Una de las prontas medidas de Mons. Romero tras asumir la archidiócesis de San Salvador, fue solicitar el apoyo del Socorro Jurídico, organización no gubernamental dedicada a la defensa de los derechos humanos vinculada a la Compañía de Jesús. El principal abogado de esta ONG, Roberto Cuéllar, se convirtió rápidamente en uno de los asesores más cercanos del arzobispo. Su oposición a la violencia, su denuncia de los abusos gubernamentales, su cercanía personal a las víctimas convirtió muy rápidamente al arzobispo en la voz más autorizada, a nivel nacional para hablar no sólo de responsabilidades evangélicas y cristianas, sino también en el más potente defensor de los Derechos Humanos, auténtica “voz de los sin voz” hasta el momento de su muerte.
Indudablemente el asesinato de Mons. Romero tuvo resonancia mundial. Pero las circunstancias que rodearon su entierro, con el estallido de una bomba y los tiroteos contra la multitud que llenaba el parque central de San Salvador (27 muertos y 200 heridos según informes de la Embajada norteamericana), añadieron magnitud a la situación. Se manifestaba con una enorme brutalidad y crueldad el esfuerzo por arrancar de la realidad y de la historia dolorosa de El Salvador a una de las pocas personas que públicamente mantenían de un modo simultáneo la solidaridad con las víctimas y la esperanza de un futuro más dialogante y socialmente justo, aspectos ambos indispensables en la defensa de los Derechos Humanos. La persona acusada de ser el autor intelectual del asesinato, el militar Roberto D'Abuisson, tras la muerte del obispo se fue imponiendo como el hombre clave de la política salvadoreña, acumulando un extraordinario poder. Fundador y líder máximo del partido de derecha, ARENA, que en 1989 llegaría al poder y permanecería en el mismo durante 20 años se presentaba como salvador del país. La Comisión de la Verdad, establecida tras la guerra civil salvadoreña, afirmaba 13 años después del asesinato que “este crimen polarizó aún más a la sociedad salvadoreña y se convirtió en hito que simboliza el mayor desprecio a los derechos humanos y el preludio de la guerra abierta entre el gobierno y las guerrillas”[2]. Aunque el Mayor D'Abuisson ya había sido acusado del asesinato de Mons Romero, la Comisión de la Verdad insistió en que había “plena evidencia de que... dio la orden de asesinar al arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como escuadrón de la muerte, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato”[3]. La conclusión de esta Comisión contribuyó a poner más claridad internacional en las motivaciones del asesinato de Mons. Romero. No había duda que el odio a la verdad de las víctimas que proclamaba Mons. Romero y su compromiso con una paz con justicia fue la causa principal del asesinato. Después de la muerte del obispo, mientras la figura del autor intelectual del asesinato se desintegraba, a pesar de haber sobrevivido por más de diez años al arzobispo y ser el gran ícono de la derecha y del partido gobernante, la figura del arzobispo brillaba con mayor intensidad como defensor de los derechos de los pobres.
Un elemento que contribuyó también a la actualidad internacional y al conocimiento del hoy beato Romero fue la adopción que hicieron de él como figura ejemplar cristiana una serie de Iglesias cristianas no católicas, impactadas por la incidencia del arzobispo en la defensa de los débiles y humillados. Desde los inicios una serie de iglesias bautistas, episcopales y luteranas recibieron como mártir y defensor de los derechos de los oprimidos a nuestro obispo dentro de El Salvador. El Consejo Mundial de las Iglesias ha mantenido también una relación importante con las actividades en recuerdo de Mons. Romero. La comunión de las iglesias en el reconocimiento del martirio del arzobispo añadió amplitud y dimensión universal a nuestro beato. El hecho más significativo es la inclusión de una imagen de Romero en la fachada de la catedral anglicana de Westminster, al lado de otras grandes figuras martiriales del siglo XX (diez mártires del s. XX) como Martin Luther King, Dietrich Bonhoefer, Maximiliano Kolbe y otros, caracterizados por su solidaridad con los perseguidos o marginados de su época.
Y finalmente, precisamente por su coraje a la hora de defender los derechos de los pobres y las víctimas, así como por su libertad personal y su independencia, Monseñor Romero se ha vuelto una figura señera a nivel universal en el campo de los DDHH. Efectivamente el 21 de Diciembre del año 2010 la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió por unanimidad proclamar el 24 de marzo como “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. La elección del día no es fortuita y la página web de la ONU explica que el propósito del Día es promover la memoria de las víctimas de violaciones graves y sistemáticas de Derechos Humanos y su derecho a la verdad y la justicia, rendir tributo a quienes han dedicado su vida a proteger y defender los Derechos humanos y “reconocer en particular la importante y valiosa labor y los valores de Monseñor Óscar Arnulfo Romero de El Salvador”[4]. Al hablar de dichos valores el texto de la página web mencionada habla del arzobispo “como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano”. Y se afirma que, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado... le costaron la vida el 24 de marzo de 1980”.
Unos años después de esta designación del día 24 de marzo como día del derecho de las víctimas a la verdad, llegó la beatificación de Mons Romero como mártir, que es ciertamente una manera de continuar el proceso de su relevancia eclesial y significación histórica. La dimensión política de la santidad de Romero, en la medida que la defensa de los derechos de los pobres tiene siempre una connotación política, retrasaba el proceso de beatificación y amedrentaba a algunos sectores eclesiásticos. Pero el “sensus fidelium”, esa intuición profunda de los cristianos de a pie, que veía en Mons. Romero un defensor y abogado de los pobres, insistía cada vez más en su dimensión testimonial ejemplar y fiel al Evangelio y a los valores más profundos de humanidad. En el caso de Romero, a pesar de la lentitud del proceso y del exceso de precauciones en el examen de la persona y de sus escritos, homilías, etc., la devoción popular continuó creciendo con el tiempo. Un Papa latinoamericano, conocedor de las terribles tragedias de nuestras guerras sucias y de la necesidad de presentar ante ellas una dimensión profética y justiciera, capaz de impulsar a la defensa de los Derechos Humanos, desbloqueó finalmente el lento proceso de beatificación.
[1] Texto tomado parcialmente y con algunos arreglos de un artículo de José M. Tojeira publicado en la revista española Sal Terrae el año 2016
[2] Informe de la Comisión de la Verdad sobre la guerra de doce años en El Salvador titulado De la locura a la esperanza. Editado en la revista ECA, Estudios Centroamericanos, n 533, Marzo 1993, pg 180
[3] I. pg 274
[4] Una descripción mas amplia tanto de los objetivos del Día como de los valores de Mons. Romero puede verse en la dirección: http://www.un.org/es/events/righttotruthday/