Oficina de Vinculación con Graduados

 
Josué Ramírez
jramirez@uca.edu.sv

“Si usted no se pone metas en la vida, se queda en sueños”, Juan Francisco Bustillo

 

Conversar con el Ingeniero Bustillo es entrar a un mundo de  reflexiones. Las experiencias cotidianas toman un significado diferente y van más allá de la anécdota divertida o la historia desagradable. Cada momento se convierte en el cimiento para construir una empresa, una familia y un mejor país.

Oficina del Ing. Juan Francisco Bustillo. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

 

¿Cómo inicia la historia de un empresario? ¿Cómo logra alcanzar la cima? ¿Habrá sido una herencia? ¿Cuál es el camino? Estas y otras preguntas surgen cuando se expone el éxito de líderes corporativos. Todo proyecto para que perdure necesita jornadas de esfuerzo y constancia. Bustillo, después de leer un recorte de periódico de su baúl de recuerdos, menciona que “para llevar un negocio necesita cuatro cosas: creatividad, espíritu de servicio, disciplina y ahorro. Esas son las cuatro patas de la mesa. Si una de esas patas comienza a quebrarse o flaquear, la empresa cae.”

 

 

Inicio de la aventura

La vida nos entrega ciertos dones, Francisco Bustillo lo descubrió a muy temprana edad. Entre los 10 y 12 años brota en él una inquietud por la electrónica y el deseo de “llegar a entender cómo se mueve hasta el último electrón en el alambre”. Antes de Google Meet o Zoom, por mencionar algunas plataformas, Bustillo ya era un alumno a distancia, tomó un curso por correspondencia de Hemphill School. A los 14 años construyó un aparato de radioaficionado “con una antena puesta en el tejado y otra en el lago de Coatepeque, de palo a palo, hablaba con gente de otros lugares. Pasaba horas en eso.”

Un acontecimiento familiar hizo que se moviera de Santa Ana a San Salvador donde finalizó el bachillerato en el Liceo Salvadoreño. Luego, la oportunidad de conocer el mundo y traspasar las fronteras salvadoreñas se abrió, fue enviado por su madre a la Universidad de Boston a aprender inglés, “lo aprendí con un método sencillo. Qué pasa si usted se aprende 5 palabras diarias, 5 ahora, 10 mañana, 15 pasado y así, usted, en 120 días aprende otro idioma. Yo me aprendía 10 palabras diarias, antes de 10 semanas yo ya hablaba inglés.”

Después de 6 meses, y con un espíritu aventurero, viaja a Alemania. Faltarían algunas décadas para que el muro de Berlín fuera derribado. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, se reencuentra con su hermano mayor en Europa, quien se preparaba para ser ingeniero eléctrico. Sin embargo, ¿qué piensa un muchacho de 17 años en un país extranjero? “yo no iba con la idea de estudiar, sino que iba a pasear, me compré un pase de tren para ir a todos lados. Me fui con una mochila al hombro, pantalones tipo hippie, camisa sicodélica… Me dediqué por cuatro meses a andar por todos lados”.

La pérdida de un ser querido es difícil, más cuando es un padre o una madre. Francisco vivió esta experiencia, “a los 15 años mi papá murió. Por esa razón nos trasladamos a San Salvador”. Sin embargo, el recuerdo de su padre hoy en día es un legado que perdura. La prudencia fue un valor que a través de historias, Jacinto Bustillo, pudo transmitir a su hijo. “Mi papá es, tal vez después de los maestros, la persona que yo más admiro… Con mi papá teníamos charlas de sobremesa. Mi papá nunca me dijo haga esto o haga lo otro, él solo nos contaba historias”

Luego de su incursión en Norte América y Europa, llegó la hora de regresar, “mi mamá tenía en el lago de Coatepeque un hotelito, El Hotel del Lago, muy famoso en ese tiempo, Ella sola llevaba el negocio y yo debía ayudarle”.  Con su llegada también, Juan, retomó la idea de formase profesionalmente. En 1972, El Salvador se sumergía en una serie de conflictos sociales que más adelante desencadenaría una guerra civil. En aquel momento, las opciones de educación superior radicaban en dos casas de estudios. “Cuando vine me matriculé a la UCA y a la (Universidad) Nacional al mismo tiempo… después de ver que la nacional era un completo desorden, mejor dije me voy a la UCA. Todo era bien diferente. Siempre he visto a la UCA como una institución seria y estable”.

 

Joven universitario

El Ing. Juan Francisco Bustillo conversa con su colaborador en la sala de ventas. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

Llegar a la universidad es un encuentro con otras realidades. Desaparece el uniforme y la campana que avisa la próxima clase. La responsabilidad y compromiso es apremiante, pues de ella depende el desempeño y el avance académico. Y como menciona el Ing. Bustillo, la UCA se caracteriza por ser una universidad seria y comprometida a transformar la sociedad desde la academia. Entonces al preguntar ¿tiene algún recuerdo que le haya marcado?, a la espera de una respuesta inspiradora, el Ing. Bustillo nos respondió, “¡Por supuesto, la corta de pelo! A todos los nuevos se les cortaba el pelo, con tijera y el que no se dejaba le ponían spray en la cabeza”. Así es. En la UCA sabían divertirse, tal vez no de la manera apropiada, pero entre libros y clases, había tiempo para travesuras. “Esa era una tradición interesante, un poco violenta, a veces podía terminar mal. Eso lo erradicaron y creo que está bien, que ya no se den esas cosas. Se degeneraba el asunto, pero cuando nosotros cortamos pelo si gozamos” contaba entre risas.

Una vez adentro de las aulas, el ambiente era diferente, por su mente pasa el recuerdo de personas que le marcaron como el Ing. Axell Söderberg, además recuerda que “el primer día de clases, llegó una persona que nos habló de una beca del Banco Central de Reserva que se la daban a los mejores de la clase. En ese momento dije esa beca me la voy a ganar”. De allí en adelante comenzó una carrera por ser de los mejores de la clase.

Hubo todo tipo de materias, las que requerían una habilidad lógica y matemática eran alcanzadas con altos promedios por Bustillo. Sin embargo, las humanísticas: “no me gustaban, aunque con el tiempo descubrí que eran bellísimas. En aquel momento hasta reprobé Historia Latinoamericana con uno. Al final me gradué con un CUM de 8.4”. Sin embargo, al hablar de los aportes de la UCA en su vida profesional, resalta una materia humanística “Ética, y ética la lleve como materia con el padre Ellacuría. Él hablaba acerca del marco de referencia que me sirvió para toda la vida. Cuando uno habla es necesario tener un marco de referencia para que la persona entienda lo que se le está diciendo”.

En 1977 culminó sus estudios y su título iba acompañado de una beca para estudiar en cualquier universidad del mundo. “Cuando me gradué la UCA me propuso como candidato ante el Banco Central de Reserva para la beca. Entonces apliqué a tres universidades, la de Minnesota, la de Madison en Wisconsin y la Tecnológica de Michigan. Cuando vi el pensum de esta última me enamoré, porque todo era sobre diseño”.

Para ese momento, Francisco ya había asumido su papel de esposo y padre. Recién iniciaba el equipo con el que más adelante construiría todo un emporio corporativo de insumos médicos. Pero para llegar a este, había un camino por recorrer, “llegamos a un lugar medio perdido en el bosque donde nevaba terriblemente, la universidad era el centro ciudad”. Acostumbrado a una didáctica diferente, el proceso de adaptación fue complicado. Sin embargo, a pesar de tener que trabajar, en un momento, limpiando casas, su objetivo lo tenía claro. “Si usted no se pone metas en la vida, se queda en sueños. Y para ponerse metas tiene que definir una fecha, mientras usted no le ponga fecha seguirá siendo un sueño”. Esta idea, más la disciplina le abrieron las puertas en la Universidad como ayudante de instructor, “la universidad me pagaba más de lo que pagaba el banco. Entonces pude comprar un carrito y un televisor, comenzamos a vivir un poco más holgados”.

 

De regreso a El Salvador

Finalizada la Maestría en Diseño de Computadoras y con su segunda hija recién nacida llegó la hora de regresar. Antes de viajar a Estados Unidos, laboraba en la fábrica Texas Instrument, donde le habían otorgado permiso para estudiar. Regresa a inicios de la década de los 80, en el marco de una época de mucho dolor para el país, “vengo a El Salvador el día que comenzó la guerra, cuándo se tomaron La Constancia”. A través de un amigo, el Ing. Söderberg le contactó. “Él me dijo, yo quiero que trabajes en la UCA. Le dije que ya estaba en la Texas, él me respondió, quiero que empiece a enseñar electrónica”. De esta manera se convirtió en docente y, meses después, en coordinador de carrera, tiempo en el que se mejoraron los laboratorios de ingeniería e implementaron prácticas en ambientes reales.

“Yo llevaba a muchos de mis alumnos a las empresas dónde yo trabajaba. Les preguntaba quiénes quieren ir a rehacer un transformador de 30 kilowatts, todos levantaban la mano. Me llevaba a un grupo de unos 10. Entonces, como no había muchas cosas en el país, teníamos que hacerlas, así que pelábamos el alambre del transformador, comprábamos cintas de zapatos en rollo y forrábamos el alambre con la cinta de zapatos. Así quedaba el alambre aislado, encendíamos el transformador y funcionaba”.

Sala de ventas de Electrolab Medic, contiguo a redondel El Torogoz, San Salvador. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

Quince días de trabajo en la UCA y aparece una nueva oportunidad en National Panasonic. Consiente del compromiso adquirido se negó a la propuesta. Sin embargo, en la vida nada está escrito en piedra. “Me llamaron que me estaban esperando, entonces fui a Panasonic para decirles que no, pero al final,  no sé cómo, pero salí contratado. Me entrevistó un japonés que estaba en Costa Rica porque había secuestros en El Salvador y me convenció. Dijo véngase después de la UCA. Así que trabajaba de 7:30 a.m. a 4:00 p.m. en la universidad y de 4:00 p.m. a 7:30 p.m. en National Panasonic. Llegaba a casa a las 9:00, cenaba, me estaba un rato con los niños y empezaba de 9:30 de la noche a 1:00 de la madrugada a diseñar la empresa que ve ahora.”

Electrolab Medic es una marca muy reconocida en El Salvador. Su edificio emblemático frente al redondel El Torogoz, en San Salvador, es la punta de lanza de toda una cadena de tiendas de soluciones médicas innovadoras. Pero para llegar hasta allí, hubo mucho camino por recorrer. Al finalizar ambas jornadas como empleado, una luz permanecía encendida hasta altas horas de la noche en el hogar de la familia Bustillo, “hacía detectores de metal para venderlos a los bancos. También construimos reguladores de voltaje, porque la energía eléctrica fallaba enormemente. También hacía tarjetas electrónicas, eso lo había aprendido en Estados Unidos, así comenzamos, no teníamos nombre”.

En 1988, lo llaman del Hospital Bloom para el mantenimiento de equipos de laboratorio. El proyecto le permitió conocer a un nuevo aliado estadounidense, Dave Bostron, quien fue un puente para vender insumos para laboratorio. Así nace el proyecto que hoy conocemos, bautizado en un primer momento como Electroparts. “Cuando lo fundé, la sala de ventas era el comedorcito de una casita… hicimos el primer pedido de repuestos, y ese negocio nació bendito”. Entre éxitos y decepciones, hay muchas historias. En una ocasión, el socio norteamericano administró mal una deuda de $16,000. “Entonces hablé con el gerente de Latinoamérica de Curtin Matheson y me dijo: mirá el gringo tiene que pagar, si no lo metemos a la cárcel. Saqué todos los ahorros que tenía y pagué la deuda”. Esta acción permitió con el tiempo disponer de la confianza para gestionar la marca en el país y obtener un crédito amplio para importar los suministros.

Una pieza clave en la construcción de este proyecto fue Margarita, su esposa, quien además de atender su clínica como odontóloga apoyaba en el área contable. Su socio vendió sus acciones y “Margarita entró de lleno a la compañía, vendíamos repuestos, empezamos a traer un poquito de equipo y algunas cositas. En una ocasión íbamos manejando cuando le digo a Margarita: mirá cuántos microscopios y centrífugas tendremos que vender para poder pagar ese terreno y ese edificio, y ella me dijo: Eso es lo menos que tendrás que vender, eso es problema mío. Entonces ella con esa parte derecha del cerebro, con creatividad e intuición, empezó a entrar en este negocio. Yo he sido motor, ella ha sido creadora. Es la combinación de los dos lo que hace la empresa”.

Al inicio Electrolab  se encontraba en Condominio Lisboa, ahí contaban con dos pequeños locales, luego se endeudaron para adquirir un edificio. Todo crecimiento conlleva dolor. Así lo manifiesta Bustillo. “Las nuevas generaciones deben saber que el simple hecho de hacer una casa lleva dolor, las piedras tuvieron dolor porque hubo que cortarlas. Ese dolor es vehículo de conciencia, usted aprende como ser humano por dos maneras, por inteligencia o por dolor”.

Con la deuda del nuevo edificio, Bustillo cuenta como día tras día había una meta que cumplir. “Cogí el ataché y el pick up, Llevaba catálogos y visitaba por todas las fábricas del bulevar para prospectar y hacer nuevos clientes. Así logré levantar la venta mensual de 80,000 a 200,000 colones y pudimos empezar a pagar el préstamo. Regresaba cuando todos se habían ido. Sin aire acondicionado, era un calor terrible, solo ventiladores, sin ventanas. Pasé trabajando 15 años incluyendo los domingos, sin vacaciones, solo trabajando”.

Juan Francisco Bustillo y Margarita de Bustillo. Matrimonio de años y fórmula del éxito detrás de Electrolab Medic. Foto: Oficina de Vinculación con Graduados.

Y así fue como Electrolab Medic creció exponencialmente; con los años, sus hijos, quienes han sido sus grandes compañeros de viaje, se fueron involucrando. “Mi hijo mayor fue ayudando con las partes de las computadoras. Se compró la casa de atrás para hacer bodega porque ya no cabíamos. Compramos en la Escalón, después abrimos San Miguel. Junto a un vendedor íbamos a los pueblos, ofrecíamos microscopios, balanzas, de todo. Salíamos a las 6 de mañana, desayunábamos guineos y almorzábamos pupusas, eso era todo el día. Así pasábamos vendiendo en todos los pueblitos hasta llegar casi a Honduras.”

Actualmente, la empresa cuenta con 16 sucursales en todo el país, brindando oportunidades de empleo a más de 200 personas, dentro de la mística institucional se encuentra capacitar a su recurso humano con el objetivo de hacer crecer no solo la organización, sino también al país. “Esta sala pasa llena de capacitaciones, no nos cansamos de capacitar, si se retiran de la empresa no me importa, llevan el conocimiento para aportar en otra institución, hay que enseñarles”, mencionó.

 

Trabajando por una cultura de paz

Dirigir una empresa familiar conlleva una serie de riesgos, no solo financieros. “Es difícil, porque usted no puede echar al socio (bromea)… para empezar tiene que haber una base  ética. Por ejemplo, nosotros no damos comisiones “adicionales”. Las instituciones ya lo saben, no podemos fomentar la corrupción. Ellacuría me lo enseñó, son las bases que yo traigo de la UCA y, también, de mi papá que era un hombre correcto.

Un viaje despertó su interés en realizar pequeños cambios en San Salvador. “Un grupo de personas que estudiábamos la cultura Helénica, fuimos a Turquía. Encontré una persona que me dijo que en el Flor Blanca estaba haciendo un programa de limpieza en las calles, porque cuando hay limpieza la gente empieza a limpiar”. A su regreso a El Salvador, implementó un proyecto de limpieza de paredes y  colocación de frases positivas por la calle Juan Pablo II, Avenida Bernal y Constitución. “Los sábados me dedicaba a visitar a los vecinos para ver si me dejaban pintarles la pared, unos accedían y otros no. Empecé a quitar los grafitis en toda la calle. Llegó un momento en que me buscaron de la alcaldía para saber qué estaba haciendo, solo les pedí que me dejaran hacerlo”.

El Ing. Bustillo pronto cederá la batuta de la empresa a alguno de sus hijos. Está consciente de que su éxito, también ha sido gracias al apoyo incondicional de su esposa, con quien pasó circunstancias difíciles y, como persona de fe, Dios les ayudó a salir adelante. Para Bustillo, “lo material, da gozo, pero para alcanzar la felicidad hay dos cosas: hacer honradamente lo que a usted le gusta y mantener la serenidad. Los problemas nunca se van a acabar”.

Otra manera de contribuir a la sociedad es por medio de charlas, Bustillo visita instituciones educativas para hablar sobre superación personal y prevención de violencia con jóvenes en situación de riesgo, padres de familias y profesores. “Iba a los centros educativos a dar charlas a los cipotes, para que no se metieran en maras. Empecé a dar una charla de valores y otra de cómo tener éxito en la vida. Las daba de forma anónima y sin costo. Yo creo que hasta la fecha le he impartido una charla a unos 5,000 cipotes y a unos 1,200 padres de familia”. Para Bustillo, “lo que da más gratificación es poder ayudar y eso me gustaría seguir haciendo”.