Luis Clemente Ventura (graduado UCA de Ciencias Jurídicas / LLM, Universidad de Kyushu)
A finales del mes de febrero tuve la oportunidad de asistir al campus de la UCA, en el auditorio “Segundo Montes” del edificio ICAS, a la presentación que hace anualmente la Embajada del Japón del programa de becas que ofrece dicha nación asiática. Mi presencia se debió a la invitación de la representación diplomática japonesa, en mi calidad de ex becario del programa Monbukagakusho (o Ministerio de Educación, Cultura y Deportes). Luego de dicha actividad, y tomando en cuenta la gran cantidad de alumnos interesados en el tema, se me invito a comentar un poco mi experiencia como ex becario, lo cual comparto con mucho gusto.
Tomar la decisión de emigrar para estudiar no es fácil. Uno siempre tiene en cuenta muchos factores como la separación de la familia, más si ya se tiene la propia (pareja e hijos), el abandono del trabajo, las distancias que se recorren para llegar al destino, la diferencia idiomática y cultural que puede haber. A pesar de esto, por experiencia puedo decirles que vale la pena el esfuerzo.
En este caso particular, aplicar a una beca a un país tan avanzado como Japón puede parecer una empresa muy cuesta arriba, y uno piensa inmediatamente en los riesgos de integrarse al estudio en centros educativos del primer mundo, y que probablemente a estas oportunidades solamente acceden los más inteligentes o las mejores notas de la clase. Cabe mencionar que mis promedios en la universidad no eran maravillosos, pero mis ganas por tener una oportunidad de seguir mis estudios de postgrado pudieron más que mi pena. En la época en la que inicie esta aventura, olvídense del Internet, del correo electrónico o las redes sociales (en los lejanos años 90 eso era una especie de experimento, la video llamada era ciencia ficción), así que las primeras investigaciones del sistema universitario japonés fueron a puros anuarios, almanaques, revistas y catálogos en la embajada japonesa y alguna que otra plática con los voluntarios y voluntarias japoneses que ya estaban trabajando nuevamente en El Salvador. Pero eso es la parte fácil de la historia.
Luego de aplicar al proceso de selección (no sin antes encontrarme con algunos anticuerpos en las instituciones estatales nuestras que eran en aquel momento quienes tenían a su cargo el inicio del proceso de postulación) tuve la fortuna de ser seleccionado para la beca en octubre de 1996 (quizás muchos de los que leen este artículo ni habían nacido). La ruta me llevó a tomar un vuelo a Los Ángeles (EUA), y luego de una escala de un día, el siguiente vuelo a Tokio, una pequeñez de casi doce horas, llegar al aeropuerto de Narita ya medio dormido y tomar un vuelo adicional de dos horas a la ciudad de Fukuoka (creo que han escuchado la canción “Bachata en Fukuoka” de Juan Luis Guerra), el lugar que yo aún hoy día considero mi segundo hogar y que he tenido oportunidad de visitar varias veces luego de regresar a El Salvador. Y ya aquí en tierras del sur de Japón las cosas se pusieron interesantes.
Adaptarse a este país tiene su arte, como debe ser en cualquier parte del globo. Por ejemplo, la población japonesa no es bilingüe (entienden pero no hablan mucho el inglés). En cuanto a la gastronomía, las comidas son bastante especiales, muy sanas y sabrosas para mi gusto, pero para algunos paladares pueden ser un poco fuertes. El orden con el que se desenvuelven puede ser un reto grande para los latinos (temas como la puntualidad son una religión en esta sociedad), el respeto jerárquico en la universidad y en la sociedad, o incluso el tráfico que conserva la izquierda en su dirección (el timón de los vehículos está a la derecha como en el sistema inglés) son solo algunas de las diferencias que podemos encontrar.
Una vez instalado en este “nuevo mundo”, la vida como estudiante de intercambio transcurre con la única preocupación de rendir académicamente en la universidad. Debo recalcar que a medida que uno permanece en esas tierras se da cuenta que esta oportunidad de estudiar en Japón va más allá de la experiencia académica, y conocemos el por qué Japón ha llegado a desarrollarse con tanta fuerza en menos de cincuenta años luego del término de la guerra. Les doy unos ejemplos:
En Japón se aprende de una forma práctica en el día a día de conceptos como la solidaridad y el bien común, los cuales se hacen más importantes en esta comunidad de desconocidos que somos los estudiantes de intercambio. La población japonesa tiende a ayudar, no sin tener alguna timidez propia de esta raza, a los recién llegados. El orden y el respeto es algo singular en este país, y creo que es algo de particular importancia para nuestra cultura latina. Siempre admiré que, a pesar el caos del tráfico que se da también en las ciudades japonesas, el servicio de buses es siempre puntual. Yo solía tomar un bus y estaba seguro de la hora a la que llegaría a mi destino.
Parte de eso es gracias a los carriles señalados para el tráfico exclusivo de buses en horas pico. No hay carril segregado o súper sapos que admirar en la vía pública, sino que una simple señalización basta para que el ciudadano que se conduce en su vehículo sepa que ese carril le pertenece exclusivamente al transporte público en esos horarios.
El respeto al medio ambiente es otra enseñanza monumental para aquellos que llegamos a estas tierras. Los japoneses tienen debidamente cuadriculado el tipo de desechos que tienen en su moderna sociedad. Es por ello que desde niños aprenden a separar la basura que se procesa para desecho final, el tipo de producto biodegradable o reciclable, y la basura altamente contaminante. Parte de nuestra vida en el Japón era atender este tipo de indicaciones y mantener limpia la universidad, la ciudad, nuestro lugar de residencia, y así ayudar al medio ambiente.
Al final, pasarán los años de estudio y llegará el momento de regresar a tierras salvadoreñas con ese cúmulo de experiencias y conocimientos que debemos de tratar compartir con los demás en nuestro trabajo, pero sobre todo en nuestra vida diaria.
Estudiar en Japón ha sido una experiencia que sin duda ha marcado positivamente la vida del que escribe, pero en adición al tema académico, la gran riqueza para mí es y ha sido la experiencia de vida con este pueblo del que hay mucho que aprender. Les deseo la mejor de las suertes a todos los interesados en el programa del Japón, o bien de cualquier otro programa para estudiar en el extranjero. Estoy seguro que, de tener una oportunidad de este tipo, será una experiencia que marcará positivamente su vida personal y profesional.