Lucía Romero, psicóloga UCA y catedrática universitaria, una vez finalizada su carrera en el 2015, decidió acercarse a un centro de acogida en San Salvador. Preguntó en qué podía ayudar y cambió la comodidad de un escritorio por una escoba y trapeador. De manera voluntaria, los viernes de cada semana dedicaba su día a apoyar a niñas y niños en situación de vulnerabilidad. Su retribución no era el reconocimiento o, mucho menos, un pago económico, sino la satisfacción de poder transformar la realidad de la niñez. Una muestra de que es posible construir un mejor país.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la UCA y por qué psicología?
Cuando estaba saliendo del bachillerato era el momento de elegir una carrera y una universidad. Estaba clara que quería algo relacionado a psicología, pero específicamente en el área de capacitación a empresas, ese era como mi primer objetivo. Sabía del prestigio que tenía la universidad, mi familia ha sido graduada UCA, por bastantes generaciones, eso pesaba también. Entonces, tomé la decisión de aplicar a psicología en la UCA, primero por el prestigio académico que sabía que tenía y luego por la influencia familiar: mis papás, mis tías y tíos salieron de la UCA.
Decidió seguir la tradición…
Así es, decidí seguir la tradición y, la verdad, me siento bastante satisfecha de la decisión que tomé.
Según lo que menciona, su primer objetivo era especializarse en recursos humanos, pero ¿cómo cambió ese enfoque por lo social?
Al principio sí, yo estaba pues muy inclinada al rubro empresarial, pero a medida avanzaba en la carrera me enfrenté a otras áreas de la psicología. Conocí a otros profesionales que comentaban su experiencia, su vivencia y cómo aplicaban los conocimientos para ayudar a otros. Entonces, poco a poco, fue naciendo mi interés por la psicología social y la intervención comunitaria.
En el fondo este trabajo siempre me llamó la atención, siempre me ha gustado trabajar con la niñez y adolescencia. Recuerdo que en las vacaciones del colegio me iba a ayudar a un kínder donde trabajaba una tía, en esa experiencia aprendí mucho. Me divertía, una característica de la niñez, la imaginación y la capacidad que tienen los niños de percibir el mundo. Entonces, descubrí otros campos de la psicología, con una población con la que ya venía, quizás, empatizando, trabajando y conociendo desde tiempo atrás.
Dentro de la carrera, ¿qué experiencias recuerda, algo que le haya marcado al estudiar psicología?
Fueron varios momentos los que me marcaron, pero tengo bien presente tres. Primero, cuando hacíamos talleres. Yo siempre me inclinaba por la niñez y en una ocasión, por parte de una materia, fuimos al Bajo Lempa. Era una realidad completamente distinta, para realizar las actividades teníamos que llevar todo, nos ingeniábamos para alcanzar los objetivos que buscábamos. En el lugar éramos bien recibidos, tuvimos 6 sesiones aproximadamente y en cada una era una gran emoción el planear las actividades y ver cómo respondían, eso me fue encantando. La segunda experiencia fue en los centros educativos. Yo estuve mayoritariamente con primer grado y básicamente fue un reto a la creatividad, cómo acercar algo que para mí era teórico al mundo de la niñez. Recuerdo bien esa vez, teníamos que dar unos talleres y lo hicimos en forma de planetas y de astronautas, forramos cascos de motos de papel aluminio, hicimos como un túnel, pasaportes para los niños donde los sellábamos por planeta, un reto a la imaginación.
La tercera, que es la que más me ha marcado la vida, fue el trabajo final de la carrera. Con mi grupo, decidimos estudiar a la niñez que vive en los centros de acogimiento y fue de los primeros acercamientos que tuve con esta población. Este contacto me cambió completamente la vida, la manera de ver las cosas, la forma de ver a la niñez también. Fue un proceso de deconstrucción y transformar la mirada de lástima y tristeza, por una visón de gran esperanza y con el deseo de decir ¡qué más podemos hacer!, ¡qué más hay por trabajar con estas poblaciones! Entrevistamos a 33 niños y niñas entre los 6 y 17 años aproximadamente. En la tesis poníamos nuestros conocimientos para hacer la investigación, pero más que eso, queríamos hacer algo que visibilizara esa realidad para que más personas entendieran lo que está pasando y cómo poder hacer algo por ellos y ellas.
Al ingresar a la universidad, formó parte de un sector privilegiado, ya que no toda la población puede acceder a la educación superior, ¿cómo analiza el contraste de dos realidades desiguales?
Yo creo que ese es un proceso de transformación. Lo primero es entender que algunas hemos crecido en algún tipo de burbuja: del lugar de estudio a la casa, y solo visitamos lugares exclusivos, pero no tenemos la oportunidad de conocer otras realidades, o si las hemos visto las pasamos de largo. Pero entrando en la universidad, y al tener conciencia de la realidad del país, comprendí que yo podía poner mi privilegio en función de los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Las injusticias sociales nos han acompañado por generaciones, pero hemos decidido no verlas. La carrera me ayudó a entender y reconocer ese privilegio, y más importante, a saber cómo ponerlo al servicio de los sectores vulnerables.
¿Cómo definiría el voluntariado?
Siempre recibiremos algún tipo de retribución, principalmente emocional, pero es de entenderlo como esa acción que yo puedo hacer dentro de mis posibilidades para devolverles el derecho que se les ha quitado a las otras personas. Entonces, para mí, el voluntariado es parte de lo que yo puedo hacer para contribuir a la justicia social, es una postura bien personal, es hacer sin estar esperando nada.
¿En qué momento inició ese proceso? ¿Cómo fue que dijo “hoy inicio un voluntariado”?
Cuando entramos con mis otros dos compañeros en el proceso de la tesis, encontramos esta realidad y, entonces, no solo fue el hecho de trabajar con el sector para obtener el título y luego olvidarme que existen, porque algo que siempre dijimos como grupo de tesis era que nuestro título era también gracias a que esas 33 vidas decidieron compartir sus experiencias. Después de terminar el trabajo de graduación y salir de todo, nos quedó esa sensación de cómo devolvemos un poco de lo que nos han dado. Así fue como empezamos a llegar de manera voluntaria. Yo estaba en ese momento trabajando aquí en la universidad en un proyecto de migraciones, pero estaba tres cuartos de tiempo, tenía los viernes en la tarde libre y otra de mis compañeras de tesis también. Juntas decidimos llegar, y así empezó el proceso de voluntariado. Llegamos al centro de acogimiento y dijimos queremos venir los viernes en la tarde. Nos preguntaron para qué y nuestra respuesta fue lo que nos digan, solo queremos estar con la niñez, queremos venir a ayudar, queremos venir a hacer algo… y así fue como entramos al mundo del voluntariado.
Es decir que llegaron así nada más, ¿sin ningún proyecto o algo?
Sí, en realidad llegamos sin nada en la mente, sin decir traigo un proyecto para trabajar con las niñas. No, fue como ¿qué necesitan que hagamos? Díganos y lo vamos hacer. Entonces la ayuda fue ordenar los armarios, arreglar las camas, jugar, hacer tareas, todo junto a las niñas. Un poco, también, de lo que queríamos era estar con ellas, en la realidad con ellas. No llegar a construir una realidad distinta a la que estaban viviendo todos los días y, efectivamente empezamos con la escoba y el trapeador, barrer y trapear, con ellas a la hora de la limpieza. Era como un juego sobre cómo barrer, que nos explicaran. Entonces, nos decían: “¿con que usted no sabe barrer?”. “Enseñame”, les decíamos. Y así pasábamos con ellas.
Dentro de todo este proceso hay muchas cosas que contar, pero ¿cuál cree que han sido los principales hallazgos del voluntariado?
Ha sido entender que hemos ignorado a estas poblaciones, a la niña que ha sufrido algún tipo de vulneración de sus derechos, y solo decimos pobrecitas o pobrecitos, están encerrados en el centro de acogida, por ejemplo, pensamos en lo mal que lo pueden estar pasando. Pero para mí ha sido un proceso de transformar todas esas sensaciones de lástima, convertirlas en esperanza, que es lo que yo he encontrado en el centro.
Algo aprendido en este proceso es la capacidad de generar vínculos por parte de la niñez, que a pesar de lo vivido, tiene una capacidad de vincular y volver a creer en las personas. Al inicio era un proceso, yo les decía: bueno, nos vemos la próxima semana, y era como “no, usted no va volver, usted nos va abandonar”; y yo les decía “sí voy a volver”. Esto a mí me empezó a hacer mucho eco, qué tipo de vida tuvieron que tener para pensar que las palabras “voy a volver” no tenía ningún sentido.
Emocionalmente ¿cómo maneja usted esto?
Ese fue otro hallazgo, el entender lo que me pertenecía a mis emociones y lo que le pertenecía a ellos y a ellas; lo que podía cambiar y lo que no podía llegar a cambiar. Me costaron las despedidas porque esta niñez entra y sale de los centros constantemente. Compartimos no solo juegos, sino que a medida fue pasando el tiempo también una abre su vida, y ellos y ellas fueron abriendo un poco sus vidas.
En una ocasión salí del país y me fui a despedir. Yo iba con todas las emociones a flor de piel y casi que llorando. Me sorprendió que una de las niñas no lloraba. Me preguntaba por qué, por qué ella no estaba triste y yo sí. De las cosas que más marcó mi trabajo fue esa plática, cuando le pregunté ella respondió “tú nos has prometido que vas a volver y siempre regresas y ahora sabemos que vas a volver”. Siento que les enseñé a confiar otra vez, y que el mundo no es tan adverso, que hay personas que están ahí para apoyarles como la gente que trabaja en los centros con ellos y con ellas; entonces, es de ir llenándoles el mundo de este tipo de figuras que generalizan después.
¿Si alguien quiere sumarse a este voluntariado que tiene que hacer?
Cada persona tiene como diferentes voluntariados, hay gente que empatiza más con la niñez, con adultos, con adultos mayores; entonces, yo creo que lo primero sería identificar un lugar o institución donde poder ir, luego llegar y preguntar qué necesitan, qué puedo hacer y cómo puedo hacerlo. Hay un montón de espacios y cosas por hacer. Por ejemplo, en navidad se llenan muchísimo de empresas u organizaciones que dicen “vamos a hacerle la tarde alegre” pero, lastimosamente, durante todo el año se olvidan de que necesitan espacios alegres. Es necesario un llamado a recordar que el voluntariado no solo es en fechas festivas, sino todo el tiempo, es sistemático e implica compromiso porque tratamos con personas.
¿Qué le dirías a alguien que quiere involucrarse en el tema de voluntariado?
Nuestra formación académica nos transforma con nuevos conocimientos. Pero el voluntariado también transforma muchísimo nuestras emociones, nuestro ser como persona y nos lleva a entender otras realidades, no desde el rol de la profesión. Al final no es que llegué yo como psicóloga, si no como persona. Con el voluntariado llegamos como personas a estar con personas.
¿Qué cambios pudo observar en la niñez donde realizó su voluntariado?
Uno de los primeros impactos que yo he visto es el tema de la compañía, sentir que le importan a alguien, sentir que hay alguien que va a llegar a verles. En algunos eventos les decíamos que invitaríamos a gente; entonces se fueron dando cuenta que había gente que se interesaba por ellos, que eran valiosos y valiosas.
Lo otro importante es ampliarles el mundo. Nosotros a veces mirábamos películas y aparecía, por ejemplo, Nueva York. Les preguntaba “¿ya han visto Nueva York?” No, respondía. Vaya, entonces, ¡veámoslo! Y ya nos metimos en el cañón, a recorrer las calles y, entonces, era algo que, por ejemplo, decían “yo, cuando crezca, quiero viajar a Nueva York”, o dicen “cuando crezca quiero ser psicóloga”. Siempre les motivo a que si quieren ser psicólogas, genial; ser veterinario, genial; ser doctora o lo que sea, pero que esté en su marco de referencia el ser profesional.
¿Cuáles son sus retos y cuáles crees que han sido las dificultades?
Yo creo que la dificultad es el tiempo. A veces quisiéramos tener muchísimo tiempo para hacer más cosas, porque van surgiendo más necesidades y el reto es poder ir delegando a nuevas generaciones que quieran continuar con una labor de voluntariado. Inculcar, también, que no es una cosa de voy una vez y después ya nunca más, si no es un compromiso con las emociones de otro ser humano, con sus vivencias. Otro de los grandes retos es seguir compartiendo con las nuevas generaciones de estudiantes la importancia de este tipo de acciones dentro de las retribuciones que podemos hacer a la sociedad.