Editorial Idhuca
Septiembre siempre inicia con aires nostálgicos, con mucho azul y blanco y discursos patrióticos que buscan recordar la importancia de las hazañas “independentistas”. Así que valga esa nostalgia, no para ensalzar nacionalismos, sino para recordar nuestra historia y comprender el presente.
Si de algo nos debe servir esta fecha es para reflexionar sobre nuestra historia, la violencia que la ha acompañado, el sufrimiento de tantas y tantos, las vidas perdidas, los ideales que no han podido ser. Pero siempre será importante recordar y reflexionar. Porque borrar el pasado y atribuirle todo lo malo es una visión reduccionista e inmadura que nos lleva a pensar que solo el futuro será mejor y por eso importa, aún cuando no haya señal del presente que nos haga pensar que puede haber cambios para bien.
Hace dos años, el Ejecutivo le designó al mismo Ejecutivo la elaboración de reformas constitucionales, que prácticamente se convirtieron en una nueva Constitución. Un año después, el presidente anunciaba que se reelegiría, sin importarle que la Constitución lo prohíbe expresamente, pero eliminó los controles para que nadie se interpusiera en su afán de hacerse de más poder. Nuestra propia historia y la latinoamericana nos alerta sobre el peligro del presente, porque ya lo vivimos, y porque sabemos que normalizar el irrespeto a las normas y a lo diferente no conduce a nada bueno. Lo demostró Maximiliano Hernández Martínez y las sucesivas dictaduras militares. Nos lo enseñó Chile, que este 11 de septiembre recordó los 50 años del golpe de Estado que llevó a Augusto Pinochet al poder y que hoy, enfrente del Palacio de la Moneda se gritó un potente #NuncaMás. Y así, hay tantos ejemplos que hacerse del poder solo puede llevar a represión y opresión.
Es preciso recordar que la nuestra es una historia violenta, que no se reduce a 202 años de existencia, pero eso debe llevarnos a confirmar que solo el respeto hacia el otro y la otra permitirá nuestra convivencia y la construcción de una sociedad más justa y más humana. El deseo que debe primar es que vivamos en libertad y en fraternidad, en unión, donde no falte el pan para todas y todos, y donde haya una existencia digna para cada persona.