”, quiere decir que la vida es solo una y hay que vivirla en plenitud, hay que ser feliz. Al garrobo si le cortas la cola le sale otra, pero “la vida no es cola de garrobo”.

Después de toda esta experiencia de vida, ¿cómo ve el papel de la mujer salvadoreña?

Ahora veo a la mujer con un horizonte que antes no teníamos. Y eso es importantísimo, porque antes si uno no se casaba no podía tener relaciones con un hombre o un compañero, nos casábamos con una gran inocencia, de no saber nada. En este momento, si fuera más joven, si tuviera la edad de poder pensar si quiero vivir mi vida con un compañero, yo viviría con él primero antes de casarme. Hay muchas personas que dicen, la gente de mi edad, que uno no puede tener relaciones, tampoco se trata de promiscuidad, pero los jóvenes pueden hacer y vivir su vida como ellos quieran, no tienen por qué vivir la vida según los cánones de nadie. Los que son religiosos que vivan en las cosas religiosas, los que no son religiosos que vivan su vida como quieran, pero que no dañen a ninguna persona. Ha habido avances, poco a poco, porque cuesta. Lo que más cuesta es cambiar la manera de pensar de las personas.

 

Muchas preguntas me quedaron en la agenda, pero llegó el momento de despedirse. Tomó un libro, la segunda edición de Dichos y diretes, lo firmó con dedicatoria —Le voy a entregar este recuerdo —En la portada el rostro de una salvadoreña trabajadora y su hijo en brazos —Muchas gracias, sin duda que he aprendido mucho de esta plática —le dije. En un abrir y cerrar de ojos se acercaba la hora del almuerzo y regresé a la rutina de un viernes que quedará grabado en el baúl de los recuerdos.