Editorial Idhuca
Marzo es un mes especial. Se conmemoran fechas que nos recuerdan la importancia de luchar y reivindicar los derechos humanos. En particular, nos hace remembranza de la vida del Padre Rutilio Grande y de Monseñor Romero, dos personas defensoras que se enfrentaron a los abusos del poder militar. Los contextos en los que ellos dieron su vida por la justicia de los más desfavorecidos no son diferentes a lo que vivimos hoy en día, y por ello es importante recordar su legado.
Las dictaduras militares a las que Rutilio y Monseñor Romero se enfrentaron buscaban silenciar a cualquier persona que predicara un evangelio destinado a la verdadera liberación de los más pobres. Les incomodaban. Eran un estorbo que debían perseguir, amenazar, desaparecer y asesinar. Los abusos de poder eran la clásica respuesta hacia cualquier intento de empoderar a las comunidades para que lucharan por sus derechos. Abusos que originaron masacres que aún no tienen justicia.
Hoy en día, para el gobierno, las personas defensoras de derechos humanos son un estorbo. Les incomoda su presencia. Por ello, cuando una persona defensora no calla y denuncia lo que vive su comunidad, mostrando lo que verdaderamente pasa, todo un aparato gubernamental busca intimidar para callar. Busca a toda costa silenciar para mantener su poder.
Lo mismo sucedió con Rutilio y Romero: buscaron silenciarlos, pero a pesar de ello, no callaron. Cada domingo en sus homilías, no callaron. Denunciaron las distintas violaciones de derechos humanos existentes. Y, aunque ofrendaron su vida con el martirio, su voz sigue presente y se mantiene como esperanza de lucha.
A las personas defensoras también las intentarán callar y desgastarlas emocionalmente. Buscarán que se cuestionen si defender derechos humanos vale la pena. Buscarán intimidarlas, infundir miedo. Buscarán que dejen la labor de defensa. Pero, tal como la vida de Romero y Rutilio nos invitan, también es posible resistir.
Resistir porque es más grande la sed de justicia que tienen las madres ante el arresto de sus hijos inocentes en el marco del régimen de excepción. Porque es más grande la tenacidad del movimiento ambientalista para proteger los pocos bienes naturales que nos quedan. Porque hay juventudes que tienen una postura crítica hacia la forma de ejercer el poder. Porque es más grande la solidaridad y el compromiso que demuestra la comunidad de defensoras y defensores.
Por ello, resistir se convierte en un acto de amor, tal como nos enseñaron Rutilio, Romero y otros tantos y tantas que entregaron sus vidas por un bien mayor.
Pero la resistencia individual no será mejor que una resistencia colectiva. Y por eso es necesario que lo comunitario y la solidaridad se antepongan a cualquier deseo particular. Porque a pesar de que contamos con historias diferentes, nos une el mismo objetivo: la defensa de los Derechos Humanos. Ahora más que nunca es importante recordar las palabras de Rutilio: “No vale decir sálvese quien pueda con tal de que a mí me vaya bien. Nos tenemos que salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea, en comunidad”. Así la resistencia será más llevadera, más liviana, con más compañía.